Por Frank Padrón
Irán Capote (El casting) es un dramaturgo que gusta de las rescrituras. En 2019 obtuvo premio Calendario por su pieza Eau de toilette, que contextualiza y resignifica pasajes de la vida de su colega Reynaldo Arenas (1943-1990), y que estáá ya preparando para su montaje con Teatro Rumbo, de Pinar del Río, que dirige Aliosha Pérez Vargas.
Con este, su grupo, tuvimos la oportunidad de apreciar una breve temporada de Este tren se llama deseo, versión de Un tranvía llamado deseo de Tenesse Williams (1911-1983). La pieza de nuestro coterráneo, Premio Villanueva de la Crítica 2025, también supone un ejercicio de re-creación en torno a ese clásico del teatro norteamericano, que ha conocido dos versiones cinematográficas y cientos de representaciones en el mundo entero.
Choque de personalidades brutalmente enfrentadas, de apariencias y realidades; eterna lucha entre civilización y barbarie que también encierran en sí matices y hasta opuestos; pulsiones eróticas que mediatizan lazos familiares y amistosos, se focalizan en un texto donde los conflictos ontológicos y sociales trascienden épocas.
Y como todo clásico, admite nuevas lecturas, que en el caso de Capote recontextualiza en un «aquí y ahora» donde se mantiene la esencia pero se actualizan y adaptan códigos y motivos dramáticos.
La corrupción y el delito, el vicio tras velos de distinción y clase, la hipocresía y la doble moral son también blancos del hipertexto , que sin embargo mantiene el deseo del título -como estímulo sexual, económico, existencial todo- en tanto principal significante del relato.
También está el juego inter (meta) textual (el personaje masculino no se llama Stanley sino Martin, aunque lo apodan Marlon, aludiendo a Brando, el intérprete por excelencia en la versión cinematográfica (1951) de Elia Kazan, que aparece referida pues según aquel su familia lo comparaba un poco en broma con el mítico actor aludiendo al célebre filme) y la inventiva que entroniza el personaje de Eunice, la vecina, aportando otras aristas a las relaciones inter- caracteres.
En la puesta, de la que se ocupa el autor, una simbólica línea ferroviaria sirve también como representación de otras coordenadas espaciales: las casuchas miserables de un pueblo perdido y gris en Cuba se dejan a la imaginación del espectador al ser mencionados en los diálogos. Estos se introducen con frecuencia en la línea del «realismo sucio», acorde con las nuevas aristas cronotópicas que adquiere la rescritura, pero todo muy justificado desde la nueva perspectiva ideoestética.
El relato es brutal, no exento de bien insertado humor criollo (excepto algunos chistes un tanto forzados), y mantiene un equilibrio dentro del tono general. Los personajes no carecen de claroscuros, y las actuaciones así los representan.
La Blanche de Sandra Pérez recuerda la interpretación antológica de Viven Leight en el mencionado filme (incluso, físicamente hay cierto «aire» de la gran actriz británica): no se descubre impostura total, sino algo de autenticidad en esa fineza afrancesada y barroca que deslumbra a la naturaleza un tanto salvaje pero solidaria de Eunice (Yune Martínez), mientras la Estela de Yadira Hernández no solo actúa sino que comenta con pelos y señales, desde su postura de «hembra hambrienta» sus motivaciones eróticas respecto al «macho alfa» del marido, quizá un tanto sobreactuado de Carlos Sánchez , aun cuando el joven logra trasmitir sus características con innegable convicción (al igual que todo el bien seleccionado elenco).
Vestuario muy a tono con los perfiles del «dramatis personae», collage musical donde conviven, fiel al pastiche, Billy Holliday y el «reparto» cubano, e iluminación eficaz en su diseño de atmósferas, complementan una puesta que sin dudas fue de las más notables el pasado año y otra prueba de que la provincia es también reservorio indudable de la mejor escena cubana.
Foto de portada: Albertho Diaz de León. Tomada de la página oficial en Facebook de Teatro Rumbo