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Veintisiete septiembres de un teatro vital

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Por Frank Padrón

Otro aniversario dentro de las casi tres décadas que lleva andados Teatro Vital no los ha sorprendido (ni a nosotros) tan solo soplando velitas: la compañía que comanda el también actor Alejandro Palomino, ha celebrado en grande mediante dos contundentes estrenos.

Primero fue Cuarentena, del matancero Ulises Rodríguez Febles, premiado texto de ese imprescindible dramaturgo quien nos ha legado piezas claves dentro del imaginario teatral cubano, como Huevos o El Concierto.

En una bien resuelta bitonalidad que mezcla con acierto los registros serio –trágico incluso- y humorístico –realmente difícil, pero conseguido con tino para la gravedad que anuncia desde el título-, la obra sigue a una familia cubana en medio de la terrible pandemia que nos azotó durante los dos últimos años.

El miedo, la zozobra, la irresponsabilidad, los dilemas éticos, el cambiazo que desde el punto de vista socioeconómico y espiritual significó ese flagelo que mudó de manera drástica y brutal la vida planetaria y cobró en todo el mundo tantas vidas , holló como se sabe nuestra isla con particular saña, dentro de la cual, sin embargo, resultó ejemplar la actitud de médicos y personal de salud, o científicos que lucharon sin descanso para confeccionar una vacuna propia y eficaz que afortunadamente se consiguió.

La enfermera de la pieza que comentamos es un vivo ejemplo de entrega profesional y humana, a riesgo de la propia vida, que trasunta sin hipérboles la realidad que vivimos, mientras el resto de los personajes no se quedan detrás en cuanto a devenir representaciones bien perfiladas de actitudes y tipos que diseñaron el mapa social entre nosotros durante los días angustiosos e impredecibles de la Covid 19.

La puesta, dirigida por Palomino (acaso sería pertinente quitar un poco de énfasis a su desempeño actoral en el papel de Marcelo, así como matizar un poco más las transiciones en la Elena de Mayelín Barquinero) se esmera en la racional explor(t)ación del espacio, la escenografía minimalista y funcional del propio director, las luces acertadas de Yoan Palomino en la conformación de atmósferas y la ductilidad de la mayoría de las actuaciones (Nora Elena Rodríguez, Enrique Bueno, Ary Fonseca, Ernesto Tamayo…); rubros que lograron cristalizar la sólida arquitectura dramática erigida por Rodríguez Febles, con gradaciones y tensiones que nunca desbordan ni aterrizan en el morbo o los excesos que el tema pudo generar.

Meseras es el nuevo montaje de Vital Teatro que se suma al festejo de la compañía. Texto escrito esta vez por el propio director, se sitúa en La Habana de principios de los 60, en la cual dos mujeres que trabajan en un bar ahora vacío, evocan recuerdos, intercambian vivencias, confiesan secretos, hacen planes, mientras esperan esa clientela que no aparece.

El bolero, especialmente dentro de la línea filin, es la columna vertebral del discurso, con célebres canciones de «dos Orlandos» emblemáticos dentro de esa línea y todo el patrimonio musical cubano: Contreras y Vallejo, aunque temas de otros no menos significativos autores son recreados por estas dependientes en cuyos diálogos e historia

s se percibe la atmósfera compleja y peculiar de los primeros años revolucionarios, mérito incuestionable de Palomino, quien ha logrado recoger y trasmitir el contexto de sueños y aspiraciones del nuevo proceso,  sin olvidar los ecos de un muy reciente pasado seudo republicano que aun repercute en las vidas e historias de estas mujeres heridas y sin embargo entusiastas, solidarias entre ellas, dispuestas en enfrentar los nuevos retos entre tragos de cubalibre y segmentos de conocidos boleros.

La perspectiva dialógica del texto trasciende los intercambios verbales de los personajes para hacerlo con un público receptivo y cómplice; una vez más se saca feliz partido a una escena que capta y trasmite la intensidad y vitalidad del relato, alternando entre la risa y el dolor, la rabia y la esperanza, dentro de una combinación de registros también notablemente resuelto desde la escritura y en la puesta.

Claro que una gran responsabilidad llevan en ello la labor de las dos actrices, Mayelin Barquinero y Alina Molina, centradas, viscerales, convincentes de principio a fin. Aun cuando ellas mismas se encargan de encauzar la música, que tanta importancia diegética tiene en la puesta, sería un refuerzo dramático nada desechable la presencia de una victrola –me refiero, claro, a una representación de esta- como se sabe imprescindible en los clubes y centros nocturnos de la época, y el sonido de algunos números en las propias voces de esos cantantes y compositores que integran de modo esencial el texto.

De cualquier manera, un aplauso a Meseras, lo más reciente de Vital Teatro, otra prueba al canto de que su nombre, veintisiete años después, sigue correspondiendo a su trayectoria y a su poética.

Imágenes tomadas del perfil de Facebook de Alejandro Palomino