Por Fiorella Franco
Dos actores salen de sus casas, atraviesan la ciudad y llegan al teatro, ofrecen el saludo diario. Son las cuatro de la tarde, ahora, a las seis comienza la función. Seleccionan la ropa y la música para el entrenamiento. Unas planchas, unas sentadillas, unos golpes de boxeo, se extienden de media a una hora de puro sudor.
Hoy El social está en la escena. Se estiran, toman agua y un poco de té energizante. Una toalla recorre sus cuerpos cálidos y mojados. Son las cinco, es hora de desnudarse, de dejar las cotidianidades fuera de las tablas. Entrarán y se apoderarán como las almas de los cuerpos, las entidades o personajes que por cincuenta minutos dirán algo más que parlamentos al público, contarán una historia ya antes contada. Pero cada actor y director le imprimen su toque personal a cualquier texto.
Douglas Kindelán, tramoyista devenido actor y Darwin Matute, bailarín que también se adentra al mundo del drama teatral, serán esta vez, en el escenario del Café Teatro Macubá, el Manolo y el Cheo Malanga, a los que Eugenio Hernández Espinosa les puso voz en la década del 70. Dirigido por Fátima Patterson, El social, es una versión de Mi socio Manolo, historia del dramaturgo que salió del Cerro habanero, e inmortalizó historias de hombres y mujeres de cincuenta años atrás, tan semejantes a las que tenemos hoy.
La atemporalidad de El social o de Mi socio Manolo, nos hace repensar la violencia como un problema presente, y la asociación de lo marginal con ella misma. Dos amigos, igual barrio y estrato social, separados durante algún tiempo, regresan al espacio que les hace recordar que no eran, sino, son los mismos de antes. Cuestionan sus vidas con aparentes ausencias de complicaciones. El detonante de la trágica y miserable historia de dos vidas simples pero ambiguas.
El Estudio Teatro Macubá cierra el, digamos, fatídico año 2020, con este espectáculo. Fátima Patterson directora de la compañía y dramaturga que, como Eugenio Hernández, ha dedicado su vida a escribir desde una mirada profunda al Caribe, y a lo intrínseco del cubano como ser social rico y complejo, traslada a estos personajes a una cuartería cualquiera de Santiago de Cuba. Lo trágico da un vuelco y se torna un espacio para la reflexión. Logra convencernos de que todavía siendo víctimas del paso del tiempo, el entorno social en el que crecemos y las vicisitudes que enfrentamos en nuestro bregar, son una marca de por vida, aun cuando sea nuestro empeño negarlo.
Foto: cortesía del Centro de Comunicación de las Artes Escénicas de Santiago de Cuba