Por Norge Espinosa Mendoza
El primer espectáculo que vi de Teatro de las Estaciones fue El Gato con Botas, creado a dos años de la fundación del grupo que Rubén Darío Salazar Taquechel y Zenen De Jesús Calero Medina soñaron como una casa propia. Era un paso seguro en el proceso de re/aprendizaje que marcó la primera etapa del colectivo, que aún no tenía sede ni salario, y existía más como un empeño que como una verdad palpable.
Han pasado veintinueve años de aquel 12 de agosto en el que las estaciones pasaron a significar algo más en el calendario teatral de la Isla, y es una alegría infinita comprobar que desde aquel sueño creciente hasta este momento, Teatro de las Estaciones sea en nuestros ojos y en nuestra memoria una hermosa manera de compartir tantos anhelos y rescatar tanto de nuestra tradición en términos siempre vivos y palpitantes.
De aquel gato, aquel títere de guante que se alzaba sobre un pequeño retablo, Las Estaciones ha ido sumando desafíos, abrazos, encuentros y despedidas. Porque no se habla ya de un repertorio sino de un largo tiempo de vida, de casi tres décadas de espectáculos, exposiciones, libros, documentales, talleres, eventos, investigaciones, polémicas y confirmaciones. Nacido en años de crisis, ha sobrevivido porque su corazón no se ha paralizado, ni en los logros ni en los elogios, ni ante los obstáculos que sirven a ratos como excusa.
Quien haya visto de tres o cuatro puestas de Las Estaciones sabe reconocer un sello inconfundible, un aire de familia, un trazo resuelto como acto narrativo y no solamente un color, que ratifica el sitio desde el cual este grupo sigue obrando, como un impulso que no alienta únicamente en Matanzas, sino a todo el movimiento del teatro de figuras en Cuba y también a otras expresiones de la escena, la música, las artes plásticas y más allá.
Qué suerte haber sido parte de ese sueño. En aquella función de El gato con botas, programada en el evento de pequeño formato al que nombramos Yorick, tuve que asumir con Marilyn Garbey el trabajo de luces y sonido de la puesta, al no aparecer el técnico de la sala del Museo de Arte Colonial.
Hoy no hay funciones de teatro ya en ese museo de La Habana Vieja (otro espacio perdido), pero ahí está Teatro de las Estaciones. Como un símbolo de fe hacia tantas cosas.
De gira por Europa, el grupo anda sorprendiendo allá con Carnaval, su estreno del 2023. Y hasta allá le mando el abrazo agradecido de hermano hoy cómplice que soy de ese sueño tan crecido, que vi por vez primera en los ojos de aquel gato travieso y mañoso que me recordó a los que veía en los programas titiriteros de la televisión de mi infancia. Felicidades otra vez a Teatro de las Estaciones, digo, pensando en cómo será esa intensa jornada que ya casi se avecina para festejar los 30 años en el 2024. Y espero, antes de que llegue próximo cumpleaños, lograr que Rubén me revele si se llegó a estrenar su prometida puesta de Una aventura espacial.