Por Frank Padrón
Reunir en escena a una orquesta que en poco más de una década ha ganado justo prestigio (la matancera Faílde), y una compañía danzaria de la misma edad, para muchos no tan conocida pero de las que enamoran a primera vista por el talento de sus bailarines y coreógrafos (Verdarte) en un espectáculo que rinde homenaje al teatro musical, nada menos que en un escenario donde este se ha desplegado y brillado desde sus inicios como institución (el Teatro Martí), resultó un acto simbólico, que arrastró un heterogéneo y diverso público, pero con un punto común: su devoción por un género, una poética de la escena de respetable tradición pero que, como insiste la obra de marras, precisa revitalización y nuevos aires.
Sobre idea original de Pedro Pablo Cruz (su conductor) y ese hombre-orquesta que es Jorge Pedro Hernández (guionista, junto con Amílcar Salatti; codirector coreográfico, con Albert Reyes; diseñador de vestuario y director general), Tan musical resultó, digámoslo de entrada, un vistoso espectáculo que emulara desde el no muy espacioso escenario del coliseo habanero, con los más sonados shows de Tropicana, el Internacional de Varadero o la edad dorada de los cabarés capitalinos.
Así fue recibido por los entusiastas espectadores en sus casi dos horas de duración , dieciséis números musicales, trece piezas de danza, breves entrevistas en una suerte de set televisivo –la puesta se concibió también para ese medio, por lo cual podrá verse en algún momento a través de la pequeña pantalla- y un segmento teatral con la participación de las figuras emblemáticas del vernáculo, que en el afán de homenaje , reivindicación y renovación que propone la obra, alterna con la mayoritaria presentación de solfa y baile.
Siendo honestos, justamente ese pudiera considerarse el talón de Aquiles de Tan musical: la participación del negrito, la mulata, el gallego y el chino historiando, y a la vez pretendiendo actualizar el canon, resultó dramatúrgicamente pobre, endeble en lo humorístico y fallido en lo histriónico, pues casi todo el tiempo primó una línea de sobreactuación, chistes de dudosa gracia y deficiente integración al corpus del show.
Por suerte, la esencia y mayor parte del discurso escénico, como decíamos sobre la base del canto y el baile, derrochó creatividad, imaginación y coherencia. La representatividad de ritmos y géneros (danzón, cha cha cha, folclor afrocubano, rumba, bolero…), permitió el despliegue de la orquesta con sus excelentes músicos y secciones vocales, de vientos, cuerdas y percusión, bajo la batuta del joven maestro Ethiel Faílde. (En este aspecto, solo un consejo a los cantantes: evitar los lugares comunes de “manos arriba”, “una bulla” y otras frases al uso que trivializan la entrega) y donde el sonido eficaz de Yosel Medina desempeñó su imprescindible función.
No menos alcance correspondió a la parte danzaria (que contó con la asesoría del decano Santiago Alfonso, también coreógrafo invitado), en cuadros donde la conjugación del vestuario, las luces (Ledián Rosabal) y el aprovechamiento del espacio generó piezas extraordinarias (digamos, el rojo tanto de la escenografía como de las bien diseñadas telas para el “Cuadro negro”, el blanco y los brillos para el sabrosos “Ran Kan Kan”…), mientras posibilitaba el lucimiento de Verdarte, tanto de sus primeras figuras como de un cuerpo de baile ajustado y preciso. Valga encomiar el trabajo coreográfico, que además de los artistas mencionados en este rubro, contó con la colaboración de Karelia Silva e Hilda Recio.
Las entrevistas de Pedro Pablo –todo un showman, de certeras dotes también para la vocalización- a veces pecaron de innecesarios énfasis y un tono algo exaltado que hizo echar un tanto de menos la naturalidad que requiere un intercambio “televisual”, pero el conductor se lució en la introducción al segundo acto, cuando se incorporó al público y realizó breves entrevistas que derrocharon ingenio y dominio de ese difícil arte.
El musical gana con Tan musical varios puntos a su favor. Un género evidentemente costoso y exigente (reconocimiento indudable a Dayana Hernández Valdés en la producción general y a los productores Kouraih V. Traoré y Osvaldo Pérez, sin olvidar al asistente Sergio Alfonso) reverdece y germina gracias a estos infatigables artistas que han entregado tanto para, más allá de hacernos pasar un rato de incomparable disfrute estético, reverenciar y seguir empujando este género que hay que mantener y estimular a toda costa.
Como dejara plasmado uno de los asesores, el profesor Noel Bonilla, en las notas al programa, se ha logrado “refrendar la vocación del artista en su responsabilidad con el arte y sus públicos. Compromiso que ahora se torna salvaguarda, búsqueda, reapropiación de lo mucho que gravita en la escena musical, teatral y danzaria cubanas que demanda, hoy como nunca, viajar a sus huellas desde el presente”.
Foto de portada tomada del perfil de Facebook del teatro Martí.