Por Rachel Pereda Puñales
Es mi primera vez en Camagüey. También es mi primera vez en el Festival Nacional de Teatro y la primera vez que un pronóstico de ciclón me atrapa lejos de casa. Con esa mezcla de sentimientos y emociones este artículo comenzó a escribirse solo.
Se hacía indispensable contar acerca de los primeros días del Festival, de su inauguración, y de su ambicioso programa que busca un pacto de paz con el huracán Matthew para poder realizarse.
Los que salimos de La Habana hicimos el viaje con el temor de que en algún momento llamarán para decir que se había suspendido el Festival. El acecho de un ciclón con categoría cuatro (y en algún momento hasta cinco) no es la situación ideal para realizar ningún evento.
Pero el teatro es también un huracán poderoso que desafía los límites de lo posible, y ahí, precisamente, radica su magia. Por tal motivo, aun en fase de alerta ciclónica, la Sala Avellaneda se mostró la noche de este sábado repleta de un público fiel que esperaba su reinauguración y la apertura oficial de esta fiesta de la escena cubana que se realiza cada dos años en la tierra de Tula, de Guillén, de Agramonte. A pesar de la espera para entrar a la sala, la agrupación Buendía y su obra Éxtasis de Santa Teresa regalaron al público asistente, una inauguración llena de fuertes emociones y una música espectacular.
El domingo amaneció soleado como un regalo a las tablas de la Isla para que continuaran con el evento. Durante esta jornada se otorgó la placa Avellaneda a quienes con su trabajo cotidiano construyen nuevos puentes creativos para las artes escénicas de nuestro país. Nombres como el teatrólogo Noel Bonilla, la actriz Sissi Delgado y la investigadora Yudd Favier, se encuentran en esa lista.
También en la tarde dominical los niños camagüeyanos pudieron disfrutar de algunas propuestas llegadas de varias zonas del país. Las Estaciones, de Matanzas, presentó su hermoso espectáculo Los dos príncipes. Los Pintores, de Villa Clara, ofrecieron sus Cuentos a Caballo y Teatro Alánimo representó Cuando muera el otoño.
En la noche quedó inaugurada la exposición Del azafrán al lirio como un homenaje a Jesús Ruiz y a ese aire de poesía y magia que supo regalar a la escena cubana. La presentación de Mecánica, de Argos Teatro, fue también un regalo de domingo, en un Camagüey que todavía espera noticias de la trayectoria del ciclón Matthew para continuar este maravilloso viaje que propone el Festival.
Mientras, aguardamos ansiosos la continuación del programa. Propuestas tentadoras como Superbandaclown; CCPC, Cuban Coffee by Portazo’s Cooperative, 10 millones, y tantas otras que representan lo mejor de la escena cubana actual, esperan para conquistar a un público tan exigente y fiel como el camagüeyano.
Si el Festival Nacional de Teatro fuese una persona, en esta edición hubiese recibido su carnet de identidad por cumplir 16 años. Y creo que de algún modo ya lo tiene porque mezcla de tradición y novedad, representa la identidad del teatro cubano, su rostro, su vida, su aura.
El Festival Nacional de Teatro no es una persona, es ya una gran familia, compartiendo experiencias, contando historias, creando recuerdos. Es mi primera vez en Camagüey. También es mi primera vez en el Festival Nacional de Teatro y la primera vez que un pronóstico de ciclón me atrapa lejos de casa. Pero me alegra estar aquí, especialmente en un año en que se dedica a los jóvenes, y ser parte de esta gran familia que ha venido desde diversas zonas del país para regalar al público de la tierra de Tula, de Guillén, de Agramonte, las maravillas que solo el teatro es capaz de inventar. Y por suerte, esto recién está comenzando.
Foto Cubadebate