Súlkary analizada desde el pensamiento de Ramiro Guerra

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Por Lisandra Herrera Benítez

En la historia de la danza cubana, pocas obras condensan con tanta intensidad la síntesis entre raíz cultural, propuesta estética y rigor compositivo como Súlkary, creada por Eduardo Rivero y estrenada el 13 de mayo de 1971. Concebida para seis intérpretes, esta pieza ha perdurado como una de las expresiones más depuradas de la llamada “teatralización del folklore” en el contexto de la danza moderna en Cuba. Su construcción se basa en una estética que evita lo pintoresco, para sumergirse en una abstracción ritual, donde el cuerpo se convierte en un símbolo y canal de memorias ancestrales. La música de percusión, los cantos yorubas, los gestos contenidos y una cuidada estructuración coreográfica hacen de esta obra una manifestación escénica que, sin palabras, es capaz de transmitir una visión del mundo anclada en lo telúrico y lo espiritual.

Ramiro Guerra, figura esencial en la consolidación de la danza moderna cubana y mentor de toda una generación de coreógrafos, elaboró un sistema de análisis coreográfico que proponía descomponer las obras en sus dimensiones motrices, simbólicas, estructurales y culturales. Esta herramienta no solo permite estudiar la danza desde una perspectiva formal, sino también acceder a su contenido ideológico, ético y emocional.

Aplicar este enfoque a Súlkary no es solo un ejercicio de interpretación, sino también una vía para entender cómo se puede construir una estética escénica cubana con base en la memoria corporal, el ritual y la estilización de lo popular y folclórico. Este análisis pretende entonces, recuperar el valor fundacional de la obra a través de una lectura crítica en diálogo con el pensamiento de Ramiro.

Guerra, más que un coreógrafo, fue un pensador del cuerpo y de la escena. Su formación en ballet, danza moderna, teatro y estética, sumada a su experiencia directa con el folklore cubano, lo llevó a concebir la danza como un fenómeno total, capaz de condensar historia, identidad, emoción y forma. A diferencia de otros enfoques más descriptivos, Ramiro Guerra desarrollo una metodología analítica basada en indicadores interrelacionados, que le permitían al investigador o al creador, abordar una coreografía no solo como una serie de movimientos, sino como un discurso escénico complejo. Su Guía de cuestiones para el análisis de una obra coreográfica, constituye uno de los aportes más útiles al campo de los estudios dancísticos en Cuba.

El cuestionario incluye aspectos como: la motivación temática, es decir, qué contenido impulsa la obra, más allá de los programas o sinopsis; la estructura, que evalúa la lógica interna de desarrollo y transformación; el uso del espacio y del tiempo, no como escenarios neutros, sino como lenguajes que amplifican la expresión; los elementos escénicos complementarios, como música, escenografía o vestuario, en su función simbólica y no decorativa; el lenguaje corporal, entendido como una síntesis estilística e histórica; la relación entre coreografía e intérprete, y la comunicación con el público como parte del sentido último del arte escénico. Lo más innovador de este enfoque es que no aísla categorías, sino que las conecta entre sí: lo espacial afecta lo simbólico, lo técnico está al servicio de lo emocional, lo visual forma parte de una lógica narrativa o sensorial. En esta perspectiva, una obra no se valora por su virtuosismo ni por su literalidad, sino por su capacidad de generar sentido desde el cuerpo, y de construir un universo poético coherente. Bajo esta luz, Súlkary se presenta como un campo fértil para aplicar estos indicadores, no solo porque Eduardo Rivero fue discípulo cercano de Ramiro, sino porque la pieza representa una de las aplicaciones más logradas de su pensamiento estético.

Análisis de Súlkary desde la Guía de cuestiones para el análisis de una obra coreográfica de Ramiro Guerra

La obra Súlkary se erige como una ceremonia escénica abstracta donde la relación entre cuerpo, espacio y música genera un universo simbólico profundamente enraizado en la espiritualidad africana. Su contenido, aunque no narrativo, posee una motivación clara: evocar la fertilidad como principio vital y la conexión con la naturaleza desde una perspectiva ancestral. Este impulso se articula además desde la inspiración a los cuadros y esculturas de Wilfredo Lam, siendo Súlkary un lienzo danzado sin necesidad de elementos explicativos externos; el movimiento mismo se encarga de desarrollar y expresar el contenido mediante secuencias que alternan la contención y la expansión, la individualidad y la coralidad.

Formalmente la estructura de la obra responde a una progresión orgánica. Comienza con una introducción de movimientos bajos y contenidos que recuerdan estados de germinación. A medida que avanza, los cuerpos se expanden, se entrelazan, dialogan entre sí hasta alcanzar un momento culminante en el que los seis bailarines forman una unidad dinámica. La evolución de la obra responde a la forma musical preestablecida que evoca un ritmo interno propio de los rituales, donde el tiempo se vive como proceso, no como secuencia numérica. La música interpretada por la Orquesta de Percusión del Conjunto Nacional de Danza Moderna, incluye cantos y toques africanos que no acompaña simplemente, sino que define la estructura misma de la coreografía.

El espacio escénico se convierte en territorio ceremonial: los bailarines lo atraviesan en diagonales, líneas rectas y círculos, recurren a lo largo de la pieza a la falsa frontalidad del estilo arcaico, al hieratismo y las poses abigarradas, tal como el trazo cubista de Lam. Cada desplazamiento, cada cambio de nivel, dúo o solo, contribuye a la construcción de una atmósfera densa y dinámica, sostenida por una iluminación que delimita zonas y acentúa la presencia de los bailarines, otorgándole fuerza dramática a la obra.

El vestuario, diseñado por Eduardo Arrocha, es sobrio, con piezas de colores tierra, evocando a las figuras desnudas, ataviadas con collares de caracoles y bastones de madera. Esta neutralidad cromática permite que el punto de atención esté en el cuerpo y en su gesto. Los bastones funcionan como extensión del cuerpo ritual, como elemento fálico. Marcan límites y construyen imágenes totémicas. Los caracoles y conchas tejidas, así como el recogido dejando ver el cabello afro y el maquillaje, son elementos claves en esa construcción que es Súlkary, en tanto dichos elementos se resignifican desde su propio simbolismo originario para devolverse en construcción estética.

El lenguaje corporal que se despliega en Súlkary es el resultado de una fusión cuidada entre técnicas de danza moderna y gestualidades africanas estilizadas. El movimiento ondulante del torso, los impulsos desde el centro, el trabajo en el piso y la energía centrada en el cuerpo, revelan una corporeidad virtuosa y la búsqueda de una verdad expresiva. En este contexto, el bailarín no es un mero ejecutante, es un canal de energía simbólica. La obra distribuye el protagonismo de manera equitativa, se integra la expresión individual al discurso colectivo sin distracciones ni jerarquías artificiales. Cada solo permite el lucimiento del bailarín o bailarina, dese su propia corporeidad. Este sistema expresivo se traslada al espectador sin mediaciones.

Súlkary no exige comprensión racional, sino sensibilidad. La fuerza sensorial de la música, el diseño corporal, la atmósfera ritual y la neutralidad cromática del vestuario, convierten la experiencia en algo sensiblemente accesible. La obra no cae en el pintoresquismo ni en el exotismo; por el contrario, dignifica lo africano como parte esencial del ser cubano.

El análisis de Súlkary desde el enfoque de Ramiro Guerra revela la riqueza simbólica y estética de esta obra y reafirma su valor dentro del desarrollo de la danza moderna cubana. La integración consciente de elementos africanos, la coherencia en la fusión estilística y la profundidad expresiva colocan a Súlkary como un referente esencial de la identidad cultural del país.

El método analítico propuesto por Ramiro conserva plena vigencia como herramienta útil para investigadores, bailarines y docentes, ya que ofrece una mirada integral sobre la creación coreográfica y su dimensión cultural.

Volver sobre Súlkary a 54 años de su estreno, demuestra que la danza puede actuar como vehículo legítimo para expresar identidad, memoria y sentido colectivo con un lenguaje escénico auténtico, portando la trascendencia y la grandeza de ser una creación como pocas, que emocionó al público de ayer y emocional al de hoy, que nos conecta con nuestra raíz identitaria y nuestros saberes ancestrales desde una experiencia estética sin miramientos.

 

Foto de portada: Archivo Cubaescena