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XIOMARA PALACIOS EN NUESTRA ESCENA Y EN NUESTROS CORAZONES

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Por Marilyn Garbey
Imaginaba que su risa nos acompañaría por mucho tiempo, que coincidiría con Xiomara Palacios en cada lanzamiento de La Gaceta de Cuba, que al salir del Teatro Mella compartiríamos comentarios sobre la obra que acabábamos de presenciar. Ahora sé que no podré llamarla para decirle que Spielberg la quería en su futura película y que nunca más volverá a responderme: “comemierda, siempre me tomas por sorpresa”.
A Xiomara Palacios la voy a extrañar. Tomar el café en su casa era un placer porque llegaban largas conversaciones sobre los más disímiles asuntos de la vida. Si tenía alguna duda de un pasaje de la historia cultural del país, ella podría ser una valiosa fuente de información. Si era preciso valorar el trabajo de un actor, ella provenía los aspectos técnicos de la especialidad. Si aparecía alguna novela de autor cubano, ella leía primero y recomendaba, o no, su lectura. Si quería confirmar algún chisme de la farándula, dejaba escuchar su comentario, al que siempre le seguía la risotada.
La mujer que fue discípula de Adela Escartín protagonizó los años fundacionales y luminosos del Guiñol Nacional, adonde llegó de la mano de Carlos Pérez Peña para sentar cátedra al interpretar La cucarachita Martina, en versión de Abelardo Estorino. También apoyó al debutante Raúl Martín en el montaje de Fábula del insomnio y asumió el rol del Hada verde. Los espectadores la recuerdan en La divina moneda, bajo la dirección de Osvaldo Doimeadiós, obra en la que el público estallaba en carcajadas ante sus apariciones. Ella se sentía feliz en el escenario, con el público expectante, por eso trabajaba tanto. Podría ser con un experimentado como Carlos Díaz, o con alguien más joven como Irene Borges, entre otros creadores.
Fui afortunada al trabajar con ella en Teatro Pálpito, en el inolvidable montaje de Con ropa de domingo, el texto de Maikel Chávez dirigido por Ariel Bouza. Era tarea titánica lograr que Xiomara aprendiera los textos de memoria, pero la empatía lograda entre ella y Maikel en los roles de madre e hijo, fue extraordinaria. La fábula versaba sobre un niño campesino que quiere irse a la ciudad para ser titiritero, y el desgarramiento que tal noticia provocaba en sus padres. La historia era la de cada uno de los intérpretes, gente que abandonó su lugar de origen para hacer realidad sus sueños, y Xiomara resplandecía en el escenario como la madre que no quería separarse de su hijo, pero que comprendía la necesidad de su partida. Ternura y humor se mezclaban en su personaje, muy aplaudida por el público en escenarios de Cuba y del mundo.
Gracias a Xiomara pude entrevistar a Roberto Espina, el gran titiritero argentino, pues ella prestó su casa para el largo encuentro. También me compartió numerosas anécdotas de sus colegas del mundo, que llegaban a Cuba y de los que a veces no teníamos mucha información.
Tuve la suerte de ser parte del jurado que le concedió la Distinción Hermanos Camejo y Pepe Carril, reconocimiento de los colegas de profesión a su labor. A estas alturas, me regocija haber sido parte de ese gesto de honrar a quien lo merecía, para evitar recordar que el Premio Nacional de Teatro le fue esquivo. Rubén Darío cuenta cómo lo llamó para decirle que no se quedara con el diploma, que no le fuera a quitar su nombre y ponerle el suyo.
Sé que ya no volveré a disfrutar de la conversación con Xiomara, pero me quedan muchas imágenes en el recuerdo, y guardo para siempre su gracia y su agudeza. Cierta vez le pregunté por qué estaba tan atenta a la vida cultural me dijo:
“Bueno, simple y llanamente porque me gusta, me gusta el buen cine, la buena literatura, el buen teatro. Me gusta ver teatro, conocer qué es lo que están haciendo mis colegas. No solamente voy al cine, también leo mucho. Y limpio mi casa, cocino, lavo, plancho. Estoy leyendo un libro de Marta Rojas que acaba de salir, Inglesa por un año”. (1)
Entonces, Xiomara Palacios, llegó la hora del adiós. Te extrañaremos.
(1) Entrevista concedida a Habana Radio, en noviembre de 2006.