Por Giselle Bello
Para Erduyn Maza Morgado (Ciego de Ávila, 1980), el día en que la directora Lida Nicolaeva puso un títere en su mano selló para siempre su unión con el teatro de figuras, de ahí que siendo jovencísimo, a una edad en que la mayoría no tiene definidos aún sus intereses dentro gremio, decidió fundar su propia compañía junto la actriz Kenia Rodríguez.
En junio de 2003 nació Teatro La Proa. “Se nos dio la oportunidad y no lo pensamos dos veces. Fue prácticamente un impulso de juventud”, asegura el actor y director.
La preparación previa la había recibido en talleres de teatro. Trabajé dos años con Lida Nicolaeva, que fue mi primera maestra, y después con Armando Morales. Ellos, con sus dos maneras de enseñar muy particulares, se convirtieron en mis guías. Así empezó la historia.
Fue precisamente, el maestro Armando Morales, reconocido titiritero y líder del Guiñol Nacional, quien estuvo a cargo de su primer espectáculo, Travesuras de narices Rojas.
Kenia y yo nos enamoramos de sus ideas, de su manera de llegar a los actores, de la forma en que hacía poesía con las manos y decidimos que fuera nuestro primer director, porque, por supuesto, ninguno tenía experiencia como para dirigir una obra.
Un hito importante en la historia de la agrupación fue la entrada en 2004 de Arneldy Cejas, quien aporto los conocimientos que traía de su paso por colectivos como Papalote y de Teatro de las Estaciones.
Arneldy es constructor de títeres, actor, director, su incorporación resultó clave para nuestro desarrollo porque aportó la imagen. Un grupo que no tenga un diseñador realmente no posee personalidad propia. Él le dio el empaque que le faltaba a Teatro La Proa.
Ahí llegó nuestra primera pieza titiritera, Cenicienta, que puede considerarse el despegue. Así como al final de la historia al personaje le nacen alas y vuela en busca de su propio mundo, nosotros comenzamos a volar y a ilusionarnos con producciones más ambiciosas.
Esos sueños evolucionaron en proyectos que perfilaron el quehacer de la compañía habanera, heredera genuina de lo mejor de la tradición titiritera de la Isla.
Nunca hemos renunciado a los maestros, aunque sí los hemos negado, pero no para distanciarnos del acervo recibido sino para transformarlo y revolucionarlo. Uno nunca puede desligarse del todo de los que le antecedieron, están presentes en toda la técnica, hasta en la forma de mover un muñeco.
Un montaje tras otro, han construido una identidad escénica reconocible, un discurso propio enfocado en temas que les interesen a todos los públicos y que hablen de lo que está pasando en la sociedad cubana actual.
Nuestra Cenicienta, por ejemplo, no es la de Disney ni la de los hermanos Grimm, se trata de una chica rebelde que no quiere calzar sus pies. Mowgli, aunque está basado en el libro de Kipling, aborda al niño que fue maltratado tanto en el mundo de los humanos como en el de los animales y desea encontrar su propio camino. Aventura con el televisor crítica a esas personas que solamente están pendientes a la pantalla.
Concebimos nuestra poética como algo que nos defina en medio de tanto ruido. Es una búsqueda perenne. Uno se siente completamente desnudo cuando está empezando un proceso hoy encuentras una cosa que te parece muy buena, pero al otro día, cuando él llega en el ensayo, te das cuenta de que no, que no te gusta y tienes que destruirlo todo y volver otra vez.
La Proa arriba a sus dos décadas convertida en una institución cultural que no solo se dedica a hacer teatro, sino que auspicia festivales, crea sus propias publicaciones y participa activamente en la docencia vinculada al mundo del títere.
No me conformo con hacer una obra de teatro y ya. Si tenemos los recursos, los actores, la experiencia, no nos podemos quedar con la escena y no compartir el resto. Hay que investigar, que teorizar. Eso es parte de la responsabilidad del artista, porque el teatro lo vas a ver y se muere con cada función. Creo que parte del nombre de la agrupación es porque estamos siempre así, como los barcos, arriba, abajo, en medio de una tormenta.
En portada: Érase una vez… un pato, Teatro La Proa. Foto Sergio Martínez.