Por Indira R. Ruiz
La obra de Yasmina Reza es presentada por primera vez al público cubano. La polémica pieza de esta dramaturga francesa ha tenido una temporada en la sala de teatro El Sótano, durante mayo de este año, bajo la dirección de Ariel Albóniga. Esta producción de Teatro Dador y Estación Habana adapta para las tablas isleñas el original Le Dieu du carnage, que cuenta ya en su haber con una versión cinematográfica, a cargo de RomanPolanski; película esta que se convierte en obligado referente del montaje cubano de Un Dios salvaje.
Lo primero que salta a la vista es el continuo interés de Ariel Albóniga por hurgar en los intersticios de las relaciones humanas y matrimoniales. Un montaje anterior, El amante, de Harold Pinter, presentado en la sede de Vivarta hace poco más de un año, habla de esta zona de indagación que ha desvelado al director. Esta propuesta de Un Dios salvaje resulta por mucho un trabajo más maduro, por la limpieza y visualidad del montaje que aquel trabajo anterior. Del montaje sobre la pieza de Pinter han quedado en mi memoria los vestuarios de papel maché que caían a pedazos tras cada función, y la escenografía precaria que soportaba apenas las entradas y salidas de los actores en escena.
La nueva versión de Un Dios salvaje tiene en cambio un aliento más fresco, desde la elección del espacio de presentación, la calidad escenográfica o las actuaciones. La obra de Yasmina Reza tiene como protagonistas a dos matrimonios, que durante la pieza debaten sobre un acto violento cometido por sus hijos. El velo de la tolerancia se irá poco a poco descorriendo tanto del lado de la clase alta, donde Alain y Annette forman un frente unido para defender a su hijo; como del lado de la clase media donde las pretensiones de superioridad de Veronique y Michel tamizan sus verdaderas personalidades, dando paso a una verdadera carnicería de las pasiones humanas.
Un elenco unificado para la ocasión cuenta con las actuaciones de Yura López y Yoanna Pérez en el papel de Veronique. Esta última dota a su personaje de una contención rayana en el hieratismo: miradas bajas sumadas a una economía de movimientos. La actriz no logra exteriorizar el circo interno que es la representación de Veronique ante los invitados. Su contraparte, Michel, interpretado por Omar González –recordado por su papel en Rascacielos, dirigido por Jazz Vilá- es en cambio una propuesta de trabajo externa en términos actorales. Los recursos de González recaen sobre sus acciones físicas, con las que domina la escena, en tanto hace uso para su voz de un tono aniñado con el que intenta convencer de la poca seguridad del personaje. Sin embargo, un verdadero hallazgo está en la entrega de Roiniel Ledea en el papel del empresario Alain adicto al trabajo. Ledea hace gala de una seguridad en escena que opaca al resto del reparto; logra con su incorporación mantener la energía que demanda su personaje durante toda la obra, modulando inteligentemente el nivel de protagonismo requerido. Sus compañeros, sin embargo parecen “perder” sus personajes hacia el final de la obra.
En esta apropiación del texto de Reza, es meritorio el intento de “cubanizar” y acercar a nuestro contexto el dilema de estos dos matrimonios. Sin embargo, en esta empresa se camina sobre una delgada línea que a veces confunde alta comedia con vernáculo, donde además se realizan evidentes intentos por provocar risa en una obra cuyo absurdo es en sí mismo risible.
Me gustaría que no formara parte Un Dios salvaje de esas obras con “obsolescencia programada” que podemos ver en nuestro contexto teatral. Tratándose de una pieza cuyo mayor valor reposa en las actuaciones, siento como espectadora que un continuo trabajo de dirección de actores –aún después de este estreno- pudiera contribuir al mejoramiento de producto final, así como a explotar el potencial de los actores en su conjunto. Igualmente, un posterior trabajo sobre este montaje podría unificar el tono general de la obra, y contribuir a librarla de esos guiños a la comedia vernacular que tanto lastran el resultado final.
Ariel Albóniga ha dado muestras de haber comprendido el espíritu propuesto por la autora, sin embargo, le toca aún definir elementos sobre su puesta que pudieran perfeccionar el resultado final. Igualmente sería importante que el tono de la obra pudiera mantenerse y el nivel de trabajo general percibido en la primera parte de la obra se mantuviera hacia el final de la misma.
Foto Cortesía Ariel Albóniga