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Una esquina habanera con 183 años de fidelidad a las artes escénicas

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Por Roberto Pérez León

… el paisaje de cultura como triunfo del hombre en el tiempo histórico…
Lezama Lima

Tenemos en La Habana tres lugares de conciliadas sucesiones causales; desde que se parcelaron, por simpatía previa o por arte de birlibirloque, fueron signados para la perdurabilidad del ritmo y el destino de las artes escénicas, pareciera que en esos espacios se conjugó la visión lezamiana del idealismo eleático: “nada nace, todo es”; y, que en filosofía callejera se traduce en “la yagua que está para uno no hay vaca que se la coma”.
El siglo XIX habanero fue pródigo para el teatro. Hubo en la ciudad tres empeños de considerable presencia en la historia cultural y social de la Capital y del país entero.
La esquina de Consulado y Virtudes desde hace 130 años cuando la compró un catalán para hacer una herrería y terminó siendo el Teatro Alhambra y luego el Teatro Musical de La Habana.
En los albores del siglo XIX lo que es hoy la cuadra de Galiano entre Neptuno y Concordia era un sembradío de verduras y frutas pero enseguida también los catalanes lo compraron y montaron un salón para bailar y hacer teatro, pasando el tiempo y un águila por el mar se convirtió en una sede importante del teatro vernáculo, hasta que en los inicios del siglo XX fue El Molino Rojo que competía con el Alhambra hasta que ahí se hizo el Teatro Regina que dio paso al América que anda celebrando su 80 aniversario.

En el terreno de la esquina del Paseo del Prado y hoy calle San Rafael entonces calle Monserrate, extramuros, frente a la plazoleta donde estaba la estatua de Isabel II. En el año 1834 el Capitán General de la Isla de Cuba, Miguel de Tacón y Rosique, como La Habana solo tenía el Teatro Principal, ubicado al lado de la Alameda de Paula, que tenía una capacidad muy limitada, decide levantar un verdadero coliseo que no tuviera nada que envidiarle a los mejores de Europa, dicen testigos de la época que el edificio tenía la estructura, elegancia y capacidad del Teatro Real de Madrid y del Liceo de Barcelona.

El Capitán General encargó la construcción del nuevo teatro a su amigo Francisco Marty Torrens, un empresario negrero catalán que llegó a ser millonario gracias al negocio de la trata de esclavos y cuando no pudo seguir en eso montó una pescadería y siguió ganando dinero.
Y se hizo el Teatro Tacón inaugurado el 15 de abril de 1838 con la puesta en escena de Don Juan de Austria, protagonizada nada más y nada menos que por el fundacional actor cubano Francisco Covarrubias.
El Tacón tuvo capacidad de 90 palcos, 22 filas de lunetas y una capacidad para unos dos mil espectadores.
El Directorio Criticón de La Habana, del año 1883 en su página 46, hace la siguiente descripción del teatro:

…ocupa una superficie de 6,176 varas cuadradas, tiene por el frente tres puertas, seis por la calle San Rafael y tres por la de Consulado y dos que dan a la de San José. Fijándonos en la parte interior del teatro veremos que la platea y el escenario miden 42.83 metros de largo, por 20.68 de ancho y la embocadura 17.36. Las localidades pueden repartirse del modo siguiente: 56 palcos de 1.o y 2.opiso, 8 id. Del 3.o, 6 grillés, 112 butacas del tercer piso, 552 lunetas, 101 sillones delanteros de tertulia, 500 asientos de tertulia, 102 sillones delanteros de paraíso, 500 asientos de ídem. Este número de asientos da cabida a 2,287 espectadores, que sumados con 750 más que pueden colocarse de pie detrás de los palcos, hacen 3,000 personas que pueden asistir a una función. El alumbrado consta de 1,034 quemadores de gas; el decorado se compone de 751 telones, bastidores, bambalinas, etc.; la sala de armas posee 605 piezas de diferentes clases; el guardarropa 13,787 trajes; los muebles y útiles de escena llegan a 782; el archivo contiene más de 1,200 libretos de obras líricas y dramáticas…

Toda lo que decía valer y brillar en La Habana, la crema y nata de la aristocracia y cuanto extranjero que llegaba carenaban en el Tacón. Hubo una copla que proclamaba: «tres cosas tiene La Habana que causan admiración: El Morro, La Cabaña y la araña del Tacón«, refiriéndose a la despampanante lámpara que sobre la platea refulgía hasta que fue objeto de la furia del público por la representación de una obra muy mala. Los destrozos fueron tales y la reparación tuvo tantos avatares que la araña terminó descolgada.

El Tacón tuvo una acústica y condiciones técnicas que lo hicieron estar en la misma lista donde se situaba la Scala de Milán y la Opera de Viena.
El 14 de enero de 1841 actúa en el Tacón la bailarina y coreógrafa austriaca Fanny Elssler, a su muerte dijo Carpentier:

primera gran bailarina que atravesó el Océano para danzar en nuestro continente, se extingue a los 74 años, después de cumplir la más laboriosa carrera que pueda imaginarse.

 La Elssler aplaudió en el Tacón al insigne caricato Covarrubias. En 1887 la legendaria Sarah Bernhardt estuvo también en el Tacón.
Además gozó el teatro del privilegio de haber acogido al inventor italiano Antonio Meuci quien construyó y probó allí el “teletrófono” que es considerado el primer teléfono del planeta.

En 1857 el negrero Marty vendió el Teatro Tacón a la Compañía Anónima del Liceo de La Habana y después de varios tumbos en 1906 lo adquiere la Sociedad de Beneficencia de Naturales de Galicia que lo demuele y compra todos los solares colindantes. Así, la manzana entre las calles de San José, San Rafael, Prado y Consulado recibe a la Sociedad Centro Gallego de La Habana construida entre 1907 y 1915, y apareció un nuevo teatro.
En el año 1907 se colocó la primera piedra del edifico-sede del Centro Gallego de La Habana y en 1913 finalizaron las obras del Palacio Social pero no fue hasta 1915 que se concluyó el teatro.
Hubo un concurso entre arquitectos y fue seleccionado el belga Paul Belau y la constructora Purdy & Henderson se encargó de los trabajos que dieron lugar al actual Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.
El suntuoso complejo arquitectónico además de teatro tenía dos muy espaciosos salones de baile, salones de juego, restaurantes y cafeterías.
En cuanto al estilo de esa majestuosa edificación de cuatro pisos puede decirse que es la magnificencia del eclecticismo constructivo que caracteriza a La Habana.

Se trata de un catauro de estilos arquitectónicos: rococó, neoclásico, barroco, neobarroco, renacimiento español o francés; en sus detalles se alternan intentos escultóricos de relieves, bajorrelieves, cornisas, balcones, torres coronadas con aladas esculturas en bronce que hacen que entre todos los elementos se alcance una vibración de resonante nerviosismo propio del “barroco pinturero” nuestro que lo mismo podemos ver pasmados de maravillas que contemplar sin asombro o ir descubriendo sus rizos como una algarabía de proliferaciones delicadas.
En su fachada principal destacan cuatro alegóricos grupos escultóricos en mármol blanco: la Beneficencia, la Educación, la Música y el Teatro que miran al Parque Central como antes miró El Tacón para la estatua de Isabel II. Es curioso que en la planificación del edificio del Centro Gallego se localice el teatro justo en la misma esquina donde estuvo el magnífico Tacón.

Al triunfo de la Revolución las instalaciones del Centro Gallego tuvieron diferentes destinos hasta que fueron cedidas enteramente al Estado Cubano para fines culturales.
En el 25 aniversario del asesinato de Federico García Lorca el 19 de agosto de 1961 el teatro empezó a tener el nombre del poeta granadino. Luego en 1967 se llamó Gran Teatro de Ballet y Ópera de Cuba, diez años después era el Liceo de La Habana Vieja. Tuvo su primera remoción en 1978 por el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. A partir de 1981 se convirtió en el Complejo Cultural del Gran Teatro García Lorca, sede estable, bajo la dirección general de Alicia Alonso, del Ballet Nacional de Cuba, la Ópera Nacional, el Teatro Lírico Gonzalo Roig, el coro y la orquesta, entonces todos los otrora salones y demás espacios de la edificación que fueran del Centro Gallego se unieron a la Sala García Lorca.
En 1985 Alicia Alonso propuso se llamara Gran Teatro de La Habana a toda la edificación. Es a partir de 2016 luego de una restauración capital que lleva el nombre de Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso y en la sala García Lorca para rememorar el esplendor de la otrora y memorable lámpara del Tacón cuelga sobre la platea una luminaria que la Oficina del Historiador puso para que no deje de sonar la historiada copla: «tres cosas tiene La Habana que causan admiración: El Morro, La Cabaña y la araña del Tacón«.

Así es que este 15 de abril en la esquina de Prado y San Rafael hace 183 años se inició la misteriosa persistencia de las artes escénicas: Del Tacón al Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, una cifra para la habitabilidad de fulguraciones operantes en la cultura nacional. Porque las metamorfosis tienen validez de epifanías.

Foto de Portada: Archivo Cubaescena