Por Yoamaris Neptuno Domínguez
Desde el teatro El Sótano, un espacio que después de una remodelación abre sus puertas para figuras muy especiales dentro de la manifestación teatral, conversamos con Norge Espinosa Mendoza, poeta y ensayista reconocido en el mundo teatral, quien se estrena —y aclara con entusiasmo— como director en una propuesta escénica bien interesante. Se encuentra en medio de un ensayo, próximo al estreno de la esperada obra Un domingo llamado Deseo. Acepta la plática y mientras responde, se nota una mezcla de reverencia y emoción contenida. Habla con respeto profundo, pero también con una chispa de orgullo por estar al frente de un homenaje tan significativo. Su voz se vuelve más pausada cuando menciona el legado, como si pesara con dulzura.
Un domingo llamado Deseo, primero que todo, es un homenaje a Verónica Lynn, a una actriz con una trayectoria sencillamente extraordinaria, que ha atravesado todos los medios, que ha dejado una impronta de personalidad, de rigor, de constancia en cada una de sus grandes apariciones. Esta es una obra que mira esa trayectoria, pero que no es su biografía ni muchísimo menos. Aquí Verónica está interpretando a otra actriz que debe decidir, durante el espectáculo, si acepta o no un último homenaje. Es un repaso no solo a momentos importantes de su trayectoria que vuelven a escena en algún momento, pero siempre desde la perspectiva de que ella está interpretando a esta otra gran actriz, que puede ser o no Verónica Lynn, como también puede ser otra gran figura del teatro cubano. El tributo que se hace en la obra no es solo a ella, sino a todas esas figuras que, como Verónica, le han dado todo al teatro y han dejado un legado indudable y memorable.
¿Cuál es el mayor reto que se ha impuesto Norge en este montaje?
Lo primero de todo es hacer un tributo al gran teatro cubano, a las grandes figuras del teatro cubano. Está compartiendo escena con Verónica otro Premio Nacional de Teatro como ella, Carlos Pérez Peña, y la verdad es que el proceso ha sido fluido, ha habido mucha empatía. Pero, sobre todo, la gran posibilidad ha sido tener a estos dos portadores vivos de la memoria del teatro cubano juntos en escena. El resultado viene de la empatía que ellos mismos han creado. Y lo difícil para mí como director ha sido, a veces, no quedarme en el plano del observador. Verlos a ellos en escena ya de por sí es muy interesante porque son dos grandes actores con mucha sabiduría, y en escena son realmente deslumbrantes. El trabajo complicado ha sido llevar eso a lo que el espectáculo necesita, concentrarnos en la presencia de esos dos grandes actores, poner junto a ellos actores más jóvenes en un tercer papel que interpretan Ernesto Pazos, Fernando Ramírez, y Joel Sotolongo, alternando el papel. Pero fundamentalmente ha sido eso: recordar que esto es un homenaje al teatro cubano, que puede ser interesante para quien conozca algunas referencias que hay en el espectáculo —a otras actrices, directores, etcétera— o también para un público que llega por primera vez y se empieza a preguntar: ¿por qué se habla de este tema?, ¿por qué se habla así?, ¿y por qué todavía hay una historia secreta del teatro cubano a la que debemos rendir mayor tributo?
La propuesta se basa en un texto que colocas, pones a disposición de este montaje. ¿Qué motivó la elección específica de estas dos figuras más allá del reconocimiento público que indudablemente poseen?
Me pasó lo que ya he contado a veces: estaba en México hablando con una gran actriz de ese país, Angélica Aragón, y en la cena en la que nos conocimos, ella me hizo esa pregunta que a veces siempre le hace un actor o una actriz a un dramaturgo cuando se conocen y de repente hay buena comunicación: “¿Cuándo vas a hacer algo para mí?” Y a mí me pasó por la cabeza en ese momento la idea de que, teniendo en Cuba la posibilidad de tener una amistad, un afecto y un respeto con nuestra gran actriz Verónica Lynn, nunca había hecho nada con ella. Y de ahí empezó a crecer un poco la idea. Claro, como yo he entrevistado a Verónica muchas veces, ella siempre me dice que más que homenajes, lo que quiere que le ofrezcan son nuevos personajes. Y entonces eso fue como el punto de partida de la obra. Afortunadamente, todo a partir de ahí se fue hilvanando hasta llegar a este resultado, incluso a dar el paso de dirigir el espectáculo junto con ella.
¿Y qué tanto hay de esa función de crítico ahora como director?
Yo creo que es un espectáculo que se alimenta de todo lo que hasta este momento también he vivido como crítico, espectador, asesor teatral, autor. Hay momentos en la vida en que las cosas caen en su lugar por su propio peso y la gran alegría del proceso ha sido descubrir eso, que detalles, noticias, anécdotas que me contaron hace mucho tiempo maestros del teatro cubano, incluso que lamentablemente ya no están vivos, pues han encontrado su sitio en la historia de Un domingo llamado deseo. A veces se evocan sin mencionar nunca el nombre de nadie, porque vuelvo y repito, es una obra de ficción, anécdotas que me hicieron Vicente Revuelta, Raquel Revuelta, Armando Suárez del Villar, y como puedo compartir eso con Verónica y Carlos Pérez Peña, que trabajaron con esos directores en algún momento, pues ha habido como una especie de hilo misterioso que ha ido cerrando todo este concepto, y francamente desde la perspectiva del crítico, el autor y el director, todo eso se ha unido para crear un camino muy limpio sobre el cual lo importante sea esta pequeña historia y estos grandes actores.
En este momento de la conversación Norge se ilumina. Hay una disposición generosa en su relato, una conversión de deseo en acción. Su actitud es la de alguien que ha encontrado sentido en el camino recorrido.
¿Qué valor entonces le concedes a ese texto que se lleva a escena? ¿Es también una forma de entender muchos de los sucesos que han marcado la manifestación teatral en nuestro país?
Sí, el espectáculo hace memoria de momentos brillantes, espléndidos, pero también conflictivos, complicados, tensos del teatro cubano que forman parte de eso que insisto me gusta llamar la historia secreta del teatro cubano. Hace poco estaba hablando con Julio César Ramírez, director de la Escuela Nacional de Teatro Corina Mestre, y le pedía que en algún momento, por lo menos con los grupos más adelantados, pudiéramos tener un encuentro con ellos. Porque si estos jóvenes van a ver esta puesta en escena, tal vez no sepan exactamente a qué estamos haciendo referencia, porque no es una historia que todavía esté como debería en algunos libros, en algunas referencias. Y por encima de todo, lo que quisiera es que exista esa comunicación, que cree una curiosidad, que cree un acercamiento, una preocupación por cómo nombramos a los grandes maestros del teatro cubano, cómo los respetamos, cómo los tenemos en cuenta en vida e incluso a los que ya no están. Porque sin esa memoria el teatro se deshace muy rápidamente, muy fácilmente, y este es un espectáculo básicamente dedicado a eso: a preservar la memoria, pero entenderla como debe ser la memoria teatral sobre el escenario.
¿Pudiéramos pensar entonces en algún momento en organizar desmontajes de la puesta para que los espectadores —no solo los conocedores del arte— puedan participar en estos procesos?
Nuestra intención va por ese camino, porque al final el espectáculo es un poco híbrido. Es una mezcla de clase magistral —la que están dando Verónica y Carlos Pérez Peña—, es una aproximación a cómo jóvenes actores se pueden relacionar con actores de otras generaciones que vienen con una experiencia y un saber que es ya muy distante en el tiempo, y cómo pueden tener un diálogo de escena. El espectáculo mismo es una de esas obras donde el teatro es el eje de la trama. Es un espectáculo de una calidad que se gana a partir de cómo el teatro se piensa sobre sí mismo. Y creo que, para un estudiante de teatro, para público interesado en saber los entresijos de este arte, puede ser muy interesante. Así que nos interesa tener, digamos, esa función —vamos a decirlo así— también un poco pedagógica detrás del espectáculo: permitirles a nuevas generaciones el privilegio de ver a dos premios nacionales de teatro en escena, pero también, si es posible, como no, a través de procesos como este, acercarse a ellos, preguntarles cosas y que eso retroalimente lo que está pasando, no solo con la obra, sino alrededor de ella.
La conversación con Norge nos revela su compromiso con la memoria cultural cubana. Desde la reflexión y lo didáctico del montaje, su actitud como director demuestra que ha pensado mucho en el impacto de la obra, en su alcance. Hay una realización personal en sus palabras, como si este proceso fuera también una forma de saldar una deuda emocional con Verónica y con el teatro cubano.
Un domingo llamado Deseo es la pieza con la cual el proyecto Trotamundo, que dirige la maestra Verónica Lynn y Teatro El Público, dirigido por el maestro Carlos Díaz, añaden una nueva propuesta a la cartelera teatral. Dirigida y escrita por Norge Espinosa, nos ofrece el privilegio de ver a Verónica y Carlos dos Premios Nacionales de Teatro en escena junto a nuevos talentos. La puesta en escena estará en cartelera de la sala de Teatro El Sótano durante los fines de semana de septiembre con horarios ajustados a la programación por afectaciones en la generación eléctrica.
Fotos: tomadas del perfil de Facebook de Norge Espinosa Mendoza