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Una obra que no sale bien consigue un público gozoso y agradecido

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Por Esther Suárez Durán

Abre su catálogo de producciones la Plataforma Escénica Y la nave va de la institución creativa Nave Oficio de Isla, con un estreno teatral a cargo de un joven que se inicia en la dirección escénica. Se trata de la puesta que ellos han denominado Asesinato en la mansión Haversham y de Ledier Alonso Cabrera, egresado de la Facultad de Arte Teatral del ISA, quien tuvo experiencias anteriores como asistente de dirección en esta propia agrupación y en Teatro El Portazo.

Un dato interesante es que Asesinato… es, en realidad, La obra que no sale bien, un espectáculo presentado en diferentes zonas del planeta, correspondientes a diversas lenguas y culturas, a partir de convertirse en la carta de triunfo del Mischief Theatre, de Londres, en 2012, y recibir los premios Lawrence Olivier 2015 a la Mejor Comedia y Tony 2017 como Mejor Diseño Escénico.

Útil resultará apuntar que el Mischief Theatre es una compañía formada por un grupo de egresados de la London Academy of Music and Dramatic Art, la famosa LAMDA, una legendaria escuela de artes dramáticas reconocida en toda la escena occidental, y tanto la obra en sí como el dispositivo del cual forma parte se originaron en esa particular compañía.

El artilugio funciona sobre la premisa de un juego de apócrifos que incluye la naturaleza y procedencia de la supuesta obra dramática de trama policial, sobre la que se erige el espectáculo, además de la identidad de la agrupación escénica encargada de representarlo y sus miembros. Esta maniobra de creación que produce diversas realidades –una sobre la otra— signa la experiencia.

De manera que los espectadores asistiremos al proceso de investigación de un asesinato (hecho con el que da inicio la trama) aunque, a la vez y, sobre todo, seremos testigos de los avatares de una compañía de aficionados para llevar a feliz término una función teatral llena de accidentes y obstáculos de todo tipo que atentan continuamente contra su desarrollo.

Si los jóvenes del Mischief se inventaron una institución escénica como The Cornley Polytechnic Drama Society, los nuestros siguieron sus pasos a través de la Sociedad Anónima de Drama. Mantuvieron la autoría teatral de la tal Susie H. K. Brideswell, otro caso de entidad espuria, y asumieron las mismas identidades individuales que sus colegas de Londres en tanto miembros de la compañía teatral y personajes de la obra de la señora Brideswell.

Así, en la función que presencié, María Karla Fornaris es Annie Twilloil, o simplemente Annie, en la versión cubana, Jefa de Escena de la Sociedad; Carlos del Toro Migueles es Chris Bean, Director de la Sociedad, a la vez que interpreta al Inspector Carter en la trama de misterio; Adrián Bello Suárez es Jonathan Harris y tiene también a su cargo a Charles Haversham; Rolando Rodríguez es Robert Grove y desempeña, además, el rol de Thomas Colleymoore; Johann Ramos es Dennis Tyde y  Perkins; Ariel Zamora es Max Bennet y Cecil Haversham, mientras Geyla Neyra es Sandra Wilkinson y Florencia Colleymore.

La investigación que tiene lugar y que culminará con la solución del asesinato funciona como pretexto para que el espectáculo verdadero tenga lugar; es la coordenada sobre la cual se levantará la intensa y rica trama espectacular que muestra sus bases en el ejercicio propio del actor, en su diálogo con los elementos que conforman su específico escenario (lo mismo muebles, que utilería, decorados), dándoles valor y visibilidad, y en un imprescindible trabajo de grupo, puesto que se trata de un protagonista colectivo.

El discurso escénico se arma a partir del tejido trenzado con cuanta situación inesperada y accidental pueda tener lugar en una representación teatral: confusión de utilería, olvido de sus líneas por los actores, elementos escenográficos que no funcionan, decorado que se viene abajo, en suma, un variopinto catálogo de errores y contratiempos en progresión creciente hasta provocar el delirio de los espectadores.

Por supuesto, la ejecución de semejante partitura demanda determinadas exigencias a sus intérpretes: entre ellas la rigurosa preparación física que permita realizar los múltiples gags que involucran el cuerpo mediante golpes disímiles, caídas, cabriolas, ejercicios insólitos, ya que se trata de un humor donde predomina lo físico; también será imprescindible un grupo muy bien compenetrado para llevar a cabo un ejercicio coral y, por descontado, como cada vez que se trata del humor y la comedia se solicita gracia, sentido del tiempo, presencia total en la escena, capacidad de improvisación a toda prueba, ya que a los dislates pautados se suman, invariablemente, las contingencias propias de ese arte hecho en tiempo real que es el teatro.

A Ledier Alonso, su joven director, debemos la atinada selección de la obra, su traducción y su defensa como propuesta a llevar a cabo en el seno de la comunidad de creadores que agrupa y anima la institución. También el casting a partir de algunos actores amigos y de otros jóvenes con quienes había compartido experiencias de trabajo y, por supuesto, la adecuada conducción de todo el proceso.

Levantar el espectáculo sobre el escenario tuvo por premisa atender la peculiar naturaleza y procedencia del texto original toda vez que la improvisación resulta un pilar en la filosofía del Mischief Theatre. Ella involucra –como bien sabemos— todas las capacidades y posibilidades del intérprete y también, en este caso, el uso y la intervención en la puesta en escena de todo eso que se considera el escenario, de modo que, aunque La obra que no sale bien es expresión ya de una etapa posterior en el trabajo de la compañía londinense, en específico de la extensión hacia la comedia teatral, el concepto de la teatralidad continúa refiriendo dichos rasgos.

Ello influye en que La obra que no sale bien o Asesinato en la mansión Haversham no se atenga a la tradicional forma de escritura teatral conformada por los nombres de los personajes, diálogos y algunas didascalias, sino que, en este cuerpo, el parlamento de los personajes (en caso de que exista) se acompaña de la descripción pormenorizada de lo que sucede y de aquello que debe conseguirse.

Esto supuso para Ledier y los artistas que le acompañan el regreso a los fundamentos de la academia relativos al arte del actor en la creación de cada segmento del espectáculo. Tal condición nos alerta acerca de que, si bien lidiamos con un teatro físico en tono de comedia, ello no es sinónimo en modo alguno de una faena gruesa, sino, todo lo contrario, de una depurada labor, atenta a los detalles.

Pero acaso el mérito central del director que se estrena sea la cabal comprensión del diálogo posible entre nuestro contexto vital y la obra. Entender la necesidad de la risa que brota ante la más esencial manifestación del humor, la que anida en la ruptura inesperada del equilibrio, y leer la altura épica de los personajes primarios de esa compañía aficionada que, a toda costa, cumplirán su obligación con los espectadores (el show debe continuar) sin importar qué suceda hablan, desde mi parecer, de la calidad cívica y ética indispensable al artista que pretenda ejercer tan comprometido oficio.

Cada tarde se produce un homenaje a la vida en Nave de Oficio de Isla, en los almacenes San José, a la vera del mar. La risa nos toma y nos sana sin importar los pesares del día. La acompaña una curiosa declaración de perseverancia construida en los tonos de la tragicomedia, acaso los tonos hondos de la vida.

Foto tomada del perfil de Facebook de Nave Oficio de Isla