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Un arma arrojadiza

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Por Jesús Lozada Guevara

Después de una edición virtual y habiendo fallecido su fundadora, Mayra Navarro, regresa Primavera de Cuentos, festival avalado por una larga permanencia e influencia en la difusión del arte de contar historias en Iberoamérica. Esta vez la jornada celebró a FINO, institución mexicana de amplia resonancia, a su fundador Armando Trejo Márquez, a la Casa de México  y a la provincia de Las Tunas con una muestra adaptada a los tiempos que corren, sin abandonar la centralidad del acto de narrar oralmente.

En tanto reflejo del estado actual de esta profesión el evento no escapa a las tendencias que se dan en la cuentería contemporánea. No pudiendo analizar todo el evento nos ceñiremos al comentario de su gala clausura cuya representatividad permite identificar formas y caminos que esta adopta en Cuba.

La tendencia dominante aún es la que privilegia al narrador oral y al relato frente al público, basado en los recursos de la oralidad (Mirta Portillo, Rosa I. Pino, el autor de estas líneas y Ricardo Martínez en su versión de Tadeo, cuento de Virgilio Piñera), adaptando historias escritas a su presentación de viva voz pero tomando conciencia de que participa de un hecho escénico, es decir, de un acto que procura no solo la relatoría, la trasmisión de valores y formas de organización social sino que la expresión de la belleza a través de gestos, actos y palabras cuya finalidad es la comunicación entre un ser humano y otros. Aquí podemos encontrar artistas que se enmarcan tanto en la tradición más ortodoxa como los que transitan los derroteros de lo que Jorge Dubatti nombra Teatro del relato (Elvia Pérez), apostando por un texto narrativo multimediático.

Por otro lado están las búsquedas centradas en una cierta teatralidad más allá del relato direccionada a romper las formas del oficio (El Sexo y los Hombres de Para Contarte Mejor, puesta en escena de César Cutén). Al menos, por la manera en que esta tendencia se manifiesta en la representación vista, podemos definirla como un procedimiento que busca, sin lograr, concretar un estilo o garantizar una cierta distinción promoviendo identidades que dotan a los productos culturales de códigos espectaculares disfuncionales, así como de elementos, que hacen de ellos la medida de sí mismos, signados por una cierta independencia y una pluralidad de lenguajes que no alcanzan a fundirse al proponer una estructura dramática que se tambalea sin alcanzar definirse. Como se sabe, la deconstrucción tiene fundamento en la tradición y en códigos vigentes o, al menos, hace explícitas las herramientas que permitan una cierta competencia interpretativa por parte de los públicos, y esto no se advierte en lo presentado, que intenta entroncar dentro de una corriente experimental pero que no se concreta.

Por otro lado, si a esa voluntad rompedora se le adiciona la tendencia de apropiarse de tópicos hegemónicos o estudiar tendencias de opinión para crear la ilusión de una actualización en los contenidos, los resultados derivan en un texto autorreferencial cuyo principio y fin está en sí mismo, pero que niega la posibilidad de una asunción en profundidad de los contenidos provocando una cierta banalización de la realidad, restándole hondura y complejidad a lo que ahora mismo está debatiéndose.

Estás dos tendencias se manifiestan en medio de una realidad compleja donde la narración oral comparte protagonismo con otras artes de la oralidad como las que se expresan en el complejo de la poesía oral, con elementos o no de improvisación, la cuentería popular, el teatro popular, el chiste, el humor callejero, la puesta en escena del comercio informal, los contenidos audiovisuales, los lenguajes de la era digital y el uso de la inteligencia artificial.

Seguir encontrando espacios de validación social de las artes del relato es la misión que comparten artistas y gerentes, grupos e instituciones, y que estos festivales tendrían que asumir, dando espacio a lo más significativo, apostando por lo mejor; pues de lo contrario se convertirían en armas arrojadizas como el bumerán que regresa y puede golpear la mano que lo lanza si no está entrenada.

La institución debería establecer jerarquías que permitan distinguir el trigo de la cizaña, promoviendo la crítica especializada y propiciando espacios que validen las ofertas. El Gran Teatro Alicia Alonso y su Sala Ernesto Lecuona podrían ser uno de esos si estuviera aislado desde el punto de vista acústico evitando que los artistas compitan con vendedores ambulantes o con el tránsito citadino. Mientras se esperan aires más favorables los eventos podrían trasladarse a salas acondicionadas, funcionales, cuyo uso esté regido por una política de programación orientada a mostrar lo óptimo en las mejores condiciones.

Mientras llegan los vientos a favor nada se detiene. Los creadores deberían prepararse para asumir los ámbitos y las condiciones existentes, utilizando los materiales del hoy, único tiempo real.

Saludar el esfuerzo y la constancia de Primavera de cuentos,  saber que existe, es ya una prueba de que todo tiempo futuro puede ser mejor y que hay que esperarlo, como a la inspiración, trabajando.