Por Esther Suárez Durán
El acontecimiento es el regreso a escena de José Milián con Pequeño Teatro de La Habana con un estreno para testimoniar que, en medio de tantas vicisitudes, él se halla aún entre nosotros y tiene qué decir.
Sueño que soy isla es, en esencia y a estas alturas, un producto “milianesco”; se reconoce en su textura el sello del artista; el carácter que se obtiene del juego de códigos que el dramaturgo y director ha empleado a lo largo de su extensa carrera. Para quienes la hemos seguido, así sea a partir de los ochenta, este rasgo resulta evidente.
Las notas al programa se plantean el espectáculo como un homenaje al teatro vernáculo cubano, dentro de él a esas grandes figuras que fueron Zoa Fernández, Zenia Marabal y Carlos Pous. Con las tres tuvo José Milián el privilegio de trabajar. Como anécdota antológica clasifica su personal recuerdo sobre la escena sin texto entre Pous y la botella de bebida en Bartolo tenía una falta, que desde su título hace un guiño en el imaginario a “la flauta de Bartolo”. El público reía mientras Pous sostenía un diálogo en “silencio orgánico” con la botella. Sin necesidad de emitir un solo sonido el gran actor era capaz de transmitir a la vasta audiencia toda una gama de pensamientos y sentimientos con respecto al objeto que se hallaba frente a él.
En realidad, poco conocemos de las profundas capacidades histriónicas de nuestras primeras figuras de la escena en aquel teatro, el cual cuando es referido en los actuales escenarios tiende a la sobreactuación y el pintoresquismo.
Sueño que soy isla, en el Café Teatro Brecht, que ya en su segunda semana mostró la sala repleta en la función dominical, es un espectáculo con esa libertad de estructura que puede aportar el teatro musical. Milián cuenta que fue organizado sobre improvisaciones y que cada día él iba escribiendo “en el aire”, que es, en realidad, sobre la escena.
La música y el baile ocupan sitios de primer orden con una banda sonora que, como es habitual en las producciones del director, exhibe una calidad óptima. Las dos actrices que llevan el mayor peso del espectáculo: Lissete Soria, como Yayi, e Ihara Torres como Yuyi realizan una parodia del tema base del reconocido filme musical francés Las señoritas de Rochefort, bailan de modo disparatado el Concierto número 1 , de Chaikovski; citan uno de los temas más populares del musical Un día en el solar (“el cepillo-pillo y la batea-tea”).
Durante la puesta en escena escuchamos, además, la poderosa voz de Alicia Rico cantando uno de sus célebres popurrís, que así se llama la composición formada por una mezcla de canciones o fragmentos de ellas unidas en una sola interpretación y era algo frecuente en la época. Lo simpático es el tipo de combinación que la intérprete solía hacer y las parodias que incluía. También escuchamos, en voz de Bola de Nieve, el título icónico de Ela O’Farrill (Santa Clara, 1930- Ciudad de México, 2014) Adiós, felicidad, que clasifica entre las más importantes creaciones del feeling y cuenta con una particular significación ya que fue víctima de uno de los primeros y más absurdos ejercicios de censura en la historia de la música y la creación artística cubana posterior a 1959. De las muchas versiones del tema de la O’Farrill –la cantante más destacada del año 1962– (Eddy Gaytán, Pancho Céspedes, la Aragón, Bamboleo…) esta, de Bola, seleccionada por un conocedor como José Milián, es una verdadera joya por su fuerza telúrica, su enorme carga de nostalgia para cerrar el discurso escénico que, en este caso como sucede en los mejores ejemplos, es una partitura teatral que trabaja sobre la sensorialidad y la emoción del espectador.
La obra, además, nos remite a momentos anteriores de la creación teatral de esta agrupación y de la trayectoria artística de su fundador y director. Se produce por momentos una suerte de reminiscencia a su versión de Esperando a Godott o al mítico monólogo de La coreana. También reaparecen aquí personajes de otros espectáculos como el Alonso (Carlos Ramón Morales) de El de la Mancha no va al paraíso y su particular Sancho (Jorge Temprano).
El tejido espectacular resalta el carácter insular, de modo metafórico, en más de un sentido y se vale para ello de la evocación que es capaz de suscitar la palabra, al igual que contiene agudas referencias con respecto a nuestra contemporaneidad. Es, sin dudas, una propuesta de diálogo privado con el ciudadano de la Cuba de hoy.
Regresa el teatro, en medio de privaciones de todo tipo, a su cita con la historia, a su particularísimo convivio con el público: a ser un arte evanescente, efímero, del aquí y el ahora, como lo fue todo nuestro teatro bufo y vernáculo, carente de cualquier afán de trascendencia, de cualquier otra meta que no fuese correr la suerte de su tiempo y de su gente hablándoles en un lenguaje quintaesenciado, peculiar, creando una absoluta complicidad.
El teatro semeja un acto de conspiración, decía el colega Alberto Pedro, destacado dramaturgo cubano, Así es, pero, primero y para ello, ha de ser una jornada de fecundo encuentro. Despertar. Estremecimiento.
Bola canta: “Adiós, felicidad, casi no te conocí…”
En portada: Sueño que soy isla, de José Milián. Foto Fernando Yip Verdeal.