Por Bernardo Javier Orellana Zarricueta
Han pasado varias semanas, desde que fui invitado a encontrarme con la poética de Lilian Padrón, y es hasta ahora, que logro ordenar todas las ideas y sentires para poder hablar de su obra, esta vez encarnada por sus bailarines en la versión danzada de Aire Frío, de Virgilio Piñera. Tal como lo enuncian estas primeras líneas, hablaré de su obra, quizás usando este montaje como excusa, para dialogar con la manera tan personal con que esta insigne coreógrafa matancera nos sigue convocando.
Puede ser redundante decir que un creador tenga un modo personal de trabajo, pero hay que reconocer, que si bien el oficio de coreógrafo, no es fácil, ni para cualquiera; no todos los que portan este título, son capaces de defender sus discursos, sus historias y singularidades, con coherencia y respeto. Los que conocen a Lilian Padrón saben que su trayectoria, con más de cuatro décadas de luchas, de pasiones, de enseñanza y de danza; la significan por si sola. Al respecto de ese trabajo personal, recuerdo que, el teórico del teatro Jorge Dubatti plantea que las poéticas singulares están llenas de espacios poéticos de heterogeneidad, tensión, debate, cruce, hibridez de diferentes materiales y procedimientos, espacios de diferencia y variación que, si lo leemos como adejtivos de la obra de la coreógrafa Padrón, identificamos cada una de esas características, no solo en este montaje, sino en casi toda su obra.
De Lilian Padrón podemos reseñar muchas cosas, entre ellas la más representativa y de esfuerzo, su concurso DanzanDos, que la identifica por su carácter generoso y comprometido con la danza, pero sobre eso ya muchos han escrito, hoy me convoca la necesidad de volcar mi visión del trabajo de esta creadora, y recordar estos silenciosos genios, que aportan no solo a sus comunidades, sino a todo aquel que se encuentre con sus luchas artísticas, y en Cuba, hay muchos de ellos, luchando en sus trincheras, en provincia, con faltas de recursos y ganas de expresarse, es ahí, donde convergen la danza y esa poética personal, para poder lograr encarnar los sueños que cada creador lleva.
Este agosto de 2019, se repuso la coreografía Aire Frío, de Liliam Padrón con Danza Espiral, inspirada en la obra homónima de Virgilio Piñera. Su primera versión, estrenada el 25 de febrero de 2012, llevó años de espera; y es ahí donde me detendré como primera estación en este recorrido discursivo.
¿Qué hace a esta coreógrafa retomar una obra después de tantos años? Quizás debí entrevistarla para saber otros pormenores, pero me seduce más fabular sobre sus razones. Creo que la relación con la danza que tienen los coreógrafos y bailarines de la denomina “danza moderna”, exige un respeto a la tradición y la historia, que la contemporaneidad danzaria ha perdido, y eso llama la atención en este remontaje: es Liliam Padrón motivando a jóvenes recién salidos de las escuelas, o preparados de manera libre por ella en su propia compañía, los que llevaron a buen puerto esta obra, no es un ejercicio de re-ejecución o historización el que vimos, es justamente ese respeto a la escena y al propio trabajo, el que empuja a Padrón a revisitar su propia danza, dándole calidez y juventud, no solo con esta pieza, sino cada vez que se lo proponga; definitivamente es un ejercicio de auto reconstrucción, que retoma sus propios lugares poéticos y los entrega a sus jovenes bailarines a apropiarlos y disfrutarlos.
Es importante aclarar que esta presentación era parte de una conmemoración al natalicio de Virgilio Piñera. Esa exigencia que convocaba la obra, hace más claro que existe el respeto a la danza, y compromiso con su propia poética, porque no solo lo veía como un compromiso que daría por única vez la oportunidad de presentar la obra, sino como ese compromiso con Virgilio Piñera y su obra.
No podemos reducir el hecho artístico al momento de ser presentado, o la razón que lo convoca, hay detrás un gran espacio de trabajo que debe ser reconocido, que da respuestas a ese acontecimiento, dejando claro que no importaba la instancia sino la realidad artística con la que vive. Al respecto del trabajo que lleva un montaje y este en especial, podemos decir que, la sincronía que lleva la danza, la utilización de objetos, el trabajo de los cuerpos, la interpretación, la colaboración entre el grupo de bailarines, el contacto entre ellos y con el espectador, “todo”, estaba pulcramente trabajado, sin fallas, dándole verdad a lo que sucedía, y ahí habría que hablar nuevamente de esas consignas de la modernidad, que decían que el trabajo de expresividad iba más allá del control, sino que en el encuentro de ese descontrol que alimentaba el gesto y lo hacia vivo, y eso es parte de lo que podemos ver en Danza Espiral y en la obra Aire Frío.
En ella existe una individualidad donde se ve el tratamiento de la coreógrafa por respetar las maneras de moverse de cada bailarín, individualidades que entreteje para poder desarrollar su discurso, construyendo una escena llena de particularidades y flujos que, sin caer en el caos, nos recuerdan la simpleza de la cotidianeidad, donde los cuerpos interactuan sin juicios ni prejuicios, sin canones estéticos que los determinen; y quizás, hablo desde la utopía de la igualdad y el respeto, sin dejar de reconocer la riqueza de nuestras culturas latinoamericanas, donde muchas razas e historias han construido nuestra realidad social y corporal.
Este sería el segundo momento del recorrido, me es importante hablar del trabajo de identidad que propone la directora de Danza Espiral. Cada una de sus obras y paisajes metafóricos, han llevado una atención a su identidad como cubana, como latinoamericana, y como ser contemporáneo; ejemplo claro es la obra Aire Frío, y podemos descifrarlo de la siguiente manera, su recorrido pasa por los textos del escritor y poeta coterráneo, y su discurso estético corporal se enmarca en la hibridez de la cultura Latinoamérica, que se enriquece de ambientes mágicos y coloridos, lleno de saberes ancestrales y también de sufrimiento, y por lo tanto, las dos razones anteriores la ubican como un ser que atiende aquello que significa hoy la contemporaneidad, esos espacios de oscuridad que necesitan atención y llaman a ser intervenidos, haciéndolos visibles y mostrando la potencia de sus fisuras, como vida.
No quise escribir un texto que relatara la obra o que advirtiera las técnicas o las denostara, quería atender la urgencia que se ve en el trabajo de Liliam Padrón por resistir en la danza, quería hablar de la capacidad de resiliencia que tiene ante el éxodo de sus bailarines, quería hablar de su necesidad de estar y vivir en la escena; por eso, este tercer y último punto del recorrido, se detendrá en aquello que ha caracterizado el trabajo de esta creadora, y es su capacidad de hacer crecer a aquellos que experiencian su manera de trabajo.
Me llamó la atención que un par de meses antes de estas funciones coincidí con Padrón y sus bailarines en el Encuentro de Jóvenes Coreógrafos de Guantánamo. Algunos de ellos estaban recién salidos de la escuela y se veía su inexperiencia en escena, pero al llegar al reestreno de Aire Frío, una grata sorpresa me entregaba la obra, con un papel exigente, estaba Carlos Daniel Navarro, uno de esos jóvenes inexpertos, esta vez interpretando a Oscar, personaje que configuraban la familia Romaguera. El papel que le exigía de una interpretación que iba más allá del virtuosismo técnico o la hiper-teatralidad, que lo invitaba a ser sensible y fuerte en la obra, exigiéndole vivir cada momento en el escenario, exigencias que no solo logró, sino que superó cautivándonos como espectadores.
Esto me respondía todas aquellas fabulaciones que tenía del trabajo de Padrón, que podrían estar permeados por mi admiración o respeto, pero que dejan en evidencia su entrega, no podía ser más que su dedicación y trasmisión de la experiencia, la que lograrían un cambio así en menos de dos meses en un intérprete, no podía ser más que el pleno convencimiento que en el trabajo se generan cambios y compromiso, lo que podía lograr tales avances, lo que me producía más asombro al ver este re-estreno.
Por eso el título, porque en mi saber de la danza, la imagen de la espiral como pilar central de movimiento, es más que una realidad técnica, es la metáfora de la vida misma, donde todo fluye eternamente, empezando una y otra vez, permitiéndonos reconstruirnos y reencontrarnos cada vez que sea necesario, y ahí radica, creo yo la fuerza de Liliam Padrón en ese eterno espiral, que siempre la tendrá en movimiento.