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Titirivida: un retablo que es una ciudad

En la ciudad pinareña, Titirivida acaba de realizar un concierto que, bajo el nombre de 30 Años de Música Titiritera, unió en un mismo repertorio temas antológicos e inéditos con motivo de celebrar su aniversario.
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Por Aliocha Pérez Vargas

El grupo de teatro de títeres Titirivida celebra sus 30 años de quehacer ininterrumpido, y en medio de tal suceso regreso a un volumen de mi autoría que, desde la cercanía de alguien que durante varios años compartió empeños con sus protagonistas, repasa dos décadas de su historia. Aún agradezco a Ediciones Loynaz el gesto de convertir lo que parecía un ejercicio académico, en un material que aspira a recobrar el devenir de uno de nuestros grupos más entrañables, con las luces y sombras que toda travesía creativa lleva consigo.

Diez años se han sumado a la cronología que se registra en estas páginas, y eso no solo habla de la voluntad de sobrevivencia de aquellos que hoy se saben herederos de la impronta de sus fundadores, sino de la articulación a ese cuerpo titiritero de nuevas maneras, cual paisaje en movimiento que se recompone atravesado por el presente y sus nuevas metáforas.

«Hay que cambiar el estado de la consciencia y no las edades», publicaba el crítico e investigador Ramón Cala desde la revista Vitral, en un artículo que retrataba el panorama escénico de Pinar del Río a comienzos de los 90. Motivados o no por esa perspectiva, pero sin duda en medio de tales exigencias, en abril de 1994 los actores Luciano Beirán, Carlos Piñero y Marlenys Torres, junto al músico Noel Gorgoy, crean Titirivida, a partir de su separación del grupo Caballito Blanco, colectivo en el que se formaron y desarrollaron como profesionales.

Una franja de lo que vino después ha quedado también en letra impresa, y el alcance de obras como El caballito blanco, El cangrejo volador, Los tres pichones, El caballito enano o Un girasol pequeño, tienen en este acercamiento la posibilidad de encarar el tiempo, más allá de lo que pudiera preservar la memoria—siempre selectiva—de cientos de espectadores, quiénes años después no dejan de recordar esa estela de risas y esperanza que estos juglares supieron procurar tras el retablo.

Porque lejos de cualquier apología, decir que Titirivida ha sido el pórtico que nos ha permitido a muchos adentrarnos en lo que hoy asumimos como profesión, y más, es acaso una manera incompleta de dibujar un perfil que por muchos años, fue el rostro más auténtico y constante del teatro en Pinar del Río. Una encomienda que hoy lucha por reorientarse en manos jóvenes gracias a la capacidad con la que Beirán supo transmitir su saber titiritero.

 

Y pienso en todo ello, porque con similar acento fui también su espectador más exigente, y en diversas ocasiones abogué por una necesaria renovación y actualización de su estilo, sobre todo en lo concerniente a la dramaturgia y el diseño. Hoy son otras las maneras con que asumo tales reclamos, no porque los años vengan con ciertas cautelas sino porque a su manera, el testarudo titiritero que fue Luciano nos supo decir que la osadía estaba en permanecer, en estar, en crear ante tanta iniciativa superficial e intermitente.

Uno aprende a golpe de cachiporrazo y hoy reconozco que aquellos caprichos de viejo hacedor no eran consecuencia de su obstinado carácter, sino el summum de lo que fue capaz de aprender en diversas experiencias junto a Julio Cordero, Pedro Valdés Piña, Yulki Cary, Raúl Guerra, entre otros. En virtud de esa formación supo privilegiar una visión creativa del teatro cuyo pecado solo sería el de arraigarse, tornarse más robusta e incluso, cobijar con sus ramas nuevos valores que aún en los días que corren, forman parte del grupo o se prueban en otros retablos.

Los mismos valores que hoy conducen las riendas de Titirivida y que se baten, cual perenne espiral, con las mismas contingencias que en su momento libraron quienes los antecedieron. En espera de la reconstrucción de su sede, imponiéndose a éxodos y asfixias bien conocidas, desoyendo a cierta alharaca que ahora habla de traición e irrespeto a la tradición como si esta fuera cosa de museo, acaban de realizar un concierto que, bajo el nombre de 30 Años de Música Titiritera, unió en un mismo repertorio temas antológicos e inéditos.

Y pudiera parecer extraño que un grupo de teatro, lejos de preparar un estreno para la ocasión, recurra a ritmos y armonías para resumir tres décadas de trabajo para la infancia. Una maniobra que quizás algunos puedan ver como el reflejo de vulnerabilidades o carencias que hacen tambalear el verdadero propósito del colectivo, sin embargo, desde otra perspectiva, creo sin alardes que tal decisión es parte de un pensamiento coherente. No podía esperarse menos de un grupo que siempre ha sabido hacer de la música algo más que simple añadidura, convirtiéndola en un lenguaje esencial para propiciar emociones y acentuar elementos de la acción dramática, en tanto ha sido vital para la construcción de una línea estética por la que son reconocidos.

Otra vez, desde la platea del José Jacinto Milanés pude acompañarlos. Escuchar esa banda sonora marcada por un sello de pertenencia, de amor entrañable hacia un mundo de imposibles. Creer que una feliz comunión de presencias pudo abrazarse sobre la escena y, desde los sortilegios que solo sabe propiciar la figura animada, regresar nuevamente a ese retablo improvisado frente al que fui feliz. Volver al instante en que comenzó todo.

Fotos: Cortesía del autor