Por Frank Padrón
Uno de los más recientes estrenos del matancero Teatro de las Estaciones -que pudimos apreciar en la pasada edición de Habana Titiritera es Un rastro en las estrellas, versión de El Principito, ese famoso cuento de Saint- Exupéry que a su vez inspiró al escritor José Manuel Espino (también de la Atenas cubana) su poemario Asteroide B- 612, premio Ismaelillo 2015.
Tanto el autor literario como su colega teatral y responsable de la puesta (Rubén Darío Salazar, director general de la compañía) han insistido en el sentido etéreo y espiritual de los personajes y la historia, que si bien terrenales y reflejando los problemas de este mundo, se elevan por sobre ellos para resolverlos o al menos intentarlo, mediante la poesía, los sueños, el arte, que son siempre un escudo y un antídoto para enfrentarlos.
El hipertexto de Espino y Darío, entonces, se torna una metáfora del propio teatro, la literatura, la vida «por imágenes» que encomian desde sus letras tan vigentes y plenas las páginas de ese libro inmortal que solo aparentemente es infantil.
El relato del niño de linaje real encerrado en un mundo irreal (valga la paronomasia) que choca contra las asperezas y dolores de la vida al salir de esa cápsula ideal y falsa se remonta a La vida es sueño, de Calderón de la Barca, con aquel otro príncipe que va descubriendo la realidad al salir del ambiente encantado y paradisíaco de palacio y llega a un reciente filme como el mexicano Fiesta en la Madriguera, donde el pequeño hijo de un narcotraficante, confinado a una suerte de Edén o Arca de Noé al margen del mundo comienza a vivenciar poco a poco lo que esconden las apariencias de perfección, belleza y bondad absoluta en que se movía por obra de su sobreprotector padre.
Entre ellos, Le Petit Prince sigue siendo un referente inobviable en el reflejo artístico de ese combate donde se insta a los más pequeños a crecer no solo en tamaño para vencer en la difícil y dura vida.
La puesta de Teatro de las Estaciones es casi un filme: a ese nivel de amarre y cohesión entre sus recursos (diseño de luces, vestuario, muñecos, escenografía…todo como es habitual del maestro Zenén Calero; música de Raúl Valdés; coreografía de Yadiel Durán; gráfica por Abdel de la Campa) se proyecta el relato escénico con una dinámica y un vuelo que la aproximan al cine, algo que no es nuevo en las puestas de esta compañía pero que esta vez alcanza cotas superiores.
A ello se une la eficiente labor actoral – encabezada por María Laura Germán en el protagónico- donde una vez más se funden actantes y figuras en una ósmosis difícil de separar, consiguiendo una interacción estrechísima con el más amplio público, esos niños «de todas las edades» que disfrutan como los más pequeños de obras como El Principito, y siguen enriqueciéndose y madurando a la luz de sus provechosas enseñanzas.
Fotos tomadas de los perfiles oficiales de Facebook de Teatro Las Estaciones y Rubén Darío Salazar Taquechel