Por Jorge Alberto Piñero (JAPE)
Así le dije alguna vez, creo que cuando hizo la novela ¡Oh, La Habana!, dirigida por Charlie Medina… y realmente Mario Limonta fue, y será siempre, un super Mario.
Hablábamos a menudo, era un fiel lector de mi columna del dedeté, la cual comentábamos casi de manera semanal, y en la que una vez le dediqué un texto. Una insuficiente prosa a ese gran hombre que con natural ingenio se desdoblaba entre el drama, el humor, la aventura y la poesía.
Pero esta historia no comienza ahí. Mario Limonta apareció en nuestras vidas desde hace muchos años y siempre caló la popularidad hasta el delirio, llegando a perder su propio nombre por el de los personajes que interpretaba.
En mi caso fue muy temprano. Desde niño, junto a mis tíos y mis primos en los profundos y pinareños Remates de Guane. En nuestros juegos soñábamos con ser Guaytabó, el protagonista de la serie radial La Flecha de Cobre, que se transmitió por Radio Liberación durante una década a las 12:35 am. El mediodía era sagrado. Todos atentos a la radio vibrábamos en cada capítulo; y todos los caballos de la zona se llamaban Guaytabó.
También recuerdo el Nacho Verdecía, de las aventuras Los mambises, con cuatro series o temporadas (como llamaríamos ahora) con más de 200 capítulos al aire y en vivo. Inmenso también fue Mario en su Villo Casanova, el héroe de las aventuras Tierra o Sangre, de 1973, o el carismático Sargento Arencibia que Carballido Rey llevara magistralmente a San Nicolás del Peladero, el clásico humorístico de todos los jueves, desde 1965 hasta 1983. En muchas ocasiones Mario catalogó este espacio como la gran escuela, donde compartía roles con estrellas al estilo de Germán Pinelli, María de los Ángeles Santana, Enrique Santiesteban, Enrique Arredondo, Agustín Campos, Carlos Montezuma y muchos otros incluyendo a su esposa Aurora Basnuevo, excepcional actriz que lo acompañó en cientos de proyectos en todos los formatos audiovisuales.
También fueron una inolvidable pareja en el antológico programa de Radio Progreso Alegrías de Sobremesa, después que el inigualable escritor Alberto Luberta diera vida a Sandalio «el volao», el concubino de la jacarandosa mulata Esterbina.
Jamás hubiera pensado que sería amigo de Guaytabó, Villo Casanova, el Sargento Arencibia, Sandalio… por solo citar una ínfima parte de todo el trabajo desplegado por Mario Limonta durante tantos años en la preferencia del pueblo.
Dejó su impronta en todos los medios y en todos los tiempos. El cine fue también su nicho vital y en él mostró talento y dedicación. Basta con solo recordar el personaje de chofer de alquiler que encarnó en Miel para Ochún, de Humberto Solás. Al séptimo arte dedicó su particular histrionismo hasta hace muy poco en que protagonizó el filme Estrés, de Marilyn Solaya, aún sin estrenar.
Fue mi amigo, mi socio, hablando en buen cubano, y la vida me dio la oportunidad de decirle cuánto le admiraba aquella noche de 2016, en el Teatro Mella, en que recibió el Premio Nacional de Humor por su intensa trayectoria en el difícil arte de hacer reír.
Hoy nos dices adiós, y te vas a reunir con tu eterna Aurora, con tu querido Mayito, con el amigo Luberta y con otros tantos que junto a ti nos hicieron pasar divertidos e inolvidables momentos… y se escuchará tu voz, tu inconfundible voz, cuando le digas a la mulatísima: ¡Oiga señora, ya estamos juntos otra vez! ¡Hasta siempre, inmenso Mario!
Foto de portada: Periódico Granma