“¡Tenía Que Estar En Venezuela!”
Conversación con Fátima Patterson
Por Enrique Milanés León
La actriz, dramaturga y directora Fátima Patterson le había advertido al reportero que ella “hablaba mucho”, así que él, que justamente quería preguntarle sin prisa y escucharla con deleite, se apartó al paso de otros colegas, declinó pelear por las primeras declaraciones de la maestra y le pidió una entrevista exclusiva, de esas que suelen renunciar a las mieles de la inmediatez para jugárselo todo a la carta serena de las confesiones.
Fátima valía la apuesta: por mucha voluntad que conjugan la Oficina de Atención a Misiones cubanas en Venezuela y nuestro Ministerio de Cultura para poner ante los colaboradores a genuinos exponentes del arte que nos define, no todos los días se conquista en Caracas a un Premio Nacional de Teatro, de modo que sus palabras más sobrias eran el laurel de muchos.
La semana se agotaba; ella seguía en escenarios de colaboración la gira con el trovador Karel García y el humorista Enoel Oquendo, y cuando el periodista pensaba que ya lo había perdido todo, la maestra abrió las puertas a la charla.
Usted nos dice a todos, desde el nombre de su grupo, que Macubá es Madre Cuba, pero ¿qué es Cuba para esta hija que tengo enfrente?
Fátima ríe, con Santiago entre sus labios: “¡Caramba…! ¡Cuba es mi gran amor! Cuba tiene que ver con todo lo que yo más quiero: mi madre, que era una mujer de verdad, de las humildes, una trabajadora para mantener a su familia. Nuestra patria se caracteriza por tener mujeres de ese tipo. Quiero mucho a mi hija y para ella la patria es muy importante; parece que lo ha bebido de la estirpe de su abuela, y mi nieta es lo más querido.
“Ese triángulo de mi madre, mi hija y mi nieta no solo es muy amado sino que no se puede separar, jamás. Soy una cubana de estos tiempos, amante de su patria y también defensora de ella, y eso me enorgullece. Admiro mucho a Mariana Grajales, la idolatro, y ¡ella es la patria! Por eso mi grupo se llama Madre Cuba, que es lo que significa Macubá”.
“Viniendo de todos los mundos”, como le escuché decir de sí misma, ¿en qué etapa de su vida y de su obra se ubicaría?
Mira, dentro de poquito cumpliré 50 años de vida profesional. ¿Te imaginas cuántas cosas han pasado? Ayer un compañero de las misiones en Venezuela me preguntaba si ya me había ido para La Habana y le dije: “¡No, yo vivo en Santiago!”. Dice él: “¿Y todo lo que ha hecho ha sido en Santiago de Cuba?”. ¡Claro! No hay que irse de su lugar para ganar reconocimiento.
Todas las personas van y vienen de los mundos; en su país, en otros, pero yo no soy una viajera, soy una mujer más de asentarse. La vida me ha puesto en la situación de tener que moverme mucho, pero soy un animalito de su rincón, de la casa, de Santiago.
“Ahora estoy repensando mi relación con los jóvenes porque me parece que es un momento muy importante para la salvaguarda de la nación cubana. Se piensa siempre en el cambio generacional, en ruptura entre jóvenes y viejos; yo creo que no, que es un diálogo para darles paso a las generaciones que vienen, de manera lógica. La experiencia nuestra es muy valiosa para ellos, pero las nuevas ideas y las renovaciones que trae la juventud también son importantes. No podemos renunciar a esa unión.
Siendo, en efecto, una artista que apenas sale de Santiago, ¿qué le ha hecho esta vez variar su rutina?
Bueno… yo participo, por ejemplo, en los festivales de teatro de Camagüey y de La Habana y en algunas giras por las provincias. Granma me ha acogido con mucho cariño. He hecho movimientos internacionales, pero menos; te diría que han sido más bien gestiones personales, pero no ha habido una política de que lo que hace mi grupo se aproveche como imagen de la cultura cubana en el mundo. Y me parece que es un error.
Me asombré un poco cuando me dieron el telefonazo de que viniera a Venezuela. Me alegro mucho de que me llamaran porque la responsabilidad que tiene un artista con la sociedad, con el mundo, con la justicia social, es grande. El artista es un ente que ve más allá y está comprometido con el mejoramiento humano. Esta misión en Venezuela tiene mucho de humanismo, es un gran acto de amor. Entonces, ¿cómo no iba a venir? ¡Tenía que estar aquí!.
Miremos Venezuela… a usted, que ha roto lanzas por la mujer, por la piel negra, por todas las pieles y todas las personas, ¿qué le dicen los hechos de que una blanca santiaguera —Inés Mancebo de Miyares— amamantó a Bolívar y que dos negras venezolanas —Hipólita y Matea— hayan sido, más que nanas, como madre y hermana del gran Libertador?
Eso se ajusta a lo que digo, a todo lo que cuento. ¿Te das cuenta de que las barreras se rompieron, de que no hay colores? Usted es negro, blanco, amarillo… pero no es por eso mejor ni peor que nadie; usted es un ser humano bueno o uno deleznable.
De Bolívar uno habla como habla de Maceo, como habla de Martí. Bolívar era todo voluntad de unidad para con su gente, para con América Latina, un hombre inmenso, digno de respeto. ¡Tendría mucho que ver esa leche que mamó de pecho santiaguero, o de la negra Hipólita! ¡Tiene que ver con todo eso!
Cuba ha dado muchos hombres guerreros y muchas mujeres —más de las que se mencionan— que están en el centro de la combatividad de nuestra gente. Son mujeres en la vanguardia de las luchas de emancipación. Se habla de Mariana: la madre de los Maceo, la Madre de la Patria; hay gente que no lo dice exactamente, pero es así. Están Rosa La Bayamesa, Dominga Moncada… todo un grupo de ellas.
En justicia, habría que decir también, así como decimos que ella es la madre de los Maceo, que los Maceo son… los hijos de Mariana…
¡Exactamente! Sería cambiar el término para utilizar los dos.
En su obra de 50 años, ¿es nuevo este escenario de colaboradores?
¡Ha sido impresionante! El artista se pone nervioso ante cualquier público, pero aquí fue doble el nerviosismo frente a personas que están desde hace mucho tiempo fuera de su tierra, que han vivido circunstancias difíciles y están necesitados de una palabra de amor. Entonces, venir y tan siquiera hacerlos sonreír, ¡no tiene precio!
Trato de hacer historias poco relatadas y de hacerlas fáciles de entender, y tú viste la reacción del público. Me emociona que me aplaudan aun sin decir una palabra. Mi pueblo me quiere y eso es muy importante para un artista. Cuando comienzo y ellos se comunican de la manera en que lo hacen, me renuevan. Me voy renovada: ya peino canas, tengo años encima, me cuido para rendir más, pero estos días en Venezuela me han dado vida.
¿Qué de especial tiene este público?
Que cuando le das amor, te lo devuelve; es lo que ha pasado: ha habido una retroalimentación entre nosotros. Yo veo los rostros diferentes y me siento diferente. Ya Martí dijo, y Silvio cantó, que solo el amor engendra la maravilla. Ha sido un tú a tú, de dar y recibir, que no tiene precio.
Como defensora de la responsabilidad social del arte, ¿qué piensa la maestra Fátima Patterson de esta práctica nuestra de tomar la mochila y enfilar a cualquier horizonte en ayuda de otros, en la cual los artistas tienen un lugar?
¡Es humanismo, bondad! Cuba ha tenido pocos recursos y ha pasado momentos muy difíciles, pero mucha gente nos ha ayudado. Entonces, retribuimos lo que hemos recibido de otros; nuestra patria devuelve amor.
Cuba va ofreciendo el corazón por el mundo, ¡por el mundo!; no es solo en Venezuela, es en los lugares más difíciles del planeta. Nos pasan cosas, de todo, pero no nos rendimos, y en esa práctica el arte alimenta el espíritu y abre el corazón de los seres humanos, que no son los mismos luego de ver un espectáculo cultural. Es vital la guerra que tenemos contra la mediocridad, la banalidad… porque el arte alimenta a las personas y hace que la gente se repiense.
Ahora que las menciona, ¿hasta qué punto son peligrosas esa mediocridad y esa banalidad?
¡Muy, muy, muy peligrosas! Te diría que es una de las armas que ha querido usar el enemigo contra nosotros para debilitarnos, para resquebrajarnos. No lo podemos permitir. A lo mejor nos demoramos un poquito en hacer la ofensiva que hacemos ahora —que debe tener mucho más empuje—, pero no lo podemos permitir.
Es interesante escuchar a un artista reconocido decir “el enemigo”, porque aún hay erguidas muchas torres de marfil que intentan desconectar al creador de una zona incómoda de la realidad: la política. ¿Usted cree en “el enemigo”?
¡Sí creo! Somos un país rodeado, bloqueado y con un enemigo que no se esconde para decirlo y demostrarlo. Ellos hasta se precian de serlo. En cambio nosotros tratamos de construir algo en beneficio de muchos, aunque no todos estén de acuerdo, pero siempre es importante construir. ¡Allá nuestros enemigos!
Fátima, las aristas religiosas del folclor se nos hacen muy visibles en Cuba, pero sus orishas son distintos porque se tornan humanos y conversan, aconsejan, negocian situaciones… dejando lecciones incluso para quienes no creen. ¿Qué artista es usted que hace más útiles —casi les da tareas— incluso a las deidades?
La sonrisa de la maestra, perenne en el diálogo, pasa a mayores: “Cuando la gente habla de los dioses griegos clásicos o de las antiguas culturas asiáticas, es erudita o culta, pero cuando empiezas a hablar de la cultura africana, del panteón yoruba, te miran con desdén, y si se es una mujer negra, como yo, dicen que es pura herejía, ignorancia que camina. No, lo que yo hago es parte de la cultura de los pueblos africanos y del nuestro, como otros tienen la griega y otros la asiática. Tú hablas de Afrodita y ¡qué bien!; en cambio, si dices Oshun la gente empieza a sentir picazón. Para ser honestos, ya pasa menos, pero hay que entender que Afrodita y Oshun son símiles del amor.
Ahora hay un pequeño boom; sin embargo, por lo general, la gente que no ha estudiado mucho esa cultura que nos pertenece —porque es cultura cubana— y te ve haciendo una obra relacionada con ella, no entiende el código. Yo no soy practicante de la religión, soy estudiosa de mi cultura.
¡Claro que hago útiles a mis deidades! Ellas son una construcción humana: ¿quién conoce a Yemayá? Tú ves a una mujer “igualita a Yemayá”; eso es una construcción, igual que Afrodita. Otra es “igualita a Oshun”; lo mismo, pero lo que hemos construido tiene que tener una función de mejoramiento humano, por eso siempre hay una moraleja que hace pensar, para aterrizarla en el espacio cotidiano y hacer que la gente se ría, pero llegue a casa con la idea. Yo uso los patakines, las leyendas, los elementos de la tradición oral para ponerlos en manos de los hombres y mujeres de este tiempo y que les den un uso de provecho.
¿Qué puentes humanos, artísticos, mágicos… unen a nuestros pueblos como soporte de todo lo demás?
La trata negrera, que fue una cosa horrible, fue uno de esos vínculos y nos unió, aunque haya zonas donde no veas mucho a los afrodescendientes porque los núcleos de poder los han invisibilizado. Nos pasó a nosotros y la Revolución hizo que saliéramos a flote, aunque con muchos prejuicios de determinadas personas, no de la política.
Yo estoy tratando de tener un vínculo estrecho con el Caribe profundo, porque dentro de la diversidad somos iguales y cuando miras el teatro, la danza… distingues ese cordón umbilical que nos hermana. Nos une hasta la amenaza de la gran potencia de apoderarse de nuestros recursos naturales: han querido explotarnos, saquearnos, dominarnos a todos. ¿Qué camino tenemos? ¡La unidad!.
Usted ha vivido y ha hecho vivir. ¿Qué lugar, en su retablo de emociones, ocupará este pasaje venezolano?
Venezuela libra una batalla como nunca y nosotros estamos junto a ella. Su derrota sería un fracaso de toda América Latina, pero no creo que ocurra, porque mira que han pasado cosas y han pasado días y ahí están. Ha habido de todo, no solo ahora; desde que Chávez llegó al poder, pero hay una masa que ve cuál es el camino de la dignidad.
Lo que han hecho Fidel, Chávez, Evo… es abrirles los ojos a la gente para que se vean como son, para que reconozcan su propio valor, se sientan seres dignos y luchen por ello: a machete, como los mambises; con el sable de Bolívar, como hizo Venezuela; o a tiro limpio, como nosotros en mi Santiago, en el Moncada.
La vi emocionada en el histórico Campo de Carabobo, pero no la acompañé al Cuartel de la Montaña. ¿Qué le pasó ante la tumba de Chávez?
Ahora no hay sonrisa, no más, ni retablos ni premios. La actriz se marcha de escena para dejar a solas a la mujer que escarba su alma con un largo suspiro: “El Cuartel de la Montaña es una cosa impresionante. Hay una energía ahí, que debe venir de ese gigante, que me emocionó mucho. Después de la tumba pude a duras penas seguir el recorrido. Ahí está el centro de fuerza. Igual me pasó en el espacio de la batalla de Carabobo: está lleno de energía.
Estoy segura de que el Cuartel de la Montaña es un espacio de resistencia espiritual. Hay que visitar mucho ese lugar; hay que enseñarles a los niños, a los que no saben, a los que aprenden a leer, la historia que hay allí para luego contarles toda la Historia de Venezuela.
Usted que vive en Santiago, cerca de la piedra de Santa Ifigenia, visitó ahora la tumba de Chávez. ¿Cómo andamos los pueblos ese “puente” de inspiración, de tumba a tumba, cuando los dos gigantes hicieron lo mismo: partieron permaneciendo?
Son lugares de total energía. ¡Ellos están! Nadie te habla como si faltaran. A veces uno se dice: “si estuvieran aquí”, o “qué falta hacen ahora sus palabras!”, pero tenemos, más que sus palabras, sus fuerzas, que emanan de esos espacios y están regadas, dando vueltas, sueltas… ¡así como son más útiles!
Tomado de La Jiribilla
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