Por Omar Valiño
Una agrupación cardinal del teatro y la cultura en Cuba en las últimas décadas cumple 30 años este verano, exactamente el 12 de agosto: Teatro de Las Estaciones, de Matanzas.
Su líder, fundador y director, Rubén Darío Salazar, es un quijote de indomable espíritu santiaguero. Se asentó en Matanzas al graduarse del Instituto Superior de Arte, a fines de los 80, dado su legítimo interés por el teatro de títeres. Sobresalió de inmediato en Teatro Papalote, a las órdenes de su maestro, René Fernández Santana.
En un proceso natural, desde las entrañas de Papalote gesta el proyecto de Las Estaciones, junto al gran diseñador Zenén Calero y un puñado de actores, en medio de los duros 90. Un tiempo después, el grupo tendrá plena existencia.
De su extenso repertorio, selecciono, al arbitrio, puestas en escena que prefiero. A casi todas les he dedicado algunas líneas o reseñas completas: La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón, Pelusín y los pájaros, La caja de los juguetes, La virgencita de bronce, Cuento de amor en un barrio barroco, El irrepresentable paseo de Buster Keaton, Los dos príncipes, Todo está cantando en la vida.
Son espectáculos probatorios de una enorme amplitud de miras. Diferentes técnicas de animación de figuras, según sean dominadas por el equipo creativo, los elencos, y convengan a la expresión de ideas y lenguajes específicos. Distintos autores y referencias culturales, asentados en un detallado conocimiento de la historia universal y nacional del títere.
Si el presente sobre las tablas, frente al público, es el corazón de Las Estaciones, no deja de asombrar, aunque sea cotidiano, su despliegue de acciones en torno al teatro. Fuertes arbotantes para el sostenimiento de una catedral. Mediante exposiciones, audiovisuales, clips, documentales, libros y publicaciones, artículos y notas, programas de televisión, dibujos animados y un largo etcétera, al grupo le interesa valorizar todo. En primer lugar, si tienen relación con la animación de figuras y objetos, pero, de igual manera, si han dejado cualquier huella válida en la cultura. Ahí cabe todo, repito. La memoria y la historia, los hechos y sus protagonistas, las contribuciones actuales de personas y colectivos. Es una docencia infinita dentro y fuera del aula.
En consecuencia, su sistema de relaciones es amplísimo, en la ciudad, en el país y en el mundo. No hay momento sin organizar y proyectar eventos, jornadas, encuentros, fiestas de trabajo y de conocimiento. Atravesadas todas por la persecución de la ética y la belleza, los pilares de su artesanía y de su andar.
Si el nombre de Teatro de Las Estaciones atestiguaba el modo de existencia primario, esas intermitencias de presentaciones por etapas del periodo fundacional, rápidamente y hasta ahora, se convirtió en la fisiología del grupo, puesto que cada célula adquiere vida propia e ilumina el organismo todo. Desde la Galería El Retablo y el Estudio-Taller de Zenén, desde la Sala Pepe Camejo y el Jardín Pelusín del Monte, en medio del trazado urbano matancero, es lícito multiplicar cada uno de los 30 años que cumple, no por cuatro, sino por 30 estaciones. Un modo permanente de estar en vida.
Tomado del Periódico Granma