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Muros Que Murmuran Y Maduran

Comentario sobre la puesta en escena de MurMuro, el estreno más reciente de la Compañía Rosario Cárdenas con crédito del joven coreógrafo Nelson Reguera.
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Comentario sobre la puesta en escena de MurMuro, el estreno más reciente de la Compañía Rosario Cárdenas con crédito del joven coreógrafo Nelson Reguera

Por Frank Padrón / Fotos Gabriel Bianchini

A la Compañía de Rosario Cárdenas le tocó un privilegio mayor: ofrecer las últimas funciones en nuestros teatros antes de que males mayores (ya se sabe cuáles) obligaran a un cierre temporal de los mismos. Es quizá por ello que ese triste (aunque esperanzador, siempre) fin de semana, los aplausos se antojaron más cerrados y entusiastas en la sala Tito Junco del Centro Cultural Bertolt Bretch.

Allí ocurrió el estreno absoluto de MurMuro, lo cual nos permitió enfrentarnos, primeramente a un coreógrafo que gana en cohesión y creatividad, alumno aventajado de la maestra que dirige y nombra ese colectivo: Nelson Reguera. Pero sobre todo, a un grupo de bailarines que saben traducir sobre la escena las mayores complejidades y combinaciones de lenguaje(s) dentro del mundo de los pasos.

Tras su anterior obra (Deseo), el joven artista nos regala una parábola sobre el enfrentamiento a las dificultades sociales, existenciales, personales, con entereza y espíritu de lucha.

Un lexema de connotaciones bisémicas entre los idiomas español y francés enuncia, desde el título, algunas de las claves de la obra: el verbo “murmurar” en primera persona también juega con la palabra “mur” que significa en la segunda lengua tanto algo maduro,  como “muro”, y que —según declaraciones del coreógrafo aparecidas en el programa de mano— “me aporta la imagen de contención, de frontera. Aun en esta área reducida, el movimiento sigue creciendo y puede transformarse en una espiral, como una suerte de efervescencia del ser humano que no tiene límites”.

Este abanico de semas, rizoma de problemáticas entrelazadas, se alternan y entremezclan en una pieza donde los danzantes, como boxeadores profesionales (asesorados por el maestro de ese deporte, Adrián González) entablan un combate brutal con la vida y sus trastadas, intentando derribar a cada momento todo tipo de obstáculos mediante la madurez que esa propia contienda aporta.

La danza propiamente dicha suma tanto elementos clásicos como modernos, referencias contemporáneas de aquí y allá, que se complementan con una plataforma musical así de variopinta e inclusiva, en la que laten tanto la banda sonora creada originalmente por el francés Norman Lévy (incluyendo elementos ambientales y urbanos muy nuestros) con la colaboración especial del cantante chipriota Alkinoos Lonnidis, como la voz siempre estremecedora de Nina Simone, en un concierto que ofreciera en Montreux (1976), pasando por el son cubano, dentro de lo cual se contó con la percusión de Lázaro Ferrán Pérez, Juan E. Santana Hernández, Yandy Chang Pérez y el Septeto Ohmero.

Debe encomiarse la feliz integración de esta diversidad de estilos, tanto musicales como danzarios, que permiten discursar en torno a esferas tan diversas como las mencionadas, sin olvidar el erotismo, la diversidad sexual y racial, la cotidianidad heroica del cubano más sencillo, y a la vez su entereza y buen ánimo para enfrentarse a la adversidad, su carácter festivo y humorístico que lo salva de las peores adversidades.

Ello, y la profesionalidad de los actantes en su gran mayoría, no evita sin embargo cierta dispersión en las transiciones, ausencia de un mejor amarre y desarrollo en pasajes que solo se enuncian y una mayor integración de los mismos.

Otros rubros como las luces (Guido Gali), la escenografía (Jean-Marc Vibert) y el vestuario (Proyecto DADOR) contribuyen, no poco, a hacer de Murmuro un espectáculo donde la visualidad se erige como significante esencial para reflexionar y compartir acerca de los motivadores supraenunciados que lo informan.

Entre murmullos y murmuraciones, entre muros que permiten la maduración, y todo lo que su título (pero sobre todo su relato) sugieren, volverá la compañía de la coreógrafa Rosario Cárdenas, quien simbólica y majestuosamente aparece al final de la obra,  a brillar en nuestros escenarios, cuando estos vuelvan a colmarse de aplausos y luces.

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