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El Teatro en el Día de la Cultura Cubana

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Por Esther Suárez Durán

Veinte de octubre de 1868. Se cantaba por vez primera lo que devendría prontamente en nuestro Himno Nacional en la ciudad de Bayamo, al Oriente de la isla, territorio en poder de las tropas insurrectas.
Apenas unos cinco meses antes, en el otro extremo de la Isla, en el último día del mes de mayo, se producía la emergencia de un teatro propio, el llamado Bufo Cubano, de tan fuerte impronta como para llegar a nuestros días tras las correspondientes actualizaciones de sus rasgos esenciales en concordancia con los referentes históricos y estéticos de cada época.
Ambos sucesos guardaban una conexión indiscutible que se revela, finalmente, en la función del 22 de enero del año entrante en el Teatro de Villanueva cuando los voluntarios de La Habana masacran a la población que en esa tarde-noche se hallaba en el Teatro, pues como acertadamente dijo un oficial español en su informe a los mandos “hasta los adoquines de la Habana rezumaban beligerancia”.
El costumbrismo reinaba en la literatura y ahora mostraba su variante histriónica y se potenciaban los anhelos de ser desde el espacio tribunicio de los escenarios; era el teatro, ante la ausencia aun de los fonogramas y de la radio, el medio por excelencia mediante el cual se promovía la música propia y los bailes del país.
En breve las agrupaciones bufas, que muy pronto llegaron a ser ocho en La Habana, acapararon el gusto del público y las utilidades, y tal y como acuñaban algunos gacetilleros la moda bufa se implantó en La Habana. No había competencia posible por parte de las compañías españolas, italianas o francesas que se disputaban sin resultado los públicos de la urbe.
Para colmo se imponía la moda del catedraticismo, donde los negros intentaban imitar el modo de hablar de sus amos blancos en un ambiente de gran mascarada y absurdo. Un absurdo que aparece en el tiempo en lo mejor del teatro cubano. El humor es el recurso perfecto para el combate.
Todos ríen en la platea y saben de quiénes y por qué. El bufo cubano ironiza con todo y con todos y la risa escapa a la censura y se vuelve el mejor símbolo de libertad.
Como tuvo el valor de exclamar el personaje de Matías en Perro huevero aunque le quemen el hocico…, de Juan Francisco Valerio, aquel 22 de enero, con el ejemplo de un Bayamo ardido, carbonizado y tantas familias que solo hallaron refugio en el monte: “¡Viva la tierra que produce la caña!” Cuenta la leyenda que del público brotaron los vivas a Céspedes y a Cuba libre.

Foto de portada: Cubaescena