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Del Teatro Santiaguero Y Las Generaciones Herederas

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De cómo Santiago Apóstol puso los pies sobre la tierra. Foto Archivo Cubaescena

Por Gerardo Fulleda León

A la memoria de Raúl Pomares, Ramiro Herrero,

Rogelio Meneses y Ana Guerrero, maestros y colegas

En octubre de 1974, con el estreno De cómo Santiago Apóstol puso los pies sobre la tierra de Raúl Pomares, dirigida por Ramiro Herrero, se marca la más renovadora experiencia teatral cubana que, asumiendo las tradiciones orales, el legado de las prácticas de origen Bantú y la mezcla de las relaciones carnavalescas con la apropiación contemporánea del sainete español, nos ha legado ese deslumbrante espectáculo, para todos los tiempos.

Con su estreno en el Castillo de San Pedro de la Roca, la hermosa fortaleza del Morro a la entrada de la bahía santiaguera, el teatro cubano de raigambre popular, logra una de las más trascendentes y renovadoras piezas teatrales, tanto de la zona oriental como de toda la isla. Con él se consolida el nuevo rumbo estético, y el Cabildo Teatral Santiago se oficializa como grupo emblemático del teatro nacional, derivado del Conjunto Dramático de Oriente que, a su vez, era la más sólida agrupación teatral en la región oriental desde su fundación en enero de 1961.

Popular, no tan solo por recoger una tradición con gran relevancia enraizada en las sonadas fiestas carnavalescas, más allá del costumbrismo local, sino porque en su tejido dramatúrgico repulsivo y los diversos componentes de los estratos sociales, dejaban ver la interacción de los unos con los otros, en un entramado revelador de determinado tejido social, histórico y humano.

La magia y trascendencia escénica, que solo el buen arte puede trasmitirnos, las encontramos en cada una de las creaciones de esta agrupación, que por varias décadas estuvo dedicada al teatro de raigambre popular; ese buen arte que se revela cuando logra superar la mera traslación de sucesos reales, comunes o históricos de un momento determinado, y se convierte –gracias al intelecto, sensibilidad y sentido creativo– en un espacio imaginario para la interpretación reflexiva y lúdica de lo sensible de la realidad contemporánea.

Asamblea de las mujeres, Cabildo Teatral Santiago. Foto Archivo Cubaescena.

De la experiencia del Cabildo Teatral Santiago formaron parte algunos creadores que luego, durante varios años de experimentación, empezaron a desarrollar sus procesos creativos, asimilando de esa tradición popular, aquellos elementos comunicacionales que consideraban esenciales y valiosos para abrirse a otras dramaturgias. Así aparece otro gran suceso relevante en las tablas santiagueras: Asamblea de las mujeres, versión libre de Oscar Vázquez sobre el texto homónimo de Aristófanes bajo la directriz de Ramiro Herrero. Fue un espectáculo desafiante por su erotismo y sensorialialidad que arrancó muchas polémicas por los prejuicios de la época, y abrió, no obstante, una nueva compuerta a la ruptura de determinados contenes temáticos y apropiaciones del riesgo.

Como ocurre cuando confluyen creadores inquietos por llevar a cabo sus propuestas estéticas, después de algunos años, el Cabildo Teatral Santiago se desmiembra en varios grupos; sin embargo, podemos apreciar en sus formulaciones como todos conservan, en mayor o menor medida, el legado de ese teatro relacionero en cuyas prácticas se formaron, y lo atesoran como modo de expresión, que no renuncia a lo popular ni a las formas de relación escena-espectador.

Nancy Campos y Dagoberto Gainza, en Dos viejos pánicos. Foto Archivo Cubaescena.

A partir de esas apropiaciones, varios líderes comenzaron a vislumbrar nuevas visiones y formas de expresarse. Uno de estos casos es la emblemática puesta en escena de Dos viejos pánicos de Virgilio Piñera, por el grupo A dos manos, bajo la dirección artística del propio Ramiro Herrero que, con un carácter eminentemente popular, alcanzó una ejecución muy elevada, sustentada, en gran medida, por las descollantes y lúdicas interpretaciones de Nancy Campos y Dagoberto Gainza, quienes con su carisma le imprimen un sello personal e irrepetible.

Otras propuestas e indagaciones escénicas e interpretativas ameritan ser consideradas, como las realizadas por Rogelio Meneses. Entre las más prominentes, su renovador y consistente Baroko, donde la fuerte presencia de un ritual ata y desata pasiones con una energía extra cotidiana, en la nada literal, sino creativa y mítica mirada con que evoca la liturgia de la secta Abakuá  al recrear Réquiem por Yarini de Carlos Felipe.

Baroko, Cabildo Teatral Santiago. Foto Archivo Cubaescena.

Entre otros resultados dignos de reseñar, por el rigor y profesionalismo de la recreación escénica cuentan El viejo Tartufo, versión sobre el original de Moliere, mediado por la intertextualidad a cargo de Calibán Teatro, así como la sensible y dinámica saga Jaques Hippolyte y su tambor de Jesús Coss Cause, donde Norah Hamze logra una fuerte y atractiva teatralidad en una versión en la que poesía, música, narraciones, bailes y mascaradas se conjugan de forma efectiva y orgánica. El discurso espectacular y su vínculo con los espectadores en ambas puestas en escena, exhiben un nexo indisoluble con el teatro relacionero.

Mas, “at last but not least”, surge entre las anteriores voces la poderosa de Fátima Patterson, quien funda en mayo de 1992 su Estudio Teatral Macubá, en el camino de una poética de liberación. Como heredera consciente de todo lo que le antecedió, desde las propuestas del teatro de relaciones escribe y lleva a la escena un texto insólito y revelador que sube la parada a sus antecesores con su significativa dramaturgia: Repique por Mafifa, pieza en la que penetra en el submundo de los idos y su insistencia por permanecer entre nosotros y así, quizás, ayudarnos a vislumbrar mejor los nudos de nuestra existencia terrenal y saber sobrellevarlos. Texto breve y deslumbrante como un relámpago, nos ganó con su inmanencia, a la ya desaparecida crítica e investigadora Inés María Martiatu Terry y a este escriba, apenas lo leímos y luego al verlo representado por la propia Patterson, con su alcance telúrico y trascendente.

Consecuente con sus investigaciones, esta creadora va más allá en su siguiente propuesta y crea otra fábula desacralizadora en Ayé Nfundi o mundo de muertos, con una mirada otra, a la relación que establecen nuestros seres queridos con nuestras historias personales, potenciando, negando o apoyando nuestras decisiones terrenas, al establecer vasos comunicantes entre lo hecho y lo  por hacer: el ayer, el presente  y el devenir; todo una traslación espectacular sin didactismos, con una textura escénica donde la fuerza reside en no explicitar los sucesos verbalmente sino corporizarlos en imágenes,  traslaciones o sueños, presencias y mutaciones del conflicto.

Un salto a otra escala de mayor profundidad aun, lo da con el estreno de Caballas, partiendo de la provocación plástica del maestro Alberto Lescay Morencio. Con una dramaturgia fraccionada al extremo, la cotidianidad contemporánea es asumida en sucesos muy personales de diferente índole, relacionados con la sensibilidad de la mujer en nuestro presente. Sus apetencias, alcances y frustraciones ante los pactos con la realidad, nos son develados con una poética de los sentidos, a partir de la sensibilidad femenina, que otorga al espectáculo una substancia que nos obliga, como espectadores activos, a ejercer nuestro discernimiento para complementar esos caracteres y conflictos. Un discurso escénico a partir de seres inmersos en nuestra realidad, transidos de frustraciones, expectativas y ensueños en el camino ilusorio y el real, que bregan como “caballas”, en pos de su realización plena, en el devenir del hoy y la creación del mañana.

Fátima Pátterson en Repique por Mafifa. Foto Archivo Cubaescena.

La autora sigue transitando sus caminos para asumir, más recientemente, un texto canónico en la teatralidad universal del gran poeta granadino Federico García Lorca. A través de la relectura, apropiación y transgresión total donde la corpografía espectacular ocupa un lugar preponderante, se acerca a La casa de Bernarda Alba de Lorca y al texto Bernarda simulation, de la joven dramaturga y asesora teatral del colectivo Macuba, Margarita Borges, y los sintetiza con su óptica en una nueva propuesta: La casa.

Esta pieza desacralizadora, desde el comienzo, con el ritual de la procesión tan semejante en su manifestación a la “comparsa” de las relaciones, nos da el carácter expiatorio que le seguirá. Ello dota de una segmentación a los caracteres en un proceder más simbólico que realista, producto de sus necesidades y apetencias, donde las disímiles y encontradas urgencias de estas mujeres son exploradas con una profundidad descarnada. Todas retan a la realidad con interpretaciones impositivas que llegan a deslumbrarnos y revelarnos con su osadía, en un entramado donde verdad y desacralización conmueven; y donde la develación de la raíz del conflicto, trasladado a otro eje, resulta repulsiva, como todo lo mágico que se revela al adentrarnos en la psiquis y la condición humana.

En La casa resulta encomiable la armonía y apoyo de todos los lenguajes teatrales, que se concretan en la belleza y funcionalidad de los diseños escénicos, espaciales, de accesorios y de luces, de la mano de la destacada diseñadora Nieves Laferté, así como la música ocasional, en vivo, creando contrastes en sus acertadas apariciones, como “extrañándonos” del conflicto, para hacernos sentir o reflexionar con nuestra participación como espectadores activos.

Las actuaciones resaltan por su carga emotiva y veracidad, en las que sobresalen la novia poética y patética de María Teresa García Tintoré, la descarnada y desafiante Martirio de Yamilé Coureaux de una modernidad aterradora; la peripatética y tragicómica abuela, personaje tan meticulosamente bordado por Jorge Patterson, la garra y madurez expresiva de Consuelo Duany Patterson en su Bernarda, y el acertado desempeño del resto del elenco.

Todo ello potencia esa otra vuelta de tuerca del desenlace final donde se troca, devela o redescubrimos la oculta raíz del conflicto central en esta lectura transgresora e irreverente, que nos asombra y convoca a aplaudir con fervor, sin mojigaterías, porque reconocemos, además, la audacia y el valor del riesgo, de la ruptura con la que Macubá aborda sus creaciones. Una vez más, Fátima Patterson y su Estudio Teatral han plantado una pica en Flandes para la polémica y la recepción creadora contemporánea del espectador, que yo aplaudo y doy: ¡gracias al talento!

Todo lo anterior permite confirmar con beneplácito, que el legado del Teatro Santiaguero de auténtica raigambre popular aún anima a las generaciones herederas, tiene un sello distintivo que ha marcado y marca el teatro contemporáneo en la localidad, y aporta altos valores estéticos al movimiento escénico de la nación cubana.

Santiago de Cuba-La Habana 2019