Por Omar Valiño
Tampoco me concentraré solo en los novísimos de Tubo de Ensayo, de un tiempo a esta parte Laboratorio Ibsen. Esa transformación interna, con todo derecho, la ha vuelto una iniciativa más recluida para sus propios integrantes, lejos del interés de servir de techo a un marco generacional completo, aunque con iniciativas de formación y superación que rebasan sus límites. De entre los directores, que son muchos, mencionaré a William Ruiz y a Rogelio Orizondo, ambos graduados del ISA en Teatrología y Dramaturgia, respectivamente. Para todos, vale la pena exigir una presencia más estable, menos circunstancial o esporádica, sobre los escenarios. Así como resultados escénicos que desborden anuncios, dibujos, intenciones. Las calidades de su formación y de su actualización pueden encontrar correspondencia en los espectáculos si se someten al diarismo de una praxis rigurosa.
Las ejercitaciones del habanero William Ruiz precipitarán en Idomeneo, del alemán Roland Schimmelpfennig, al conseguir la modulación de actuaciones de baja intensidad para su búsqueda de desteatralización. El santaclareño Orizondo, por su parte, ha dado vida a varios textos suyos, críticos, atrevidos y mordaces como pocos. Como autor de extraordinario talento, su reto está en no dirigir solo desde su oficio de dramaturgo, a lo que, sin dudas, contribuirá su pertenencia actual a El Público, de Carlos Díaz.
El villaclareño Eric Morales se formó en Teatro Escambray. Su debut, con el Estudio Teatral Aldaba, que dirige Irene Borges en La Habana, y Una caja de zapatos vacía, de Virgilio Piñera, constituye su mejor resultado hasta ahora. Duplicó el espíritu piñeriano al seguir con efectividad el vector con que el autor logra la violencia: el carácter lúdicro de la saturación del signo. Y construyó un meta-discurso: el joven director y actor parece decirnos que en el teatro él es más fuerte y por eso protesta, porque puede, ejerciendo un contrapoder público. Después sus resultados no han tenido la misma consistencia.
La matancera Sahily Moreda, actriz por años de Teatro D’Sur y Pedro Vera en Unión de Reyes, estableció en la capital la Compañía del Cuartel, con la que asume, con regularidad, piezas de autores foráneos. Lo mismo El archivo, del polaco Tadeusz Rozewicz que Peggy Pickit ve el rostro de Dios, del mencionado Schimmelpfennig o Solness, el constructor, de Henrik Ibsen. Moreda sirve, como regla, a las características de los textos, por eso se descubre menos su caligrafía como directora, acaso porque todavía la busca. Aunque con El Dorado, de Reinaldo Montero, estreno del pasado 2015, dibujó una excelente puesta en escena.
El consagrado actor habanero Mario Guerra, ha llegado a la dirección desde su oficio de maestro. De las aulas del ISA nació Ayer dejé de matarme, gracias a ti Heiner Müller, un texto de Rogelio Orizondo que sirvió a Guerra para explicitar las búsquedas estéticas de la promoción de actores bajo su mando. Del juego intertextual con el influyente autor alemán, fue a Müller mismo con su pieza La misión, donde acentúa su lúdicro y abierto diálogo crítico entre teatro y realidad.
En Las Tunas, bajo el liderazgo de Ernesto Parra, ha florecido Teatro Tuyo. Tres lustros de ascendente espiral en el dominio de la técnica, la claridad de las ideas y la probada conciencia de la inserción social y el bien público. Tres dimensiones imprescindibles para el éxito verdadero de una agrupación teatral. Lengua diferente del arte escénico, el clown y su inversión de la lógica cotidiana son centro de su poética que tiene en Narices y Gris dos excelentes resultados recientes.
No lejos de allí, en Bayamo, el cienfueguero Ariel Hernández explora otra arista del clown, como vórtice de su teatralidad. Inopia, Tiempo y Subterfugio, acreditan una consecuente línea que comenzó en La Guerrilla de Teatreros y continúa con su grupo Tiempo.
En Sancti Spíritus, Laudel de Jesús guía Cabotín Teatro. Aunque no tenía incursiones previas en montajes para la calle, tanto El diablo rojo como en La mano del negro parecen resultados de una larga experiencia en esta modalidad. Una total conciencia de las exigencias del espacio público, sólida estructura y objetivos que desean ir más allá de la pasajera agitación en la vía, confirman la previa inmersión de su director y del equipo en el estudio y la investigación de esta desafiante estética. En un nivel más profundo, estarán las marcas de una tradición, de una pertenencia cultural, y quién sabe si hasta étnica, inscrita en el subconsciente individual y colectivo. Siguiendo un proceso apenas visible o hasta francamente extinguido en el teatro cubano de hoy: el uso del folclor como suministro de material para reutilizar la memoria en los códigos actuales del teatro.
También dedicado a la estética callejera, encontramos en Morón, Ciego de Ávila, a D’Morón Teatro, bajo la directriz de Orlando Concepción. Montajes de gran formato como Medea o Troya, después Cecilia, siguiendo a Cirilo Villaverde, toman grandes espacios públicos mediante un lenguaje que juega con el pasado, lo clásico y el presente.
Entre quienes se dedican al trabajo para niños y adolescentes, que merecería similar relación a esta en aproximación aparte, nuevas inscripciones de directores son las de Arneldy Cejas con Teatro La Proa y Liliana Pérez-Recio con El Arca, ambos en La Habana. También Maikel Valdés en el resucitado Frente Infantil de Teatro Escambray, en Villa Clara y Emilio Vizcaíno en el Guiñol Guantánamo. Cristhian Medina en Retablos, de Cienfuegos, y Luis Montes de Oca de La Comarca, de Camagüey.
El conjunto de esta producción, de no poca valía en el lustro más reciente, genera, por supuesto, no pocas controversias. Si dejamos al lado las insensateces y desenfoques, la mala yerba y la peor envidia, algunas de esas polémicas se manifiestan con lógica razón.
Por ejemplo, la mayor cercanía con las sensibilidades de época puestas en juego por extraños artefactos extranjeros, sean textos o puestas, que por los habituales de parte de una tradición incapaz de renovarse en la pelea por lo auténtico.
O de la exigente evaluación ante las puestas en escena a partir de textos dramáticos actuales de otros países. Cuando no se “trasvasa” el material original a una contextualización nacional que interese al espectador aquí y ahora, y solo asistimos, en el mejor de los casos, a una simple lectura escénica de la pieza, destaca en primer plano el carácter de obra por encargo y no el sentido de apropiación artística que deberá guiar y conquistar cualquier travesía de esta naturaleza.
Mas con independencia de estas discusiones, algunas de ellas solo pertinentes para zonas de esta relación y de ningún modo para todas, se ha logrado, como me gusta decir, “mover las piedras” que significa, para mí, un curso más hondo de la andadura cotidiana. Apostar por fuerzas más intensas que remuevan la raíz de las cosas.
Con el esfuerzo y el trabajo imperfectos pero con resultados de la última década, se ha logrado dar impulso y techo al surgimiento de nuevos directores. El sostenimiento de la producción por parte de artistas e instituciones, la recuperación y creación de nuevos espacios, si bien insuficientes todavía, y la defensa de una programación estable en La Habana, así como de un amplio sistema de eventos a lo largo del país, están entre sus bases. Sin ellas no existirían nuevos arribos de espectadores ni alcanzarían resonancia ese trazado de eventos, como tampoco el favorecimiento de numerosos intercambios pedagógicos, publicaciones, concursos o acciones de carácter promocional, tangenciales sin duda, pero importantes también.
De cierta manera, esa relación, y sobre todo su trabajo, se encuentra aún en su primera hora, aunque cada uno de los mencionados puede exhibir, al menos, tres montajes. El tiempo decantará y, al mismo tiempo, hará crecer a quienes sepan persistir. Las fotos de familia y los retratos se sucederán porque sin los nuevos directores no se puede dibujar en esta hora el mapa teatral de la isla.
Por eso, en próximas entregas, nos detendremos, mediante close-up, en algunos de ellos.