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Verónica Lynn: la figura del sonido y el trazo en la actuación

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Por Roberto Pérez León

Hubo un tiempo que en los escenarios nuestros abundaban actrices de soberano poderío. Fueron tiempos de gestas teatrales. En aquel tiempo glorioso Verónica Lynn, en 1962, estrenó Santa Camila de La Habana Vieja donde ella era la Camila de aquella Habana, pocos meses después vuelve a estrenar otro de los pilares de nuestra dramaturgia y hace la Luz Marina de Aire Frío. ¡Qué hazaña!

Resulta que esta actriz a sus 92 años es Matilde: una vieja serena, desmemoriada, divertida, valiente, refinada, dramática, alegórica, disparatada. Matilde es uno de los dos personajes de Frijoles colorados, obra de Cristina Rebull que hace más de veinte años fue escrita precisamente para Verónica Lynn.

Frijoles colorados mereció en 2001 una de las menciones del Concurso Virgilio Piñera de la Revista Tablas. La obra fue estrenada por Teatro D’ Dos. Ahora Trotamundos y Mefisto Teatro la suben al escenario de la sala El Sótano.

La Pandemia que a todos nos detuvo también impidió que Verónica Lynn celebrara sus 90 años en escena. Pero la pandemia pasó. Verónica cumplió los 90 y pasaron los 91. Y este año llegaron los 92. Entonces ella ha celebrado esa pila de años con todo el derecho que la asiste como gran señora de la escena: se ha montado Frijoles colorados. Sí, se ha montado porque, junto a un gran equipo de trabajo, ella ha asumido la dirección artística de la puesta.

Años dándole candela a esos frijoles, pero la cazuela no largó el fondo. Más tarde o más temprano tenía que ser la señora Verónica Lynn quien los ablandara. Huelen los frijoles colorados sazonados por Cristina Rebull. Hasta la misma Nitza Villapol los hubiera celebrado porque, sin que me quede nada por dentro, esos frijoles están de rechupete, tienen de todo, son el plato más delicioso de la mesa teatral de este mes de mayo en La Habana.

Sin trastornarla, a esta magnífica obra la ronda todo el tiempo el fantasma de Dos viejos pánicos de Virgilio Piñera: Matilde y Federico son dos viejos también de pánico como los virgilianos Tota y Tabo. Matilde y Federico vigilan el ablandamiento de los frijoles colorados. Patrullan la cazuela, pero nananina tres patines; no obstante, ellos no decaen y siguen dándole candela a los frijoles que al final quedan como balines y los cogen para lanzarlos con tirapiedras en la guerra que tienen que afrontar con heroísmo carnavalesco ante la rata Paco.

Matilde y Federico están solos, abandonados por la razón, se aman, no saben por qué, no recuerdan si fueron esposos, hermanos o amigos. Matilde es Verónica Lynn y Federico es Jorge Luis de Cabo.  Entre los dos existe un brío palpitante. De Cabo no acompaña a Verónica. Y digo esto porque junto a la tremenda solidez escénica de la señora Lynn asumir su contraparte es algo muy fuerte. De Cabo ha sabido ser cómplice, sostener y nutrir el retozo que demanda la obra.

En el juego teatral de Frijoles colorados sobresalen los aspectos lingüísticos, esenciales en el trabajo actoral. Ciertamente, como proclamaba Ortega y Gasset, la palabra es un sacramento de muy delicada administración.  Entre el plano de la expresión verbal y el de la expresión psicosomática tiene que existir una conjunción lógico-estética: gestos, ademanes, movimientos, entonaciones, dicción deben ser ensamblados con la reverberación y el linaje de la contemporaneidad. Es admisible que un plano prime sobre el otro: teatro de la palabra y teatro de la acción, cada uno tendrá sus particularidades y producirá efectos y sortilegios en el receptor.

Si destaco la importancia de lo vocal-expresivo en el trabajo escénico es porque a veces voy al teatro y no entiendo lo que hablan los actores y las actrices. ¿Será que estamos descuidando la comunicación lingüístico-auditiva en la formación actoral?

Si no somos lo suficientemente diligentes al respecto tenemos en Frijoles colorados una muestra de la debida ejecución de los elementos lingüísticos y paralingüísticos en escena.

Verónica Lynn posiciona sonidos, frases, palabras, parlamentos con los justos valores fonológicos, pragmáticos, semánticos a través de flexiones y curvas tonales, melódicas y una serena corporalidad, todo lo cual complementa y enriquece la expresividad.

Verónica Lynn desarrolla las modalidades comunicativas de la polifonía enunciativa que requiere el trabajo actoral en esta pieza. Sus gestos, como elementos del lenguaje corporal, constituyen figuras discursivas que junto a la valencia de la comunicación verbal hacen de su presencia escénica una contundente área de significación en el escenario. Por lo que quien acompañe en escena a esta señora debe estar atento a la existencia del esplendor actoral que de ella emana y así poder mantener la vibrante energía de los diálogos.  En este caso acompaña a la señora Verónica Lynn el experimentado actor Jorge Luis de Cabo y entre los dos desarrollan una poética actoral activo-vivencial que consolida el sentido global de la puesta.

Dentro de la práctica significante de Frijoles colorados la enunciación verbal es un elemento de semiotización de los significados producidos por el trabajo actoral.

El discurso lingüístico semiotiza, convierte en signo la enunciación verbal como significante y distancia la escenificación desde el absurdo, la comedia, la ludicidad, lo alegórico, la tragicomedia.

Los signos verbales son un modo de significación poderoso en la simplicidad y elementalidad de la puesta. El monopolio de la actuación en Frijoles colorados está en la realización vocal de Matilde y Federico. Se trata de una puesta absolutamente logocéntrica, en un ambiente de significaciones, donde las situaciones de enunciación que propician la escenografía, las luces, el vestuario son recursos no icónicos del decir actoral.

Tiene Frijoles colorados un diálogo que dentro de una misma situación escénica se convierte por momentos en diálogo de sordos por la divergencia e incoherencia que reina entre Matilde y Federico. Sin embargo, cada uno no habla por su lado. Intelectual y emocionalmente son compatibles y esto es uno de los mayores logros dramatúrgicos de la obra.

Matilde y Federico están en la misma cuerda: la soledad, el desamparo. No hacen una representación de la realidad de dos viejos, sino que nos revelan la vida de dos viejos entre nosotros.

Fotos: Pablo Massip