Maestro de la idea y la elocuencia, su legado permanece en el viento. Hacerlo vital solo depende de sus muchos discípulos
Por Omar Valiño
Como tantos, yo considero a Francisco López Sacha uno de mis maestros. Lo fue en las aulas del entonces Instituto Superior de Arte, en el segundo lustro de los 80, porque me colaba en el año superior al mío para escuchar sus famosas clases de Historia del Teatro. Lo fue después, porque el simple acto de conversar con él, en cualquier tipo de recinto, era una enseñanza de alto nivel, pero, sobre todo, porque Sacha siempre me consideró su alumno, y yo me sentía orgulloso de ello.
Al borde del 2000 se hizo famoso, por aquel mítico curso inaugural sobre técnicas narrativas en Universidad para todos. En esa materia su labor continuó en el Centro Onelio Jorge Cardoso. También la desarrolló, aplicada al audiovisual, en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños.
Sin embargo, para mí fue siempre el profesor del ISA, de la generación maravillosa criada bajo el influjo de Graziella Pogolotti y Rine Leal, fundadora de la entonces Facultad de Artes Escénicas, a partir de 1976.
Él, que venía de la literatura, allí se abrió al mundo del teatro. Sobre los hombros de Rine, fue descubriendo nuevos hilos y enlaces, especiales en ese periodo definitorio para la creación teatral que llega hasta hoy, el del surgimiento del teatro moderno y las primeras vanguardias.
El valor de su transmisión del conocimiento es muy recordado por el modo espectacular en que narraba cada acontecimiento asentado en los libros. Seguía, de modo cinematográfico, a los escritores franceses del xix por las calles de París y les contaba los pasos para descender a sus casas o los escalones para ascender a los teatros. Cuando, años después, rodeé andando el Odeón, me reía a carcajadas por su comparación del mismo con el teatro de su natal Manzanillo.
Con el tiempo, y sin dejar de admirar el brillo insólito de sus clases, el interés de teatrólogo me llevó más a la profundidad de sus ideas, esenciales para un libro que nunca escribió. Muchas de ellas no las he encontrado en ningún texto de Historia del arte escénico. Por ejemplo: con el descrédito en el significado de las palabras, la dramaturgia de Chéjov abre las dos grandes tendencias que dominarán el siglo XX, de un lado, el extrañamiento de Brecht y, de otro, la colisión final con la nada en Beckett.
La sorpresiva noticia de su muerte llegó a La Cabaña en plena Feria del Libro. Destino para un cruzado de la literatura, para el narrador de Figuras en el lienzo, El que va con la luz y Voy a escribir la eternidad. Para el bromista jefe del estado mayor de los escritores nacionales, el beatle cubano. El hombre, hasta ingenuo, de una enorme capacidad de admiración, lo que distingue a los buenos seres humanos. Por eso, precisamente, pudo ser un gran maestro. Su múltiple talento no le impidió nunca admirar hasta el tuétano la infinita creación cubana y universal.
Maestro de la idea y la elocuencia, su legado permanece en el viento. Hacerlo vital solo depende de sus muchos discípulos.
Tomado del periódico Granma
En portada: Sacha en plena clase, en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños. Foto Paula Godoy