La virtud de la puesta en escena está en el balance y la dosificación con que potencia el retrato de Manuela Sáenz
Por Omar Valiño
En Buenos Aires pude disfrutar de un espectáculo que, en el futuro, me gustaría repetir en Cuba en medio de nuestro público. La celebración de Manuela Sáenz estaba de temporada en la sala del Celcit, el Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral, en su filial argentina. Allí me enteré de que pronto han de abandonar esa sala ante la imposibilidad de gestionarla por sus actuales costos, aunque continuarán con su labor de formación, difusión y promoción del teatro austral.
El unipersonal lo protagoniza y dirige Cecilia Hopkins. Parte de una obra del narrador y poeta ecuatoriano Luis Zúñiga, autor, en 1991, de la novela histórica Manuela, con ediciones cubanas por el Fondo Editorial de Casa de las Américas y la Casa Editora Abril.
Nos encontramos ante un repaso de la vida de Manuela Sáenz, la adelantada mujer nacida en Quito, de decisivo aporte a la lucha por la independencia americana de inicios del siglo XIX. Militar, oficial condecorada, participante en grandes batallas de esa gesta, compañera de ideales de su amante Simón Bolívar, por quien abandona al esposo legal de un matrimonio arreglado por el padre.
Manuelita se encuentra, al final de su vida, prácticamente desterrada, en el pueblo de Paita, junto al Pacífico peruano. De manera muy inteligente, la actriz subraya su lejanía y soledad desde las rutinas del quehacer doméstico convertidas en precisas acciones escénicas. En contraste, deja a su verbo la evocación de pasajes claves de su trayectoria, caracterizada por la rebeldía, la sagacidad y el arrojo.
En medio del laboreo cotidiano aparece con fuerza, por supuesto, la figura del Libertador. Manuelita, con su cercanía lícita de amor y veneración, lo ve, y lo trata, más como el hombre Simón Bolívar. Admiración para el guerrero y sus sueños, comprensión para su ingenuidad, odio a quienes lo traicionaron y abandonaron. De ahí los nombres de sus perros: Santander y Páez.
Entre objetos de condición artesanal y un espacio escénico mínimo, creados por Milena Machado, e iluminados por Agustina Piñeiro, Cecilia encuentra la voz de su personaje, se despoja del acento porteño y asume con toda solvencia la norma quiteña. De este modo dota de cercanía y esencialidad el contacto en presente de la historicidad del personaje.
La virtud de la puesta está en el balance y la dosificación con que potencia el retrato de Manuela Sáenz. La acción viaja hacia adentro de la actriz; alumbra con riqueza la escena, desde el profundo conocimiento y práctica del entrenamiento actoral y la dramaturgia de actor, pero sin la menor mímesis de otros referentes en tales caminos.
No es un espectáculo sombrío, pero sí velado por la injusticia, en su tiempo, contra esta gran mujer. Manuelita se ríe y se conmueve, con Cecilia lo hacemos sus espectadores. Ambas se juntan desde una pujante celebración nostálgica.
Cortesía de la actriz
Foto:Tomado del periódico Granma