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Yarini, danza para entenderse con su presente

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Por Noel Bonilla-Chongo

Yarini: arquetipo, leyenda, personaje y su mito, regresa para seducir la creación en la danza cubana antes que concluya este 2023. Recordemos la versión que, bajo la concepción coreográfica de Iván Alonso, música de Edesio Alejandro y dirección general de la maestra Laura Alonso se estrenara en 2018. En aquel momento, la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso acogió la coproducción entre el habanero Centro ProDanza y la compañía estadounidense Werb Ballets, contada desde el lenguaje de la danza académica.

Ahora, justo el 29 y 30 de diciembre, es el escenario del Teatro Martí quien trae un Yarini que pretende entenderse con el presente. Y sí, pues en la proposición de Roclan y el Ballet Revolution, si bien pudiera gravitar alguna presunción de referencialidad con la obra dramática Réquiem por Yarini, de Carlos Felipe y, con el interés del dramaturgo por revisitar el pasado trágico, ahora es el presente del espectáculo quien narra los hechos más allá de cualquier relato. Obvio, pudiera pensarse que, a modo de vasos comunicantes, hay hilos que traman la acción, hay personajes o roles que definen circunstancias y motivos dentro de la fábula coreográfica; pero, presencia y despliegue de danza pura, es la factura espectacular en este Yarini.

En el Yarini de Roclan & Ballet Revolution, el presente del andamiaje teatral, aun posibilitando alguna fuga al pasado o al futuro, dejan muy claro que todo converge en su aquí y su ahora, a modo de hecho que transcurre indetenible, “solitario”, “inadvertido”, autónomo, sin nostalgia por lo que ya ocurrió y sin fantasía por lo porvenir. La propia estructura que organiza los sucesos (empezando por el desfile mortuorio del “Gallo de San Isidro”), ejerce su acción desde lo ficcional que toma forma en el nosotros que se construye entre platea y escena, entre danza y lenguaje y, claro, entre lo antojado y los supuestos venidos de la anécdota. Vida y muerte, el fatum trágico del “héroe” como principio y fin del hecho coreográfico. Quizás, la muerte simbólica habla de la pericia y propensión transformadora de los hechos, terreno donde se coloca la agitación, la pulsión y limpieza gestual, corporal y animada de los pasos y sus combinaciones virtuosas.

Sabemos de la excelencia formativa e interpretativa de los integrantes del Ballet Revolution, la mayor parte formados en nuestra Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso. Y en Yarini, Roclan no renuncia al poderío convertidor de la técnica, a la revelación de los acontecimientos desde el empleo de grandes saltos, giros, cabrioles; entradas y salidas, imágenes congeladas, suspendidas, sutiles transiciones entre un efecto y otro. Parecería que el coreógrafo sabe que la danza es el paseo del paso, es lo que se sugiere y esconde, se declara y silencia entre el paso y su travesía. Con Roclan, la danza aparenta siempre dar esa lección perdurable: nace para transformarse, arraigando el dinamismo, el cambio, la maleabilidad, el cambalache y la condición efímera inherente a todo lo humano. Su Yarini muere no como lucha contra la muerte, sino mejor, como vida entregada con la conciencia de que se está muriendo.

Pero, con todo y más, presagio un mañana de mayor alcance en la propuesta. No solo por la calidad de presencia cualitativa que pudieran ir ganando los jóvenes danzantes hacia el futuro del espectáculo, sino desde el manejo y dominio del propio estado creativo del baile en ese exceso de vida del que hablara Valéry, pues danzar es accionar en ese “espacio fluido, plástico e inagotable” que une un punto con otro, un plano con el siguiente, un cuerpo con su corporeidad expandida, etc.

Y si regresáramos a la anécdota primigenia, a esa pericia técnica y sensibilidad teatral conque Carlos Felipe se apropiara de patrones esenciales de la antigua tragedia griega, para procurar una nueva perspectiva que implicaría su ser narrante del entorno, normas y valores que muy bien conoció en los barrios habaneros próximos al muelle, a las casas de citas y mundo marginal donde viviera por tantos años, entendemos este homenaje que Roclan lanza, en afán transformador, a San Isidro y sus gentes de hoy.

De ahí que su pieza nos habla de ambientes, nos sugiere y esboza situaciones y aun cuando podemos advertir ciertos comportamientos que aluden a roles claves (la Santiaguera, la Jabá, la Dama del Velo o Bebo la Reposa), Roclan, como Carlos Felipe no se ata a los sucesos históricos que marcaran la temporalidad y diversos itinerarios en la escritura de la obra dramática de Felipe. Aquí, los peligros que amenazan a Yarini ya no solo son externos, ni estipulados por predicciones ni sortilegios; sino también, están dentro de él y pueden conducirlo a transformarse en su opuesto (el famoso error trágico que Sófocles entablaría en la tragedia griega.

Cierto es que, en este Yarini el tiempo teatral pasa y no pesa, se disfruta sin enrarecimientos de los hechos, sin enmascaramiento de la acción corporal, quizás dentro de ese “exceso de vida” ya aludido, pero con una acción significante transparente, sin que se pretenda “comunicar” a priori; mejor, expresar goce, deleite del baile, del paso y sus señas grandilocuentes. Podría Yarini “entenderse” en sus bailes de parejas, ahora ese tipo de comunicación a establecer tendría más que ver con el lenguaje que teje, arma y configura conductas y cualidades bailantes, y no tanto con las contingencias discursivas que la danza como lenguaje pudiera emprender.

Yarini, danza para entenderse con su presente. Para tender un puente que nos implique en el qué ocurre, para darnos un nivel de participación y regalarnos el disfrute del labrar en unísono. En el acorde temporal/espacial del tiempo de sus bailarinas y bailarines y el nuestro de lector-espectador que va despidiendo un lapso que seguirá apelando la justa eficacia teatral que nos haga felices.

Tomado de Cubarte