Search
Close this search box.

Cálida bienvenida otra vez a Aire Frío

image_pdfimage_print

Por Roberto Pérez León

Todo el mundo fue a la sala Chaplin, porque cuando de Virgilio Piñera se trata nadie se entretiene. Nunca serán pocos los honores para honrrar a este escritor por mucho tiempo célebre y olvidado. Ya no tan olvidado. Hasta el cine lo celebra y lo canta. Por supuesto, como debe ser.

Aire frio, el casting es un documental de Rolando Almirante que gira alrededor, más que de la pieza homónima de Virgilio Piñera, alrededor de Luz Marina Romaguera, el personaje femenino más trascendente del teatro nuestro, en cuanto a la totalidad de lo cubano que representa.

Aire frio, el casting se esfuerza en mostrar una de los momentos más lúcidos de la labor dramatúrgica de Virgilio Piñera al asomar, como en trozos distintivos, a través de los recursos más convencionales del cine, Aire Frío.

Carlos Cerdrán, Raúl Martin, Antonia Fernández, Fátima Patterson y Carlos Díaz son filmados trabajando en el montaje de Aire frío. Y hay un momento encantador en el documental cuando el último de los directores decide llamar a la actriz que estrenó esta obra, y tenemos en pantalla, casi en un límpido primer plano sostenido, a Verónica Lynn rememorando a aquélla Luz Marina de hace más de medio siglo.

Verónica Lynn estrenó Aire Frío en 1962

Al terminar la función de estreno, a la salida, escuché que varios jóvenes, incluso personas mayores, comentaban que sería bueno ver la obra para entender mejor el documental. En realidad no creo que sea bueno volver a poner en los escenarios Aire frío solo para entender un documental. Aire frío debería, junto a otras piezas, estar en cartelera de manera sistemática para saber que lo bueno no pasa, sus lecciones son imperecederas formal y conceptualmente para las artes escénicas entre nosotros.

Creo que es oportuno, dado el estreno del documental, volver a llamar la atención sobre la presencia de Aire Frío en la dramaturgia cubana y latinoamericana.

Tras el de estreno de Electra Garrigó, sucede otro gran momento en el teatro cubano en el siglo XX: el día 8 diciembre de 1962 se estrena Aire frío, pieza dirigida por Humberto Arenal en la sala Las Máscaras.

Mientras Electra Garrigó llega a lo cubano mediante una elaboración formal, discursiva y alegórica, que podría precisar una descodificación por parte del espectador, Aire frío alcanza el acomodo de la belleza más cotidiana; la expresión de lo cubano en sobrada sencillez. La familia Romaguera, como la Garrigó, es instalada en lo más hogareño; sin embargo, mientras Electra Garrigó da una familia cubana genérica, Aire frío es la familia de su autor.

  Aire frío, versión de Carlos Celdrán

La obra es escandalosamente autobiográfica; “debo confesar –declara Virgilio en el prólogo a su Teatro Completo–, que esta pieza es más que todo una inmensa catarsis. ¡Cuántas cosas he tenido que sacrificar, cuántos pareceres, la oposición de mi familia; sobre todo, esos escrúpulos de conciencia que nos asaltan cuando uno se decide a poner sobre el papel a otras personas, y esas personas son mis padres y mis hermanos!”.La obra se retuerce en tiempo y espacio habaneros; sin eje argumental esencial, avanza en un todo compacto de hechos que marcan la trama que no se resuelve. Piñera al llegar de Buenos Aires en 1958 encontró a todos los suyos con el mismo temblor, deshojando el mismo clavel, las mismas sillas, las mismas camas, la misma pintura de las paredes, las mismas jarras de agua, la misma sed y el mismo calor.

Aire frío es la frustración que por tan cotidiana no se tiene conciencia de ella sino a través de rabias y arrebatos espasmódicos que  llegan y se van, se alivian con par de abanicazos o con la simple idea de comprar un ventilador. Frustración total y absoluta. La pieza no tiene resolución. Ninguno de los personajes logra nada.

Aire frío supera a Electra Garrigó en la perfección de lo cotidiano. Cotidianiza tanto, y tan bellamente, que tendrá el teatro cubano que agradecer siempre esta lección de autenticidad. Y todo por el calor, metáfora y realidad.

                         Yaikenis Rojas, la Luz Marina de Teatro de la Luna

Rindámonos ante la lección de análisis de un creador sobre su obra. Dice Virgilio:

“¿Qué quiero expresar en esta pieza? Hay un personaje central que se llama Luz Marina. Ella es mi hermana en la realidad, y en la pieza es el personaje dominante. ¿Qué pasa con ella? Es  una persona dominada por una obsesión: tener un ventilador. ¿Y por qué quiere tenerlo? Porque sufre de grandes calores. Ahora, ¿qué hay en el fondo de esa idea de tener un ventilador? Luz Marina es una persona alienada ante una sociedad de consumo. Esa idea de tener un ventilador en un país altamente subdesarrollado era la idea de muchísimos cubanos, que no se percataban de que aunque lograran poseer el ventilador, no por eso saldrían del subdesarrollo. Así, pues, esa idea era escapista y lindaba a su vez con lo ridículo y con lo patético. Ahora, si ampliamos la idea de Luz Marina al resto de la familia cubana, vemos que el medio social cubano vivía obsedido por la sociedad de consumo en una sociedad no desarrollada y que no podía tener cubiertas todas sus necesidades. Pues bien, todo en esta pieza gira alrededor de ese ventilador. Hay un personaje principal que es el tiempo, el cual pulveriza a los demás personajes, que van apagándose lentamente a través de dieciocho años de vida familiar. Se repiten las situaciones con más o menos cambios de matices. En fin, eso es todo lo que sucede en Aire frío.”Cuando se haga la memoria del teatro cubano en el siglo xx, Aire Frío tendrá que encabezar la lista como una de las obras que pueden disfrutar de la absoluta maestría. Con esta obra me sucede lo que con algunas de las interpretaciones de Bola de Nieve, cada vez que me pongo a oír las grabaciones de este cantante siempre encuentro algo nuevo, otra sorpresa y otra admiración tengo que agregar. Aire frío tiene todas las cualidades que necesita una pieza para ser infinitamente representada, tal como Bola de Nieve tiene todo lo que hay que tener para nunca dejar de escucharlo cantar.

Aire frío como tragedia de la familia Romaguera, pese a que muchos directores al llevarla a escena han quitado, compuesto, aclarado o reparado algo en su estructura o en el desarrollo de su anécdota, tiene una factura dramática tan consecuente y sistémica, donde no hay términos absolutos ni certidumbres, donde la realidad adquiere una circularidad tan sorprendente, que considero un atentado desfigurar esa perfección.

Carlos Celdrá y Antonia Fermnández, dos de los directores del documental.

Por ejemplo, hay en la pieza dos escenas que algunos críticos han visto como prescindibles para que la obra no resulte tan larga, me refiero a la del Marqués de Veguita y a la de Don Benigno, el inventor de los nuevos inodoros. El encuentro entre Miranda, quien es el Marqués de Veguita y Ángel, posee unos diálogos de un absurdo tan enjundioso que desaprovecharla sería no entender lo virgiliano.Sucede que el Marqués, venido a menos, hecho Miranda, un viejo carcamán pero que sabe mantener en chispazos su aristocracia, carga con una loma de papeles que nada más y nada menos son las escrituras de sus posesiones que han sido robadas por el Gobierno y que él intentará recuperar para convertirse en un millonario; el empeño de Miranda por ser dueño nuevamente de lo suyo es una situación que destila amargura, decepción y a la vez risa, él le promete a Ángel que cuando recupere todo su dinero le regará un millón de pesos, pero Ángel solo necesita diez mil, cinco para comprarse una casita y cinco para poner una cría de gallinas. Y es a partir de estas esperadas gallinas que el diálogo explota en racimos de delicias.

Fátima Patterson, una de las directoras del documental

Entre Ángel, Miranda marqués a la vez viejo robado por el Gobierno y Luz Marina se establece un tríptico que va del sueño a la realidad, se trueca una cosa por otra mientras la desesperación va creciendo por todas partes. La otra escena que para muchos podría pasarse es la del inventor de los nuevos inodoros: don Benigno, a quien Ángel encuentra en la calle y lleva a la casa para que almuerce un poco pero lo que pasa es que no hay nada que almorzar, ni siquiera un poco. El viejo don Benigno enseguida se dispone a hacer una demostración práctica de su revolucionario invento, pide una silla y asegura que no habrá nada ofensivo en su demostración, al tratarse del asunto de los inodoros. Sucede entonces un momento de tanta teatralidad y despliegue de vitalidades tan absurdas que resultan verdaderamente entrañables dentro del teatro cubano, como lo es toda la pieza.