Apropósito del centenario de Roberto Diago

Diago es uno de nuestros pintores más desconocidos. La brevedad de su existencia impidió el desarrollo pleno de una obra de encantamiento sustancial.
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Por Roberto Pérez León

Las artes escénicas cubanas adolecen hoy por hoy de la presencia de fuertes pinceladas. No es usual que nuestros artistas plásticos participen en la concepción de alguno de los sistemas significantes más relevantes de una puesta en escena: vestuario, escenografía, luces, incorporación de recursos digitales, dirección de arte, etc.

No son muchos los pintores involucrados y comprometidos con las artes escénicas. Pocos se han enganchado con el teatro. Me atrevo a decir que es casi excepcional que alguno de nuestros pintores más relevantes en la actualidad participe en la concepción de una puesta en escena, ya sea de danza, teatro, ballet, ópera. Incluso, dada la gran cantidad de estudiantes de artes plásticas que tenemos son escasísimos los jóvenes que se suman a un montaje. Y por supuesto esto no tiene por qué ser así.

El diseño es un importante territorio textual escénico, contribuye significativamente en la sensorialidad de la puesta mediante significantes que comunican y pueden dar la posibilidad de reformular la producción dramatúrgica desde el espectador.

La concepción de un montaje precisa del dominio y la exploración de significantes donde participan los elementos plásticos, sean figurativos o abstractos, que pueden partir de la recreación de cuadros en insólitas combinaciones, problematizando o citando las obras originales para involucrarlas en una teatralidad visual sorprendente dentro de la escritura escénica global.

Para la atmósfera escénica tiene el diseño una posición importante en la interrelación de los niveles del hecho teatral. El diseño puede tensar, distender, distorsionar, conceptualizar e instalar materialmente el paisaje dramatúrgico de una puesta en escena.

Es insoslayable la simbiosis e interrelación ideológica entre el trabajo teatral y el plástico. Dentro de los espesores de la teatralidad un componente axial es la plasticidad, la creación de una suerte de instalación plástico-escenográfica que es determinante en la percepción espectatorial.

La alteridad de una puesta en escena permite la disolución de las fronteras entre las artes,  más teniendo en cuenta el giro performativo del teatro, una sociedad donde el espectáculo nos invade.

Rara vez los diseñadores escénicos asumen la obra de un pintor para incorporarla a la concepción de una puesta. Como ha sucedido en el caso del matancero colectivo Teatro de Las Estaciones donde Zenén Calero, con un nivel estético y formal, sorprendente puso en muñecos y escenografía la iconografía de Alfredo Sosabravo para el montaje del cuento sinfónico Pedro y  el Lobo.

Quizá la mayor presencia de nuestros pintores fuera del espacio plástico habitual podríamos decir que está en la pasarela, que por supuesto no deja de ser un espectáculo escénico. Pero incluso ahí no aparecen los más jóvenes, seguimos usando a los consagrados, los más populares, los siempre visibles; tal vez ese sea el gancho del prestigio que tiene Arte y Moda como proyecto que relaciona obras plásticas con el diseño de vestuario. En estos eventos a veces se sobrepasa la espectacularidad y se cae una desproporción estética donde lo sensorial genera un barroco machacado sobre los cuadros o elementos plásticos originales convertidos en fanfarrias visuales. Pese a que suelen intervenir en este desfile diseñadores de excelencia en las artes escénicas.

Arte y Moda es un proyecto atrayente que desde 2003 está esforzándose por consolidarse sin estar en sus propósitos ser utilitario desde los presupuestos de la misma moda, que por cierto entre nosotros es muy enclenque, poco satisfactoria para el andar exclusivo y también para el trapicheo callejero.

Manuel Mendive, Adigio Benítez, Alfredo Sosabravo, Roberto Fabelo, entre otros, forman la nómina usual de Arte y Moda. Me parece recordar que en una ocasión debo haber visto la obra de Roberto Diago en la pasarela, pero ahora no se si se trataba de Juan Roberto Diago Durruthy,  joven pintor y destacado “instalacionista” que se firma Roberto Diago, nieto de Juan Roberto Diago Querol.

Sucede que el joven pintor Durruthy, al usar el mismo nombre de su abuelo, se presta a confusión y por eso podemos encontrarnos en espacios oficiales y autorizados la información confusa.

El pasado 13 de agosto, Juan Roberto Diago Querol ha cumplido su primer centenario. En muy pocos años consiguió convertirse en un pintor de honduras insondables. Pero pocos lo conocen fuera del ámbito especializado pues no forma parte los pintores populares ni ha sido mediático.

Roberto Diago (La Habana, 1920-Madrid, 1955) con apenas 35 años logó formar parte, no solo de la pintura más sobresaliente en Cuba, sino también de la latinoamericana de mayor prestigio.

Diago es uno de nuestros pintores más desconocidos, tal vez por la brevedad de su existencia que impidió el desarrollo pleno de una obra de encantamiento sustancial; una  obra digamos inconclusa donde late una intención arqueológica y antropológica como construcción estética.

El tratamiento que Diago le da a sus figuras hace que tengan una presencia surreal, chirriante, una primitividad desvanecida pero respirante. Por la zozobra y lo paradojal de las imágenes, la pintura de Diago tiene porciones que nos hacen sentir algo que desconocíamos de nosotros mismos como seres humanos y como cubanos.

El Fondo Cubano de Bienes Culturales cuenta con la Galería Roberto Diago. Cristina Fonollosa es una amiga que hace pintura naïve, primitiva o ingenua; en una ocasión visité la Galería con ella para ver lo que se exponía y comercializaba.  Con asombro me di cuenta que el nombre de nuestro pintor estaba en un espacio para comercializar, no solo la pintura ingenua sino también aquella que tenía por tema lo afrocubano.

Se suele ver en la obra de Diago una marcada religiosidad. Es cierto que entre sus tanteos durante un período estuvo muy cercano a los componentes africanos de nuestra cultura, sin embargo, merecería una debida  atención la presencia de los prístinos fundamentos de la cultura antillana.

Diago tiene una forma genuina de componer y de suponer el mundo precolombino caribeño.  Y este toque es lo que hace que la pintura suya tenga una singularidad y un descarrío dentro del paisaje de las artes plásticas nuestras: volatilidad, rara dinámica, extravío, figuración contrahecha, metafóricamente sus figuras a la vez que pueden ser esotéricas y herméticas contienen en sus combinaciones una dosis de abstracción turbadora por la fragilidad que contiene de la vida.

Bueno, pues este pintor, célebre y desconocido, porque resulta que a veces nos especializamos en crear personajes de mucha celebridad y totalmente desconocido como una vez califiqué a Virgilio Piñera cuando aún estaba en la oscuridad plena.

Pudo en este centenario de Roberto Diago haberse hecho un abarcador homenaje virtual dado las circunstancias en que vivimos debido a la pandemia que nos azota. Los jóvenes creadores necesitan conocer a Roberto Diago cuya obra deslumbrante, de poderosísima expresión y de un hermetismo escalofriante, exige una comprensión ideo-estética particular por su germinal interracialidad: negro, taíno y cubano.

Las artes plásticas cubanas le deben a Roberto Diago un posicionamiento en la historia y el despejar muchas de las zonas confusas que considero cunden parte de su obra y de su existencia truncada.

No sería descabellado pensar en la Galería Raúl Oliva, un espacio que forma parte del Consejo Nacional de las Artes Escénicas, para iniciar un acercamiento a Diago desde otro ángulo. Esta Galería rinde homenaje desde su nombre a los diseñadores escénicos. Y me preguntarán qué tiene que ver Roberto Diago con el diseño escénico.

Tenemos que saber que el joven Diago formó parte de la tropa de la vanguardia teatral que conformó Paco Alfonso con el Teatro Popular, desde 1943 y hasta 1945. No obstante el corto período de trabajo tenemos que considerarlo un productivo esfuerzo por hacer del teatro una manifestación popular: estreno de más de veinte obras cubanas, también obras de dramaturgos extranjeros donde destacaron los soviéticos, hecho inusual en el entonces panorama del teatro no digamos cubano sino latinoamericano.

En el Principal de la Comedia, el 28 de junio de 1943 Diago hace la escenografía de Azul, rojo y blanco, una obra de José Luis de la Torre dirigida por Agustín Campos; el programa estuvo integrado por Los hombres rusos de Konstantin Simonov y La oración de Felipe Pichardo Moya con dirección de Paco Alfonso.

En la Colección Pan American Art Projetc en Miami existen unos bocetos pintados a la acuarela y al gouches que podrían haber formado parte de los trabajos para escenografía y vestuarios del Teatro Popular capitaneado por Paco Alfonso.

En 1943, Diago diseñó para el Teatro Principal de la Comedia y además para el Teatro Auditorium de La Habana, la primera arena del actual Ballet Nacional de Cuba donde produjo las escenografías de los ballets El príncipe Igor (1943) y Coppélia (1944), para la Sociedad Pro Arte Musical donde el joven pintor declaraba su certeza en el color, el trazo y la configuración espacial en el dibujo.

En el Museo de la Danza en La Habana existen una serie de bocetos de vestuario y escenografía para un ballet imaginario creado por el mismo Diago y que nunca llegó a realizarse.

Para vincular más a nuestro pintor con las artes escénicas, y justamente con el grupo de experimentación socio-cultural que representó Teatro Popular, pareciera que participó activamente en la revista Artes que fundara Paco Alfonso.

Juan Roberto Diago Querol, con solo 35 años, llegó a desarrollar un proyecto creativo enorme: Washington, Nueva York, Boston, Canadá, Haití, México, entre otros países supieron de su obra y fue admirado y tomado en cuenta como una de los baluartes de la pintura latinoamericana.

En 1953, la Pan American Unión de Washington D.C. organizó una tremenda exposición que fue titulada “Roberto Diago”. Y es que desde 1947, el Museo de Arte Moderno de Nueva York en la persona de su director Alfred H. Barr, adquirió una tinta de la serie Cabezas.

Diago muri, en Madrid, el 20 de febrero de 1955, con solo 35 años. Resulta inquietante que un joven creador lleno de proyectos y obra tan celebrada se fuera de manera vertiginosa en circunstancias no normales.

* Las ilustraciones que acompañan este texto han sido tomadas desde la búsqueda en Google: “Roberto Diago y el diseño escénico” y de archivos digitales del Museo de la Danza en La Habana.