¿Enunciado icónico: figuración, simbolización, jeroglífico? ¿Concreción del sentido de un discurso? ¿Visualización de un texto dramático?
Por Roberto Pérez León
Dudo es un unipersonal de Teatro El Público que parte de una obra en francés. No conozco el original pero la criollización que nos llega es bien tenue, en signos para la escena. Se trata de un hombre hastiado, fastidiado, insatisfecho, orbitando a su mujer. Ese hombre es encarnado por Denys Ramos, un actor que recita un mero texto en un espacio escénico en principio adecuado. Y pare usted de contar. ¡Ah!, pero la puesta en escena sobrepasa la simpleza del texto, la elemental actuación y desborda el espacio escénico.
Esta obra es otra invención de Teatro El Público, un colectivo teatral de una audacia estética incontenible, dirigido por Carlos Díaz que sabe atreverse y arma un espectáculo de la nada. Podemos estar en desacuerdo con su tendencia estilística y estética, pero no es posible dejar de celebrar su creatividad. Dentro de su poética siempre hay una carta debajo de la manga y cuando menos no lo esperamos ¡zas! Quieto en base todo el mundo.
Pese a las insuficiencias del texto lingüístico y la esencial actuación, Dudo es una puesta en escena con una inmanencia muy poderosa.
Dudo es un ejemplo contundente de la jerarquía de una puesta en escena como sistema significante singular. Y así hay que percibirla. No puede ser juzgada sino en su misma integralidad. Podrían analizarse por separado los componentes de esta puesta, pero eso no explicaría el funcionamiento del todo que es ella como sistema de complejidad propia, que sobrepasa incluso la sumatoria de sus elementos.
Por separado los, a su vez sistemas constituyentes de Dudo, son en sí mismos deficitarios. La actuación, elemental, no es generadora, el régimen de la acción actoral se mantiene digno pero muy estable, no tiene bemoles ni para un lado ni para otro; en cuanto al texto lingüístico -que gracias a la concepción enunciativa de espectáculo no es todopoderoso y se diluye-, Dudo no da para mucho contar; si nos referimos al esplendor de visualidades tampoco Dudo destaca con su único encuadre dominador –pero suficiente para que exista la debida organización jerárquica de los elementos de la representación. Entonces, como texto espectacular global Dudo es gratamente soportable.
Carlos Díaz consigue insuflar sinergismo entre los componentes de sus puestas en escena. En Dudo, pese a las insuficiencias del texto lingüístico y la esencial actuación, se alcanza un montaje que no aburre, que crece en sí mismo. Y ¿por qué? La cosa podría andar en las expectativas que se conforman a través del contrapunto de las sucesivas relaciones entre los materiales escénicos. Se produce una formalización del espectáculo sin alardes visuales. La composición global liviana por momentos y a su vez cargada de estremecimientos espasmódicos. Hasta puede hablarse de una calculada intervención del espacio escénico cada vez que dos personajes de visitación desatinada, portadores tal vez de presagios, se le aparecen al actor y, sin acompañarlo, generan una afectividad, una progresión onírica encadenadora que nos hace, como espectadores, desobedecer a Brecht.
Entonces, con el actor, comparten el marco escénico una chica Carlos Díaz y un chico que nunca se sabe qué pinta, pero dan brochazos fuertes en el equilibrio dramatúrgico. No son fantasmas pero se muestran como visiones. Ajustan y a la vez son desacuerdos. Crean expectativas, zozobras. Pueden sacar de plano al actor. Pareciera que en algunos momentos lo van sacudir de hombros. Llegan. Será mejor decir que aparecen por la pasarela que caracteriza las puestas de Teatro El Público. Esa pasarela una vez más puntualiza la ceremonia teatral al convertirse en una súbita puerta. Entran a la ficción esos dos personajes que no precisan de definición e intermitentemente se posicionan.
Pese a que en el espectáculo está clara la tonalidad escénica de Carlos Díaz, hay que hacer notar que en Dudo hay un dramaturgista. El director de Teatro El Público solo es el inventor de la puesta en escena.
Al existir la figura del dramaturgista, la responsabilidad dramatúrgica no recae únicamente en Carlos Díaz. Fabián Suárez es el dramaturgista y escribe en el programa de mano un cierto monólogo: “Nena tú serás mi baby”. Me fue de mucha satisfacción leer que en ese texto se nombra a Houellebecq, uno de los novelistas europeos más cautivadores y de quien siempre he pensado que Carlos Díaz podría poner algo de su obra, creo que le vendría como anillo al dedo a los dos.
Por otra parte, el diseño gráfico del programa de mano me resultó disperso, no concreta información para el público en general. Puedo suponer que la operación dramatúrgica que dio como resultado la adaptación, traducción, criollización, incorporación, o modificación del original, de Marie Fourquet, “Por l` instante, je doute”, haya sido hecha por el propio dramaturgista, suposición que hago al leer el petit monólogo que acompaña al programa y que si bien no da información concreta, cosa que debería hacer un programa, reitera la aptitud vacilante del personaje que veremos en escena.
Siendo así, en Dudo se comparten decisiones como puede ser el rumbo que el espectáculo tomaría, las opciones ideológicas, la disposición de los materiales textuales, la realización escénica.
Bueno, como quiera que sea la distribución de la autoría intelectual dramatúrgica, en Dudo uno de los sucesos escénicos que de primera y pata atrae al público es el desnudo del actor. Es un desnudo absoluto. No hay disimulos. Mantener el cuerpo en un desnudo total y sostenido en el escenario requiere de una ingeniería gestual magistralmente diseñada como ha sido en Dudo. No sobresalen componentes sicológicos ni morales ni éticos, ni siquiera dramatúrgicos, simplemente estéticos, y punto.
El actor hace un striptease mientras descarga un parlamento. La desnudez va por un lado y lo que dice por el otro. Me parece bien. La desnudez está a la intemperie, descolocaba dramáticamente. El hecho plástico de un cuerpo hermoso consume cualquier otra declaración escénica.
El cuerpo de un actor puede perder su eficacia como figura humana y convertirse en una entidad o forma biomecánica que responde al mandato de las pretensiones de la escena. En Dudo pasa esto de manera notable. La pericia de Carlos Díaz como componedor de una puesta ha hecho que el actor realice una serie de tareas corporales de ajustada economía de movimientos. No vemos a un hombre desnudo. En escena sucede la iconización del cuerpo de un actor desnudo. La manifestación de la dimensión figurativa es renacentista y a la vez tan moderna que quise ver un cierto jeroglífico artaudiano, aunque no creo que haya estado esto entre los propósitos del desnudo.
También podemos pensar que ha sido un desnudo innecesario. El actor pudo haber estado tomándose un café vestido de traje y corbata como aparece antes de su striptease. Entonces el texto dramático, el lingüístico, por demás muy pobre, hubiera tenido una sostenida presencia innecesaria; y, el esfuerzo actoral habría tenido que ser ingente al intentar una transcripción físico-dramática de una tragedia existencial desatinada, como la que se narra en el texto literario. Pero Carlos Díaz que sabe siempre de qué pata cojea la mesa, no se dejó tentar por otra cosa que no fuera lo convidante, la sobrenaturaleza, el misterio concebido en operaciones de composición autocontenida, así porque sí, singular, sin precisar de fronteras.
El desnudo acontece a su aire en escena; con otro viento se explayan distintos materiales visibles e invisibles y cogen rumbo también. En el ajetreo de los rumbos del desnudo y el que agarran las otras sustancias componedoras del espectáculo está la progresión. Progresión más allá de los actos del lenguaje hablado, discurso que deja de ser sujeto gracias al acto mismo de enunciación global.
Hay que reparar en Dudo como puesta en escena. Aunque casi no aplaudí ni me puse de pie, porque no vi integralmente el espectáculo, cuando vuelva voy a sumarme, por las razones que ya he expuesto, al unánime aplauso que el público, tal vez por otros motivos, tributa a esta tan inteligente puesta de Teatro El Público.