Search
Close this search box.

Un inédito de Virgilio Piñera

image_pdfimage_print

Por Roberto Pérez León
A principios de los años 90, en Buenos Aires, buscando huellas de Virgilio Piñera, Humberto Rodríguez Tomeo, sereno escritor cubano y entrañable amigo de Virgilio, me entregó muchos documentos donde estaba el texto que quiero comentar. Se trata de lo que podemos considerar el segundo texto dramático del autor de Electra Garrigó escrito el 23 de agosto de 1938, así es que en estos días está cumpliendo 85 años.
Recordemos que en septiembre de 1937  aparece en la revista Baraguá “Clamor en el penal», con una nota de presentación, sin firma, pero José Antonio Portuondo reconoció de su autoría, y constituye el primer elogio a Piñera como dramaturgo.
Fue 1937 un año de arranque literario para Piñera. Aparece “El grito mudo”, un poema suyo en La poesía cubana, en 1936, con prólogo y apéndice de Juan Ramón Jiménez, comentario final de José María Chacón y Calvo.
Con el aval de Juan Ramón Jiménez entra al mundo de la poesía mientras daba tumbos por La Habana pues la familia vivía aun en Camagüey.
En agosto de 1938 escribe el texto que hasta hoy ha estado inédito durante 85 años. Se trata de un monólogo que nos confirma la intrepidez teatral de Piñera. Hace seis años este texto tuvo una discreta y casi velada puesta en escena por el pinareño Teatro de La Utopía.
Ya sabemos que Virgilio se adelantó a Ionesco y a Sartre. Ahora, con este breve monólogo, por sus vaivenes y reciedumbres, no es errático decir que preludia a un Heiner Müller que en 1938 tenía apenas 10 años y Piñera 26.
Cuando vi la puesta en escena de los pinareños en la sala Virgilio Piñera entonces dije que sí, que se trataba de un texto raro. Un texto dramático que lucha contra él mismo, con palabras por la palabra que teje ideas del otro lado de la dramaturgia sin dejar de afincar la médula de lo teatral.
El texto está dedicado a Natalia Aróstegui, cubana, fina cantante lírica, declamadora, alentadora de Lecuona, Alicia Alonso, Luis Carbonell. Sus recitales en el Auditorium de La Habana provocaban, según las crónicas de entonces, curiosidad y extrañeza. Recitaba a la Ibarburo, Baudelaire, la Avellaneda o a Martí desde un despliegue actoral a los Sara Bernhardt.
Virgilio Piñera como espectador de las apariciones para adictos de la Aróstegui escribió un monólogo donde es palpable su devoción por la artista.
El texto dramático que podemos considerar el segundo de toda su obra está escrito dentro de una corriente de conciencia del personaje. Tiene un decir incrustado entre afirmaciones o preguntas y respuestas que aparecen o se dispersan. Es un soliloquio hablado o pensado con difícil desinhibición y autenticidad reveladora de una intimidad elíptica.
Este texto, ahora al leerlo a los 85 años de haberse escrito, en su coherencia y delirio, revela al joven Piñera dando animación a razonamientos que nos sobresaltan con el rehilar de la palabra.
Elogio de la palabra que resiste, sabe del pasado, trastea en el futuro, regresa, desorganiza, congrega, acepta, escandaliza, mitifica, miente, atemoriza y no nos hace dormir a pierna suelta sin poder olvidar las circunstancias del agua por todas partes.

Virgilio Piñera (Documento)