Smiley: poderosa comedia romántica LGBTIQ+ en La Habana

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Por Roberto Pérez León

Me pregunto si los públicos que hacen la cola y logran entrar a la sala Llauradó tienen claro lo que es Smiley.

Quien entre a la Llauradó sin tener claro lo que va a ver, no más empiece la función se dará cuenta que se sumergió en una cantidad de gravitación de la realidad que podría resultar insoportable por resurgimiento, apoyaturas o diamantinas revelaciones. Smiley es una comedia romántica LGBTIQ+. No sé si la puesta hecha en España y que inspiró un serial para la televisión fue como la que acabo de ver aquí en La Habana. Pero esta es una típica comedia romántica LGBTIQ+ de perfección absoluta.

Claro, ya sé que declarar a Smiley comedia perfecta es de una relatividad también absoluta. En el relativismo absoluto cada cual puede tener su propia verdad. Y si no hay posibilidad de diálogo ni comprensión mutua entre las verdades, la verdad de cada cual vence y entonces la interpretación excesiva, sin reflexión desprejuiciada, cae en el intrincado academicismo o en la superficialidad de lo callejero.

Pero la verdad es que no hay que ponerse a buscar la pelusa de la contra-pelusa de una comedia romántica que ni siquiera intenta reinventar tópicos. Cumple con lo que todos sabemos sin malabarismos dramatúrgicos: dos personajes se conocen, se atraen y se lanzan a ser felices comiendo perdices.

Smiley es otra historia de amor más. Amor con todas las de la ley. Amor con risas, emociones, temores, broncas y reconciliaciones. Amor y punto. Eso sí, una historia de amor como corresponde al género de comedia romántica de esas que desbordan los públicos y el guilty-pleasure por excelencia.

Del inglés nos llega el término guilty pleasures. Se puede aplicar en situaciones que van desde ver una película o un programa de televisión, oír determinada música hasta preferir ciertas comidas. Se trata de verse entre embarazosas pero  dulces tentaciones. Se disfruta y a la vez se siente culpa por gozar lo que es calificado de inferior, sin refinamiento, que atenta contra los gustos, inapropiado “socialmente”.

En Smiley la combinación de humor y amor, la sencillez de la trama con sobresaltos de malentendidos, lo predecible del final, el entretenimiento sin complicaciones, el disfrute escapista y empalagosamente emocional con chispas de tibio melodrama la hacen ser una comedia sin desperdicios.

La satisfacción que genera Smiley podrá provocar en algunos públicos ese guilty pleasure, el placer culpable, lo cursi, las emociones contradictorias, los remordimientos por permitirnos disfrutar de algo no reconocido “intelectualmente” y poco chic.

Smiley no tiene restricciones. La indulgencia de esta comedia ante nuestras percepciones convencionales hace que podamos despreocupamos por las expectativas externas y reímos sin conflictos ni dilemas, sin autojuicios.

Smiley como comedia romántica LGBTIQ+ es estimuladora de efectos por sus grados de artificio, afectación y estilización. Ante una comedia como esta no hay que exigir que nuestros gustos tengan que ser refinados y selectos. También lo que no se tenga en alta estima puede ser disfrutable.

Smiley ha sido un aire fresco en la cartelera teatral habanera. Como comedia romántica clásica ha encantado al posicionarse sin moldes ni etiquetas entre las demandas sociales del siglo XXI.

Guillen Clúa, una de las voces más sobresalientes del teatro catalán actual es el autor de Smiley que llega a nosotros con la dirección de Josep María Coll y con la adaptación y revisión dramatúrgica de Ruandi Góngora.

Se trata de una puesta en escena de profesional fluidez, con los debidos matices del amor entre dos hombres sin la redundancia de los tópicos cansones del ambiente gay.

Las actuaciones conservan todo el tiempo una divertida picardía que no se limita a una representación estereotipada a través de los estigmas asociados a la superficialidad. La puesta tiene un equilibrio compositivo sin desperdicios. Es un montaje ajustado a lo que se tiene. Sin derroches visuales ni pujos “vanguardistas”, a base de cortinas y luces atinadas se concibe un espacio escénico modelado y armonizado por las admirables actuaciones de Georbis Martínez y Roberto Romero.

Alex es Roberto Romero. Bruno es Georbis Martínez. Sus empáticas presencias escénicas matizan atrevimientos. Alex y Bruno tienen el debido diapasón de las dinámicas en las relaciones entre dos hombres gay que flirtean, van a la cama y se enganchan en cuerpo y alma.

La corporalidad en las actuaciones es una dimensión fundamental en el desarrollo del lenguaje escénico en este montaje logo-escenocentrista donde la palabra aspira a ser el mecanismo discursivo por excelencia. Pero el marco textual de la corporalidad adquiere una anchura signica de atendible autoridad dramatúrgica donde queda demostrado el poder actoral de Georbis Martínez y Roberto Romero.

Lo ingenioso de los diálogos consigue un humor abiertamente picante. La comicidad en los trajines del amor cuando es empleada para conquistar, enamorar o desenfadar es una fórmula divina para desbaratar barricadas.

Smiley nos revisa y corrige con un argumento que se opone al dogmatismo. Promueve la actitud y la disposición a cuestionar nuestras ideas, a reevaluarlas incesantemente. Desde esta perspectiva es posible relacionar la obra con el concepto de falibilismo como teoría epistemológica que sostiene que todas nuestras creencias, juicios y conocimientos son susceptibles de ser falsos o erróneos.

Smiley suscita la apertura, la revisión y el cambio para construir puentes de entendimiento y admisión. Se alinea con el falibilismo como actitud crítica hacia las creencias y normas establecidas. Esta puesta en escena al desafiar lo heteronormativo aboga por la eliminación de la discriminación basada en la orientación sexual y las identidades de género. Así se erige como baluarte para el diálogo al remover comportamientos y abrir espacios inspiradores.  El teatro valida el falibilismo con propuestas ideo-estéticas que fomenten la aceptación y comprensión, con criterios distintos y complementarios, de una creencia que creíamos firme y que puede demostrarse errada.

Smiley como comedia romántica LGBTIQ+ pregona el amor. El amor, sea el que sea, sucede ineluctablemente. Está claro que la yagua que está para uno no hay vaca que se la coma. Pero además en la misma obra se alude a una leyenda japonesa tan ilustrativa como el decir sobre las yaguas.

Alex y Bruno estaban elegidos el uno para el otro. No pudieron cortar el hilo rojo de la leyenda japonesa que dice que cuando dos personas están destinadas a estar juntas, un hilo rojo invisible atado al dedo meñique de la mano los une desde el día que nacen. Ese hilo es irrompible y tiene el poder de atar a dos personas para siempre, por más lejos que estén el uno del otro, y por más diferentes que nos parezcan.

Incluso, al respecto tenemos una reflexión poética de Lezama Lima donde el autor de Paradiso se refiere a la poderosa fuerza de la predestinada compañía que llega súbita y pareciera que azarosamente. En una de sus coordenadas habaneras dice el poeta: “Jugamos a cientos de espejos, de gustos distintos, en las personas que guardamos y que nos han decidido lo más valioso de este frío planeta: la compañía. Pues vivir es hacerse acompañar, escoger en el oscuro pajar las otras vidas que nos complementan y van también tirando la moneda de su suerte a nuestro lado”.

Foto de portada: Eldy Ortiz