Wifi, crónica de una generación desconectada, de Irán Capote. Foto tomada del periódico Guerrillero.
Por Frank Padrón
Las redes sociales tienen un abrupto doble fondo: posibilidades infinitas de comunicación en todos los sentidos que a la vez encierran, en no pocos casos, vacío, soledad, imposturas, baja autoestima que busca desesperadamente reconocimiento y otros males muy antiguos pero acentuados paradójicamente con el desarrollo.
Dos obras recientes abordan el contundente y tan actual tema con matices diversos. Una de ellas Wifi, crónica de una generación desconectada, de Irán Capote (Medea prefabricada, El casting, Eau de toilette…), que él mismo dirige para su grupo Teatro Rumbos, a propósito de los 55 años de este colectivo que realiza trabajo en su provincia natal, Pinar del Río, en cuyo hermoso teatro Milanés pudo apreciarse una vez más.
La dependencia enfermiza y febril de los muchacho(a)s a las redes, con sus concursos huecos y sus promesas engañosas son el blanco y el sujeto en esta nueva obra del talentoso ganador del Premio Calendario de Dramaturgia 2019, que otorga la Asociación Hermanos Saíz.
Pero si los jóvenes son los más vulnerables, las generaciones precedentes no se quedan detrás con su complicidad y su entrada al ruedo, como demuestra el personaje de la madre de ese chico díscolo y soñador, y la hija entregada incluso a la actuación porno con tal de “triunfar”, sin olvidar al padre que recarga cuentas y envía dinero fácil. Para ello Capote se apoya también en ilustres intertextos y referentes, como la Luz Marina de Aire frío (Virgilio Piñera) o algunos segmentos del pensamiento martiano.
Precisamente en ellos estriban algunos de los problemas de la escritura y el cambio brusco de tono que, de lúdicro, sarcástico y deliberadamente caricaturesco en ocasiones, pasa a dramático, serio, sobre todo en el hermoso y sentido, pero un poco forzado, monólogo que la antiheroína virgiliana emite en la segunda mitad de la obra. Ciertas relaciones inter personajes –digamos, entre los hermanos– pudieran afianzarse y profundizarse, así como evitar algunos chistes algo fáciles, que banalizan un tanto la plataforma idéica.
Respecto a la puesta en sí, aunque los principales signos de las redes están presentes en lo escenográfico, se echa de menos una mayor presencia audiovisual que calce mejor el contenido y haga precisamente más ilustrativo el texto, que sin embargo, y en términos generales, consigue una plasmación fluida, que maneja con eficacia el espacio escénico dentro del cual hacen lo suyo unos paneles tan expresivos como prácticos y facilitan la fusión y la alternancia de los planos narrativos y dramáticos.
Un grupo de actores capaces y bien entrenados despliega la fisicalidad y gestualidad imprescindibles y las variaciones eufónicas para asumir y proyectar las características esenciales de los personajes, dentro de una obra que, susceptible de cambios y ajustes, se erige como un aporte considerable e indudable a la cuestión de las redes sociales.
En este asunto se sumerge también el nuevo texto dramático de Agnieska Hernández (Harry Potter, se acabó la magia; El gran disparo del Arte…) que hace poco fue llevado a escena por el colectivo La Perla Teatro en puesta de su directora Mariam Montero, quien le sugirió la idea: Made in China.
Una mujer madura, separada y solitaria hospeda en su amplia residencia a un joven a quien sus padres han pagado varios meses de renta con el objetivo de alejarlo de la casa paterna; el muchacho, lacónico y distante, se transfigura a solas en un poderoso youtuber, un popular influencer con cientos de seguidores, que pretende incluso resolver sus necesidades sexuales mediante… una muñeca.
Dos soledades, dos generaciones, dos géneros, con sus respectivas falencias y sus maneras erradas de llenar agujeros existenciales inmensos, coexisten en (des)encuentros, en intentos vanos de comunicación, en poses que ocultan realidades desgarradoras. La metáfora de la próspera nación asiática en el título alude a otras muy parecidas trampas: la sociedad de consumo que genera necesidades artificiales con las que pretende llenar incluso lagunas mucho más profundas y en sus producciones masivas encierra con frecuencia no poca vacuidad.
Una notable dramaturga como Agnieska enuncia algunos de estos conflictos y colisiones, pero no logra desarrollarlos siempre con toda la enjundia y acabado que los mismos demandan; en su lectura escénica, Marian (El espejo) resuelve las principales directrices del relato dramático con suficiente economía de recursos, una inteligente distribución del espacio –la casa como metonimia de los problemas humanos en juego- y un auxilio eficiente del material audiovisual que ilustra la conectividad, la importancia diegética de las redes sociales y los medios de comunicación.
Sin embargo, habría que trabajar más para futuras puestas las actuaciones, de modo que Carlos Busto y Annieye Cárdenas logren sacar mejor partido de sus interesantes personajes.
No hay dudas, sin embargo, de que Made in China es también una estimulante propuesta en torno a los actuales y contundentes temas que aborda.
Contenido Relacionado:
“Made In China”: ¿Investigación, Persuación O Alerta De Tsunami Digital?