Por Alexander Londres
Guantánamo ya lo (re)conoce. Diversos espacios de la escena cubana han resultado plaza perfecta para sus performances, espectáculos e intervenciones danzarias.
Lleva la danza incrustada en el alma como lenguaje que define la expresión de su ser y condiciona su existencia.
Según cuenta, de niño tuvo otras inclinaciones artísticas; pero cuando empezó a conocer las verdades de la danza, se le llenó el corazón.
Formado académicamente en la Escuela Vocacional de Arte (EVA) Regino Eladio Boti, dio sus primeros pasos en el mundo profesional a partir de su inserción en Danza Libre, compañía que hace ya más de un cuarto de siglo, marcara el inicio de la ruta profesional de la danza en Guantánamo.
Las enseñanzas de Alfredo Velázquez, su maestro, le mostraron la disciplina, la entrega y la constancia necesarias para desandar con éxito –que nunca quiere decir sin escollos- por los caminos del arte.
Todavía en sus veinte, y ya atesora una larga lista de premios –entre ellos los más codiciados de la manifestación a nivel provincial y nacional- y reconocimientos que, más allá de las implicaciones subjetivas que trae consigo el otorgamiento de un galardón, han legitimado su obra y le han conferido un prestigio innegable como coreógrafo, en el entorno dancístico cubano.
Asimismo desde el magisterio -que ejerce como profesor de Repertorio en la EVA, jugando un importante rol en la formación técnica y estética de decenas de estudiantes de la especialidad-, ha tenido Yoel un desempeño loable. Creaciones suyas interpretadas por sus discípulos han tenido varios premios, durante varias ediciones consecutivas del concurso Ernestina Quintana de la Enseñanza Artística.
Sus amplias inquietudes artísticas le han impulsado a incursionar, también con lauros, en expresiones como la música (el rap) y la literatura (la poesía) para, según alega «exorcizar otros demonios» que lleva dentro de sí.
Pero no obstante sus logros, no traiciona su esencia de creador inquieto e inconforme, siempre en busca de alcanzar la perfección, cuya más alta pretensión es revolucionar el mundo a través de la danza, sin renunciar al terruño que lo vio nacer.
La trascendencia desde la lejanía de los principales espacios culturales, de la mirada de los más establecidos críticos y del más avezado público para la danza en la isla, no resulta impedimento a sus pretensiones de realización creadora.
Esa es la esencia de su presupuesto artístico, que ligado a un notorio compromiso social le ha hecho explorar en sus propuestas temas dolorosos -pero necesarios siempre que hablemos de buen arte-, en su caso particular convertidos en obsesiones temáticas recurrentes, como son la violencia contra la mujer y la depauperación de las relaciones humanas en los diversos círculos sociales, así como continuos acercamientos coreográficos a temas relacionados con las Ciencias Médicas.
El desapego a una construcción lineal de la narrativa danzaria, se evidencia claramente en la mayoría de sus composiciones. Siempre con abundantes referencias a la realidad contextual, se develan portadoras de sugerentes imágenes abstractas, asentadas en bases estéticas de una postmodernidad de la cual el coreógrafo toma la cualidad histriónica del actor-danzante, como recurso principal e instrumento para transmitir emociones al espectador.
Aunque no renuncia al lirismo, apuesta por el virtuosismo técnico, y es más frecuente en su partitura coreográfica el recurrir a una construcción del movimiento que habitualmente transgrede las fronteras del status quo de la danza contemporánea, en un discurso donde además se hace evidente una considerable carga dramática.
En las obras de Yoel González es muy común encontrar textos dichos por los bailarines; los objetos escenográficos y la música -generalmente compuesta en pos de las exigencias del movimiento-, se vuelven elementos imprescindibles para alcanzar el mayor de sus propósitos en la escena: el impacto en los públicos, a través de la decodificación de un mensaje abierto a múltiples lecturas y con un basamento filosófico profundamente humanista.
Sus peculiaridades creativas le han granjeado valiosas opiniones entre la crítica, que ha podido examinar sus posturas artísticas en disímiles eventos, festivales, concursos y espacios de presentación de todo el país, ya sea con Médula, la compañía que dirige, o desde las simbiosis estéticas y formales con otras agrupaciones como las guantanameras Danza Libre y Danza Fragmentada, la holguinera Codanza o el grupo bayamés Teatro Tiempo.
A la altura del siglo 21, cuando podría considerarse que casi todo está dicho en materia de danza, el joven representante de la vanguardia guantanamera prosigue en su apuesta por la innovación y la experimentación. Estos dos estamentos, que se descubren como constantes en el trabajo de Yoel González Rodríguez, le permiten mantener un continuum de formulaciones escénicas concebidas para establecer el diálogo artistico desde lo más novedoso, en el seno de un movimiento profesional danzario tan prolífico como el guantanamero, con agrupaciones de gran historial e insoslayable nivel cualitativo, pero que por momentos se advierte anquilosado en el ámbito creativo.