Por Roberto Pérez León
Tener fe es un acto de absoluta libertad. Dice San Pablo que es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve.
Eso me sucede con ciertos colectivos de teatro, cuando anuncian sus estrenos voy con la confianza de que encontraré lo esperado y con la certidumbre de formar parte de un suceso que me llenará del absoluto e impalpable disfrute estético con los consecuentes encuentros-desencuentros en la subjetividad.
Teatro de La Luna es uno de esos colectivos a los cuales les tengo fe; desde principios de los noventa anda dando teatro y más teatro.
Lo que voy a comentar data de esos inicios cuando Raúl Martín miró para el lado más contestario de nuestro teatro y se fijó en Virgilio Piñera.
Considero que es Martín quien mejor nos ha mostrado al hombre de La Isla en peso con admirable convicción. Raúl ha sabido cargar con el peso de toda su obra para bien de todos, incluyendo al propio Virgilio.
En la sala El Sótano -aunque no en horario estelar, pero bien que merecía estar en programación- estuvo La Boda de Teatro de La Luna con los vigores de ocho jóvenes que ya están en el primer escalón del profesionalismo actoral.
Como estamos en tiempos de fin de curso, la Escuela Nacional de Teatro hace una muestra de los resultados del trabajo de sus estudiantes.
Esta vez Teatro de La Luna ha fungido como Unidad Docente para que un grupo de jóvenes se gradúe bajo los espesores teatrales de uno de nuestros colectivos más consolidados luego de evoluciones, transformaciones, renovaciones, repeticiones y desplazamientos conceptuales, formales, estéticos, ideológicos, emergentes.
Recordemos que La Boda tiene medio siglo de haberse estrenado. Sucedió en 1958, un 15 de febrero, con un frío que pelaba en la calle Galiano, donde estaba la Sala Atelier, justamente en el número 259, con dirección de Adolfo de Luis.
La obra había sido escrita en 1957, un año importante para Piñera: el 28 de junio se estrena Falsa alarma en el Lyceum de La Habana, dirigida por Julio Matas.
Falsa alarma, al ser publicada en Orígenes en 1949, se adelanta al estreno en París, el 11 de mayo de 1950, de La Soprano calva, de Ionesco.
En noviembre Jorge Luis Borges lo invita para dar dos conferencias en Buenos Aires, pero aplaza el viaje por el estreno de La Boda; además, también en 1957 escribe varios cuentos.
Yo no había vuelto a ver La Boda desde su puesta en los noventa. Así es que este pasado-presente lo he disfrutado enormemente, sobre todo porque estoy viendo un Raúl Martí donante de bríos, insuflando a los más jóvenes decisiones y confianza en la puesta en escena de uno de los textos piñerianos más empecinados.
La Boda trata de cuatro seres atormentados por un chisme tremendo, de esos que derrumban al más «pinto», y más cuando se trata de un hombre a punto de casarse.
Se pasma la boda entre Alberto y Flora por una imprudencia, se dice y se escucha y se enreda la pita entre Julia y Luis porque Alberto y Luis estuvieron por donde las paredes tienen oídos y entonces entre los cuatro «se arma lo que se arma».
Los personajes de la presentación de graduación tuvieron doble elenco, haciendo Flora estuvo Anabel Arencibia y Giselle Quintana; el Alberto casamentero, anduvo entre Robin Alejandro Corrales y Daniel Alejandro Barrera; la Julia, ese personaje que en la obra es como una bisagra que fija y articula intensiones, estuvo a cargo de Sandra Anabel Espinosa o de Sheyla Rafaela Vega; y, Luis, lo hizo Alejandro Bosch y Joel Martínez.
Fui a la primera función y en el “ejercicio de graduación para actores”, como reza en el programa, el elenco estuvo integrado por tres graduandos y por Alejandro Bosch que no se gradúa aún, no obstante hace el personaje de Luis y además la asistencia de dirección, todo lo cual me hace sospechar que estamos ante un pichón teatrero que por ahora promete, pues la desenvoltura actoral que manifestó tuvo prudencia e ímpetu.
A Alejandro Bosch lo acompañó, como Alberto el celebrante, Robin Alejandro Corrales, escueto, con aplomo, circunscrito, sin desbordes.
La Julia, que siempre he creído que es uno de los personajes más enjundiosos de la obra, estuvo esta vez en Sandra Anabel Espinosa quien supo poner una frivolidad especial muy bien entramada con su puesta en voz.
Por otra parte la Flora de esta boda anduvo con grandes pies, como corresponde a una verdadera Flora, me tocó ver a Anabel Arencibia, su plasticidad gestual y sonora no decae, se renueva y tiene una retórica corporal que entrama el performance global de la puesta.
Los cuatro jóvenes actores supieron focalizarse en el acontecimiento teatral, porque no deja de ser siempre un acontecimiento la puesta de La Boda por su fenomenología y la hermenéutica que exigen tanto para actores como para espectadores.
Comportamientos escénicos sin urgencias gestuales; efectos vocales dentro de sus ritmos y marcos correspondientes, ojalá y algunos profesionales tengan la proyección corporal que tuvieron las voces de estos muchachos y muchachas cuando cantaban, gritaban o simplemente proferían los textos.
Dentro de la poética de Raúl Martín está la concepción del actor como performer dentro de una trayectoria coreográfica conformada por el gesto danzado, el gesto cantado, el gesto bailado: alianza que en la práctica escénica nos permite disfrutar de la danza, del canto, del baile, de la danza-teatro, de la mímica en un contubernio de fricciones y fusiones entre todo y a la vez en el paso de uno a lo otro siempre en complicidad con el efecto teatral perseguido.
Las orientaciones escénicas de Raúl Martín en el caso de los jóvenes que se han graduado deben haber sido para ellos axiológicas en la conformación de un juicio y una actitud ante el teatro.
La riqueza signica de un espectáculo de Teatro de La Luna hace que sus ejecutantes participen en la elipsis de lo habitual; cada puesta en escena es una encrucijada, tanto para la ejecución como para la percepción, todos los sistemas significantes establecen una relación contrapuntística entre el mundo del escenario y el de la cotidianidad y quedan transversalizados por una invención desatada.
En La Boda la música nos ayuda a la percepción global del espectáculo, es como un refrescamiento espasmódico para llegar más al meollo de la puesta que no hay que pensar que está ligera de equipaje porque de vez en cuando nos podamos carcajear y menearnos en la butaca al ritmo de lo que suena. ¿Qué es ligero de equipaje en la obra de Virgilio Piñera?
La música ha sido un agente vertebral en verdadera función de las peripecias enunciativas del montaje, y es por eso que contribuye a semantizar la puesta pues se integra con una logicidad propia al resto del performance.
Por otra parte, el vestuario consolida la producción de sentido al definir el acto sémico como refuerzo; mediante la sucesión de colores: primero el violeta, luego en gris y al final el negro, nos indica el juego que se está produciendo. La concepción del vestuario forma parte del montaje para poder caracterizar y no ilustrar.
La esencia renovadora del teatro de Piñera está intacta. Para muestra un botón: La Boda en Teatro de La Luna como Unidad Docente.
Les dejo con el “incidente” que hizo que Piñera escribiera La Boda:
“Se ha dicho de esta obra que es sensacionalista, que ha sido escrita como un divertimiento, que es altamente pornográfica. Vayamos por partes. Precisamente de todas mis obras es La Boda la única que tiene su origen en un incidente personal. ¿Cuál es el tema principal de esta obra? Contestaré con el refrán: ‘Las paredes tienen oídos’. Hace dos años las paredes recogieron unas frases mías; esas frases me costaron la pérdida de un amistad… Se me planteó entonces una situación curiosa: ¿por qué estupidez sin sentido como todas las estupideces, yo había, como se dice, hablado mal de un amigo, a quien sin embargo estimaba y estimo grandemente, paralelamente me preguntaba: ¿ese amigo ha roto la amistad, sin embargo, me estima, entonces por qué lo hizo? Mi respuesta no se hizo demorar: por amor propio (…) Además, me hice mil preguntas más, unas que me parecía contestar acertadamente, otras, que no lograba superar. Resultado: escribí una obra de teatro. ¿Catarsis? Para darle el gusto al psiquiatra, diré que catarsis; para darme el gusto yo, diré que pasión de la escritura. La frase que dice: y el resto es literatura, yo la hago mía, pero la cambio diciendo: para mí todo es literatura…”.
La boda es la historia de las tetas de Flora, el chisme, el enredo, el irradiante absurdo del mundo de la vida al cual acude Virgilio sin necesidad de desmontar intrincadas situaciones sociopolíticas. “La historia de mis tetas”, declara Flora porque “todo el mundo sabe que todo el mundo habla de todo el mundo”. “Diga que no hay boda porque hay tetas caídas”.
Alberto: Diga tetas in crecendo hasta desgañitarse.
Flora: (Gritando hasta desgañitarse y presa de un rapto de locura) ¡Tetas, tetas, tetas, tetaas!
Alberto: (Al público) ¿La escuchan? Es doloroso, ¿no es cierto? Ensayen a decir esta palabra: sentirán un gusto amargo en la boca, la risa se helará en vuestros labios. (A Flora) Gracias, Flora; entramos de nuevo en el orden.
Fotos tomadas del perfil en Facebook de Raúl Martín
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