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Un Jack The Ripper Trastornado Dramatúrgicamente

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Por Roberto Pérez León

Al garete, sin programa de mano, entré a la sala Tito Junco del Bertolt Brecht a ver Jack The Ripper: no me abraces con tu puño levantado, training para Emilio que tiene 18 años. Creo que todo eso es el título, según el cartel que anuncia la obra y donde se dice que la dramaturgia y la dirección son de Agnieska Hernández Díaz.

Deduzco que se ha limitado el concepto de dramaturgia a la acepción de autoría del texto lingüístico y no como otra forma de realización escénica; en el cartel no está el nombre del grupo o colectivo teatral que asume la responsabilidad de la puesta en escena, aunque sí relaciona el elenco conformado por Antonia Fernández, Carlos Peña Laurencio y Pedro Rojas.

¿De qué va Jack The Ripper…? Pues de los incidentes de la existencia dislocada de un joven malhechor carcelario secundado por un amigo, y seguido por una mujer que pretende hacer una obra de teatro con la vida del muchacho que está preso. No se trata de teatro dentro del teatro ni de metateatro.

En verdad no sé qué es, si tragedia o desordenada presentación de las tribulaciones de un pichón bien criado de delincuente que no quiere dejar de ser niño, para que no lo trasladen a la cárcel de adultos. Bueno, esto hubiera podido ser el argumento de Jack The Ripper… En realidad, en la baraúnda de apuntes que es el texto, me encantó la idea esa de un delincuente adolescente que quiere pararse en la niñez para que no lo metan en la prisión de adultos. Después de todo es lindo asunto anhelar quedarse pegado a la niñez. Por eso El tambor de hojalata de Günter Grass es una  novela tan encantadora y dolorosa.

Pero en Jack The Ripper… esa idea y otras muy buenas solo quedan apuntadas alrededor del también esbozado destripamiento conductual del joven que entre jugador de tenis, patinetero y presidiario se diluye desde todos los ángulos de lo teatral junto con el amigo y la escritora que se le acerca para convertirlo en protagonista de una obra teatral.

En la representación el bullying es como un cierto leitmotiv. En verdad el acoso en la entrada de la adolescencia, el asedio escolar, la exposición física y emocional de un niño se convierte en una verdadera tortura metódica y sistemática de consecuencias imprevisibles. Esta situación es en la obra como una remembranza, invocación o memoria tal vez con la intención de justificar la conducta del joven proscrito, o no sé, no me queda del todo justificada tanta recurrencia al bullying.

Por otra parte, la representación sucede en medio de un ambiente que desvanece lo carcelario y el poder disciplinario correspondiente, hasta apelan los personajes al uso de celulares.

Jack The Ripper… es un ajiaco poco cuajado dramatúrgicamente; la logicidad interna, propia de la interrelación de los temas abordados, no queda hilvanada desde la forma del contenido como significado ni desde la forma de la expresión como significante; las sustancias tanto del contenido como de la expresión no tienen una trama consistente. Independientemente de la fragmentación con que se haya concebido el texto lingüístico, que puede desde lo literario ser sostenible, la vehiculación hacia la puesta en escena ha quedado estructuralmente, desde las mismas actuaciones, sin la orgánica concatenación de acciones y pasiones; los sistemas significantes componentes no consiguen la consolidación de un acto sémico que sirva como indicio, como hecho perceptible para una producción de sentido procedente.

Estamos de acuerdo en que una puesta en escena debe ser una confrontación, al duro y sin careta, con el texto lingüístico. Aunque no conozco el texto literario de Jack The Ripper…, sospecho que las semiologías de texto y representación han quedado sin el cotejo creador suficiente como para generar significados escénicos con consistencia sémica.

Jack The Ripper… pretende abordar los trastornos de la juventud, no necesariamente la cubana, aunque la nuestra también padece de conflictos socio-familiares. Pero en la representación la complejidad del comportamiento antisocial no queda expuesta sino anotada, no llega a sistematizarse en el orden dramatúrgico, y entonces se licúa y se hace capilar.

Sabemos que los seres humanos nos parecemos más a nuestra época que a nuestros padres.  Pero no sé a qué se parecen los personajes de Jack The Ripper…, aunque son movidos entre esbozos de lo familiar y lo epocal, pero ni uno ni lo otro queda debidamente desarrollado en el orden dramatúrgico.

Jack The Ripper: no me abraces con tu puño levantado, training para Emilio que tiene 18 años -¿será todo eso el título?-, es una puesta en escena con muy débiles actuaciones, insuficiente consistencia en el empleo de los materiales escénicos y poca identidad dramática. El hecho de que se haga música en vivo, se cante en inglés y se proyecten videos de chicos en patinetas, no la hace una puesta que ande por la médula de los trastornos de la juventud que tenemos cerca.