Por Lisandra Gómez Guerra
Las risas y los aplausos ante la magia del teatro han decidido tomarse una pausa. Al escenario ha subido el dolor por la pérdida del Maestro. Una verdad de Perogrullo: como pocos artistas espirituanos se ajustó el traje de clown y se volvió referente gracias al don que le acompañó desde el mismo día en que abrió los ojos. Juan Modesto Castillo Claro, nuestro Tato Zapato, marchó hacia la eternidad con el goce pleno de haber arrancado siempre las más sinceras carcajadas y ovaciones.
Fue ese uno de sus tantos anhelos. Afortunado, dirán muchos cuando se transita por la vida con el mejor de los reconocimientos: el cariño de varias generaciones de espirituanos que no olvidan a la criatura escénica de nariz roja, pelo ensortijado de diferentes colores y siempre acompañado de su imaginario perro Campeón, prendido de la cuerda y el collar que arrastraba por calles y los más encumbrados escenarios.
Años de estudio y entrega le depositó Juan Modesto Castillo a su personaje Tato Zapato. Nació de una necesidad. Sabía que los sentimientos que emergían cada vez que llegaba el circo a Perea, su cuna, no eran hijos del azar. Soñó en más de una ocasión, como el resto de los niños y niñas, enrolarse entre aquellos artistas para recorrer el mundo entre colores, música y alegrías. Mas, necesitó de tiempo para entender que el mundo del clown es un arte de consagración. Y lo hizo suyo como pocos en esta tierra.
Bebió de todos: PoPov, Edwin Fernández, Charles Chaplin, Ferdinando y hasta de aquel payaso que subido a la cuerda floja tiraba al piso a sus coterráneos de tanta risa. Y ahí quizá sin saberlo estuvo su sello: crear un personaje auténtico, criollo, cubanísimo, con frases guajiras a punta de lanza ante las más disímiles situaciones.
Militar, especialista de recursos humanos, gestor de telecomunicaciones… Tato —el nombre que por poco llega al carné de identidad— en la década de los 90 hizo su entrada al mundo cultural por las puertas del movimiento de artistas aficionados. El caballito Blanco, de Dora Alonso, fue su llave y, desde entonces, se quedó sobre los escenarios gracias a sus múltiples inquietudes.
Teatro Garabato, Piramidal, cumpleaños, presentaciones con su hija Lil Laura, la niña que siguió al payaso desde pequeñita, esculpieron su capacidad para hacer reír a los demás, aunque en su mundo interior también habitaran dolores y tristezas.
Difíciles los días del año 2012 cuando a golpe de mucha fuerza venció una fuerte neoplasia de vejiga. Sin pelos, sin pestañas, no abandonó el maquillaje. Y durante la covid —el virus que le arrebató a su esposa— convirtió la línea telefónica en su aliada para acompañar con cuentos, adivinanzas y canciones a quienes permanecían en casa.
Más de dos décadas reinventándose frente a sus públicos le valieron para merecer más de un reconocimiento: miembro del Comité Provincial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, el primero en recibir el Premio Provincial de Teatro Hugo Hernández, artista distinguido del Consejo Provincial de las Artes Escénicas y hasta inspiró a un joven creador audiovisual para contar la historia de su maquillaje y traje colorido frente a la gran pantalla.
Una trayectoria que trascenderá por su maestría artística. Tato Zapato sigue de pie sobre el escenario rodeado de carcajadas, amor y flores, como siempre anheló.
Fuente: Periódico Escambray