Por Víctor Banazco
No espero nada. No temo nada. Soy libre.[1]
Los disturbios y problemáticas en la pareja, la infelicidad signada por la carencia de sentimientos afectivos, el adulterio, la satisfacción de los placeres carnales, el sexo, el cuerpo del deseo y la libertad física y espiritual son algunas de las temáticas que surcan diametralmente la más reciente propuesta de la Compañía del Cuartel.
Desde una perspectiva estético-formal, la osadía e irreverencia, el uso reiterativo y certero del elemento narrativo-performático en la propuesta, el empleo conexo del gestus, así como la firmeza y organicidad de las actuaciones definen, stricto sensu, la puesta en escena de Sahily Moreda y su colectivo teatral.
24 horas viraje es una pieza de la dramaturga argentina Gilda Bona, y fue premiada en el año 2012 en el concurso La escritura de la diferencia. La propuesta escénica se articula mediante el uso de diversos elementos que enfatizan en nociones del teatro contemporáneo. Estos se articulan durante el montaje y provocan en el espectador el efecto deseado: el deleite, la expectativa…
Se cuenta la historia de Betina, madre que recibe una llamada telefónica en horas de la madrugada, a fin de informarle que su esposo ha sufrido un accidente automovilístico. Así, da inicio esta historia que refiere problemáticas interpersonales, y aduce a la indeterminación espacio-temporal de la puesta en escena: primeros aciertos de 24 horas viraje.
¿Darío ha muerto? La interrogante martillea los pensamientos de Betina, mientras se traslada al hospital y busca exasperada una noticia respecto al estado de su esposo. Sin embargo, en medio de este trance su cuerpo cede a los encantos del Dr. Suárez. El deseo, la satisfacción del placer y el sexo le hacen olvidar al marido inerte y el hijo sedado en una camilla de hospital. Betina se interna con Suárez en el elevador y canaliza todas sus frustraciones y deseos más íntimos.
El montaje de la obra dispone de tres actrices en escena, las cuales interpretan indistintamente los personajes de Betina (madre), Vicente (el niño), el joven médico Suárez y la “ancha empleada administrativa” del centro de salud. Además de su interpretación en tiempo real, el uso de sus voces en off también define las intervenciones de estas tres jóvenes y carismáticas actrices.
La propuesta escénica de Sahily Moreda induce a un juego constante con lo sensorial, y los recuerdos del ser humano. Tras una de las visitas de Betina a la oficina administrativa del hospital, las actrices hablan frente al ventilador, lo cual distorsiona grotesca y risiblemente sus voces. Esta acción condiciona el traslado hasta la infancia, con lo cual se evoca una práctica muy usada como divertimento en esta etapa de la vida. De igual modo, el olor del vino que es consumido en escena, lo cual inunda nuestro sistema olfativo en la pequeña salita Osvaldo Dragún.
La sencillez y belleza del vestuario, así como la ausencia de escenografía, que aduce al montaje a modo de work in progress, contrastan armónicamente con el pleno dominio de las tres actrices sobre cada uno de los personajes que interpretan, y sus excepcionales transiciones histriónicas en escena. Aymeé Reinoso, Annalié Quero y Neisy Alpízar descuellan por su dicción y la mixtura de inflexiones vocales que confieren a cada uno de estos personajes.
Betina atraviesa sagazmente la cuarta pared y se interna en el público, en un espontáneo y cuidadoso juego con el espectador. Ella se sienta en mis piernas, a la vez que asume una postura sensual cual si fuese este espectador el joven y apuesto Dr. Suárez. Acomoda mis espejuelos y me besa en la frente… Una vez más me apresan y cautivan las actrices del Cuartel en sus artimañas, siempre tan bien recibidas.
La anagnórisis o reconocimiento aristotélico no escapa a esta pieza, pues ya se anunciaba cuasi predecible desde el inicio. En un momento de lujuria y desasosiego, Betina descubre que el Dr. se llama José Suárez; tal como el amante de su marido, quien ella creía iba con él antes del accidente automovilístico que le costó la vida.
Betina se debate en la disyuntiva respecto al modo más atinado de informar al amante de su marido que este yace en una camilla de hospital. Así, se revelan en su mente un sinnúmero de recuerdos, que evoca mediante fotografías ausentes. Estas memorias relatan acontecimientos trascendentales de su vida: la juventud, el matrimonio y el amor que se extinguió con el decursar de los años. La madre alude una y otra vez a la orfandad del pequeño, su viudez, el trauma y el tormento que se avizoran.
Tras recuperar la conciencia, y a modo de poesía recitativa de matutino escolar, el niño refiere a la madre que se quiere ir con papá, el cual está solo y cubierto con una sábana que no es la suya… La interpretación de este bocadillo es excepcional. Las inflexiones en la voz de la actriz reviven ante los ojos del público a un infante traumado por los sucesos acaecidos, lo cual también enfatiza a través de la gestualidad.
Justo cuando creía que había llegado a término el hacerme partícipe de la representación, y mi ritmo cardíaco comenzaba a ser normal, vuelvo al estado inicial de mi párkinson inducido. Las actrices anuncian que corresponde la escena más complicada del montaje. Piden permiso a la directora para no hacerla, mas esta se niega. Ruegan la colaboración del público. Se reconstruye con la ayuda de los espectadores –incluido quien escribe- y la guía de las tres actrices –micrófono en mano, la escena en que desaparece el cadáver de Darío de la morgue. José se ha personado tras el aviso de Betina, e intenta robar el cuerpo de su amante. En este trance con las autoridades, José fenece.
El recuento escénico de las honras fúnebres de Darío y su amante José Suárez constituye uno de los pasajes mejor trabajados sígnicamente en la propuesta de Moreda. La madre insiste en despedirlos desnudos, con lo cual aduce al desahogo, la sexualidad y la frustración. El hijo adolescente se niega, aun siendo conocedor de toda la verdad respecto a la relación homosexual de su padre.
Por su parte, el final de la puesta en escena se presenta revelador y auténtico. Betina espera, tras el ring ring irresistible del teléfono, la llamada del Dr., justo a las tres de la madrugada. Solo que esta vez no será para dar una mala noticia… Ella está refulgente y feliz, y lo exterioriza verbal y físicamente de múltiples maneras…
[1] Nikos Kazantzakis, escritor griego.
Foto Ismael Almeida, tomadas de Enfoque Cubano