Por Yanetsy León González
El teatrista y promotor cultural Ramón Silverio viajó desde Santa Clara hasta Camagüey con su Compañía Teatral Mejunje para presentar No importa, y recibió como anticipo de las funciones un diálogo de culto porque en el sentido martiano y a través de su obra ha enseñado a vindicar la dignidad plena de todos.
Uno de los escenarios del Centro Cultural José Luis Tasende estuvo dispuesto para conversar con naturalidad a partir de las provocaciones del anfitrión Freddys Núñez Estenoz, a quien ni el cariño al invitado ni el té combinado con limón neutralizó la sal con pimienta de sus criterios, pareja tan sólida como significativa y, por ende, indispensable para la vida.
A Silverio no hubo que preguntarle mucho. Un primer abrazo bastó para un tejido de reflexiones a partir de anécdotas, desencuentros y metas acerca de El Mejunje, ese hijo legítimo de un guajiro pobre y honrado que lo sembró en 1984 como el hogar donde cultivar el respeto a la diversidad de talentos y de personas.
Los lazos con Camagüey salieron a relucir desde el principio, porque en las primeras actividades estuvo el ya desaparecido Conjunto Dramático, y de la historia de las últimas dos décadas, Teatro del Viento destaca entre los grupos fieles a su festival y admirados por el público santaclareño.
El Mejunje tiene fama de leguleyo porque si algo ha promovido son los derechos humanos contra toda exclusión, discriminación y estereotipos. En su momento afrontó las campañas de los prejuiciosos que insistían en cerrarle las puertas a los excluidos de la sociedad como el gay y tuvo que lidiar con el sensacionalismo en medios extranjeros al fundar el evento de transformismo Miss Travesti.
Generar este tipo de “escándalo”, dicho en broma y en serio, ha sido estratégico en el lugar donde la gente deja la máscara en la puerta y entra sin convenciones ni hipocresía a vivir la experiencia del arte y la relación lo más humana posible. Pensar en todo y en todos pasa allí también por garantizar la inclusión desde los precios de seis, diez y treinta pesos cubanos, risibles en una Cuba de inflaciones.
Para Silverio, el mejor de los Mejunjes será el del presente y el del futuro, porque se mantiene vivo con los hijos y los nietos de quienes lo fundaron hace 39 años. Él cumplirá 75 el 22 de septiembre pero no se halla en esa edad. “Yo tengo 20 años”, dijo casi al inicio y, sin dudas, durante el intercambio confirmamos que habita en la juventud, por todas sus rebeldías, con sus batallas y sus victorias, con sus antojos, sí, pues celebrará los 80 con otro ascenso al Pico Turquino.
Por si fuera poco, después de admirar la buena cosecha desde la perspectiva de los actores del grupo teatral Mejunje, el público del Tasende, conformado principalmente por estudiantes y profesores de la Academia de las Artes Vicentina de la Torre amplió el perfil del maestro con el documental El otro Silverio, realizado por el protagonista con el joven cineasta José Ernesto Aparicio Ferrera. Se le vio y escuchó andar por la maleza donde estuvo su casa, su escuela, su inicio como pedagogo y promotor cultural.
Ramón Silverio es un ser querido por muchos camagüeyanos, unos del ámbito artístico y otros, los que estudiaron en la universidad santaclareña que crecieron como público en su proyecto. Se llevará de aquí las ovaciones y la gratitud por persistir, ya que él mismo afirmó que nada se mantiene sin constancia.
Adelante comparte como cierre de este elogio, ideas de Ramón Silverio, Maestro de Juventudes y Premio Nacional de Cultura Comunitaria. Sus afirmaciones en Camagüey han de ser puntos de partida en la Cuba actual que solo merece la buena cosecha de sus hijos.
BITÁCORA DEL MEJUNJE DE SILVERIO
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Tomado del periódico Adelante