Por Roberto Pérez León
Camila, la santa de La Habana Vieja, Lala Fundora, la del refrigerador y Luz Marina Romaguera, la del ventilador hacen que podamos entendernos mejor. Ellas, como formas significantes, nos teatran. Y saben más de nosotros que nosotros mismos, y nos cuestionan. Tienen una identidad raigal. No cesan de despertar expectativas cada vez que aparecen. Sobrevivirán por voluntad popular.
Tres mujeres clásicas dentro del canon de personajes femeninos que andan por nuestras calles, se sientan en los parques, discuten, hacen colas, se angustian, son vehementes, sueñan, se desengañan, persisten, deciden.
Santa Camila de La Habana Vieja, de José Ramón Brene, se estrenó en 1962, en el fervor del inicio de la Revolución. La primera Camila fue Verónica Lynn quien de manera casi inconcebible, pocos meses después, llegara a interpretar la Luz Marina Romaguera de Aire Frío.
El matrimonio de Ñico y Camila entra en crisis. Al cambiar el contexto social es una exigencia la renovación de la pareja que se debate entre la nueva ideología revolucionaria y el conservadurismo religioso, dos litúrgicas en contradicción donde el atavismo de la santería es removido por el cambio social; Camila cae en un intrincado trance existencial y tiene que decidir.
Aire Frío de Virgilio Piñera se estrenó en 8 de diciembre de 1962 dirigida por Humberto Arenal en la Sala Las Máscaras. La primera Luz Marina fue Verónica Lynn.
Dieciocho años transcurren en escena y vemos a Luz Marina Romaguera soportando el calor año tras año en familia, porque la familia es la familia, de ella no se queja sino del calor y más cuando hay que dar pedal en la máquina de coser para que las cuentas cuadren y la familia tenga algo de comer. Luz Marina se sabe fracasada, reprocha aunque sigue dando pedal para poder poner la mesa cada día; y, además comprarse un ventilador, pero decide que el dinero del ventilador sirve para pagar la edición del libro de poemas de su hermano Oscar, poemas que no entiende ni le interesan.
Contigo pan y cebolla de Héctor Quintero se estrenó en agosto de 1964, Sergio Corrieri dirigió la puesta en Teatro Estudio. La primera y ya mítica Lala Fundora fue Bertha Martínez.
Lala Fundora sí o sí necesita un refrigerador. Los 110 pesos de Anselmo Prieto hay que estirarlos hasta donde no se pueda más. Anselmito tiene que graduarse en San Alejandro y Lalita terminar los estudios. Eso sí, genios y figuras hasta la sepultura. La vecina no puede enterarse del menú fijo: arroz, huevos fritos y platanito. Como no tienen nada de qué presumir pues había que fingir.
Tres obras clásicas dentro del canon del teatro cubano fundamentalmente por sus personajes femeninos.
¿Y qué es ser clásico y pertenecer al canon? Bueno, de eso se ha encargado mucho Harold Bloom. Pero el ilustre profesor norteamericano consideraba que el valor estético sobrepasaba en significancia al valor psicológico, político o social, y desde ahí establecía lo canónico. Para nosotros menospreciar las resonancias ideológicas, políticas o sociales es hasta un reduccionismo. No obstante el canon se ve como una norma o regla, un modelo, y también como una lista de autoridades a estudiar (Sullá).
La sinergia entre Lala Fundora, Camila y Luz Marina no viene por la coexistencia epocal. Más allá de la invención formal y de la sustanciación estética sus manifestaciones canónicas están en el dinamismo social, ético, moral que provocan, en las determinaciones asociadas al género.
¿Por qué gustan tanto estas mujeres? Porque nos relacionamos con ellas desde la ritualización que es toda puesta en escena y quedamos seducidos (Baudrillard), y somos poseídos por la atracción sígnica pues semiológicamente entramos a un universo de sentido-rizomático (Deleuze y Guattari) que distiende nuestra identificación-extrañamiento con ellas.
Lala Fundora, Camila y Luz Marina nos sumergen en un paisaje tan casero que nos complace la afinidad y simpatía con la que se relacionan con nosotros.
Las significaciones de estas mujeres-personajes/personajes-mujeres jamás serán definitivas porque son esencias en devenir. Desde sus existencias dramáticas se pueden articular interpretaciones sin fin. El caudal de sentido y la pluralidad de relaciones actanciales que ellas estructuran vitalizan la escritura escénica.
Son personajes clásicos en el teatro cubano, son parte constitutiva de la tradición y son mujeres-personajes/personajes-mujeres contemporáneas por la permanencia, vigencia, renovación y presencia en la genética de la sensibilidad de la cultura nacional.
Decía Goethe que lo clásico no lo es por antiguo sino por eficaz, fuerte, fresco y sano.
Llamar clásicas a estas mujeres es un calificativo de legitimación en tanto en el orden social son válidas por su trasmisión y conservación como personajes representantes de la lealtad a las expresiones culturales de las que son deudoras.
Llamarlas clásicas no es posicionarlas en valores suprahistóricos; nada de eso, ellas son resultantes del ser histórico, sobrepasan las cualidades y son fenómenos sociales, realizaciones ficcionales que confirman la existencia social renovada.
Lala, Luz Marina y Camila no han perdido su identidad pese a las muchas puestas en escena que han tenido ni la perderán en las que seguirán teniendo. Pueden absorber todos los sistemas significantes porque ellas son significantes que poseen la singularidad de lo múltiple.
Formalmente como personajes son paradigmáticas sin llegar a establecer un modelo normativo para la creación dramática. Por la autonomía y consistencia que las estructuran admiten relecturas infinitas, como los libros clásicos que nunca terminan de decir lo que tienen que decir (Ítalo Calvino).
Hans Robert Jauss, en relación a la estética de la recepción, nos propone que “el efecto y la recepción de una obra se articula en un diálogo entre un sujeto presente y un discurso pasado”; siendo así, el discurso pasado sirve, se reacomoda en el presente donde el sujeto receptor le confiere un sentido cónsono con su presente. Y desde esta perspectiva Lala, Luz Marina y Camila disfrutan de la perfección atemporal.
Si nos acercáramos a estas mujeres-personajes/personajes-mujeres desde una perspectiva semiótica, dentro de los distintos códigos y signos de la representación que demanda cada una de las piezas de donde ellas son parte constitutiva, veríamos que las relaciones teatrales que establecen, como signos predominantes en la representación manifiestan sus correspondientes dimensiones sintácticas, semánticas y pragmáticas.
Luz Marina, Lala Fundora y Camila mediante sus potencias denotativas y connotativas determinan la comunicación teatral en Aire Frío, Contigo pan y cebolla y Santa Camila de La Habana Vieja.
Las relaciones semánticas van a exteriorizar el significado con el cual ellas como signos se relacionan denotativa y connotativamente a partir de la función ideológica que le otorga la intérprete dentro del sentido inmanente de la obra.
Las relaciones sintácticas, el encadenamientos de los sucesos de la puesta, diría Pavis “los lazos entre los componentes del mensaje” estarán mediados por las acciones enunciativa dentro de la configuración actancial donde ellas hilarán el equilibrio de fuerzas con otros signos componentes de la puesta en escena.
La dimensión pragmática estará en los efectos que produzcan en subjetividad espectatorial, en esta concretización radica la significación de la narrativa de Lala, Luz Marina y Camila en cada circunstancia espacio-temporal en que se produzca la escritura escénica con su inherente pluralidad.
Lala, Luz Marina y Camila son icónicas, perdurables socioculturalmente, sus significaciones teatrales permiten la conjunción ideológica entre el plano de la expresión y el plano del contenido. Más allá de los procedimientos estéticas con que se conciban sus vibraciones y acentos producirán efectos de realidad como sujetos escénicos poseedores de un valor sígnico.
Lala, Luz Marina y Camila son signos culturales más allá de la especificidad de ser signos teatrales. No se adaptan a los diferentes momentos en que se producen sus representaciones, son parte del sustrato común de la nación, el pueblo y la cultura, conforman emociones, miedos, esperanzas, nuestra ideología está aumentada y se aumenta con ellas.
Lala Fundora, Luz Marina y Camila en sus niveles de manifestación en el inconsciente colectivo y en el individual transforman y dinamizan la memoria escénica. Desde el lugar que ocupan en el imaginario teatral cubano no dejan indiferente a ningún espectador al que pueden mimetizar, relacionarse y ser el polo opuesto.
Foto de Portada Archivo Cubaescena