Por Raúl Martínez Mursulí
Roger Fariñas Montano (Sancti Spíritus, 1989) es un joven crítico, dramaturgo y director escénico cubano que ha trabajado como asesor dramático y asistente de dirección en Argos Teatro, Cabotín, Pálpito, Agón y Los Impertinentes, de Cuba, y La Belloch, de España. Se ha formado con importantes dramaturgos como Juan Mayorga, Josep Maria Miró, Abel González Melo y Carlos Celdrán. Ha escrito los textos dramáticos Morbo, Tragedia de una mujer estéril, Víktor y Colapso, y la obra de muñecos para niños Titiritísta. Artículos suyos aparecen en diferentes publicaciones especializadas de Cuba, España y Estados Unidos.
Presentada esta ajustada síntesis biográfica de mi entrevistado, me dispongo a indagar en su actividad creativa actual.
El hombre sabe, en efecto, que el objetivo de su búsqueda es en realidad el «ser», y en la medida en que posee —poseemos— este conocimiento, esquiva apropiarse de las cosas por sí mismas e intenta realizar la apropiación simbólica del «ser-en-sí» de las cosas, tal y como sentenciaba el filósofo y dramaturgo francés Jean-Paul Sartre. Bajo este adagio, intuyo, se sostiene la relación causa-efecto de Fariñas con los declives existenciales de los colectivos humanos, certidumbre de un teatro que es testigo acucioso de la cotidianidad. Por tal motivo, su actividad creativa, sea como dramaturgo o como director escénico, está atizada por la subversión del sentido común y el vulcanismo que significa transmitir al espectador las miserias humanas.
Roger, el actual contexto de pandemia no ha detenido tus procesos creativos, ¿en qué proyectos te encuentras inmerso?
En este momento, Laudel de Jesús dirige en Cabotín Teatro mi obra Tragedia de una mujer estéril, cuya fecha de estreno se ha tenido que postergar por el coronavirus. He tenido la suerte de acompañar de cerca el proceso, visitando ensayos, cada cierto tiempo, y es fascinante que esto se logre: un grupo de personas sensibles que piensan, afinan y «traicionan» las ideas inacabadas que, como autor, uno esboza en el papel.
Por otra parte, me encuentro dirigiendo en La Habana el monólogo El enano en la botella de Abilio Estévez, con el proyecto Agón Teatro. Kiusbell Rodríguez, director general del grupo, me ha brindado su espacio y también efectúa la asesoría dramática. Este es otro proceso amenazado por la epidemia, sin fecha de estreno aún, pero en el que continuamos trabajando.
¿Escribiste Tragedia de una mujer estéril pensando en Cabotín Teatro?
No. Habitualmente no escribo pensando en un grupo en concreto.
Entonces, ¿cómo llega la obra a la mesa de trabajo del grupo?
A raíz del aislamiento, Laudel me escribió un mensaje de WhatsApp pidiéndome que le enviara algunos textos teatrales de autores contemporáneos, con la salvedad de que debían ser de pequeño formato, preferiblemente para dos actores. En el mismo mensaje me dijo que si yo tenía alguna obra escrita, con ese formato que estaba buscando, también se la enviara. Justo había terminado Tragedia…, así que se la envié en el paquete que le preparé. Media hora después me llamó diciéndome que esa era la obra que quería dirigir. Me sorprendió.
Que sea montada por Cabotín Teatro, especialmente dirigida por Laudel, lleva implícito la evolución profesional que has desarrollado como actor, director, crítico y ahora como dramaturgo. ¿Qué simbolismo trae consigo el hecho de que su estreno mundial venga de la mano de tu casa-escuela, de tu maestro?
Ya sabes lo que se dice que los símbolos tienen el valor que les da la gente, por sí solos no significan nada. En Cabotín hice mi primer trabajo profesional como actor, escribí mi primer artículo, dirigí mi primera obra y estamos a la espera de que la pandemia permita mi primer estreno mundial como dramaturgo. Los cimientos de mi carrera en el teatro están ahí, en sus paredes, en el escenario, en su gente. Y ojalá se pueda estrenar durante el aniversario 16 del grupo, que es a mediados de junio de este año.
¿De qué nos habla la obra, en cuestión?
El título juega con una expresión recurrente entre los estudiosos de la obra Yerma, de Federico García Lorca, la cual, indudablemente, me valió de inspiración. Aquí la infecundidad y la aridez matrimonial quedan fuertemente implícitas, pero el relato penetra aún más allá en la psicosis de una mujer en shock, hundida en un seísmo emocional y privada de toda cordura. La verdadera esterilidad de Ana, mi heroína, reside en su fragilidad ante los cruentos efectos de un pasado marcado por el fracaso —sobre todo en términos pasionales —, un presente ilusorio y delirante —pues esta vive dos realidades paralelas— y la apremiante revelación, en los minutos finales de la obra, de un acontecimiento siniestro e irreversible.
¿Puedes adelantarnos este «acontecimiento siniestro»?
No (risas). Pero, digamos que es un acontecimiento brusco que al revelarse da paso a un cambio de identidad súbito de los personajes.
¿Satisfecho con lo que has podido presenciar durante el proceso de montaje?
¡Absolutamente! Tengo plena confianza en Laudel y en el elenco, los jóvenes intérpretes Laura Marín y Leo García, juntos han sabido desentrañar las pautas de la trama y exorcizar los demonios de estos «patéticos» personajes, así como fundirse con la historia y arrojar luz esclarecedora por sus pasadizos morales y psíquicos más subrepticios.
Vuelves a elegir, como director escénico, a un autor cubano para llevarlo a escena, ¿qué te llevó a inclinarte por Abilio Estévez?
La intuición, sobre todo. Leer a Abilio es siempre para mí un acto de delectación. Con él, no solo la dramaturgia cubana, sino también la literatura gana páginas de calidad muy elevadas. Por otra parte, Abilio plantea temas filosóficos y ecuménicos trascendentes que a mí como director me sugestionan: vida, amor, odio y muerte. ¿Hay, en la agenda del hombre, asuntos más urgentes a tratar? El enano en la botella, en tal sentido, es un texto portentoso, visceral, de los que, penosamente, ya casi no hallamos en pie, en una época llena de ligerezas y de mal gusto.
Tengo la suerte de contar, debo mencionarlo, con un joven actor, Alejandro Menéndez, muy talentoso e intuitivo, con el cual está siendo un enorme placer trabajar. Él ha entendido con sensibilidad, por su formación previa como psicólogo, los conflictos y procesos mentales por los que el personaje protagónico atraviesa.
¿De qué nos habla, entonces, este enano que vive dentro de una botella?
Me es difícil leer El enano en la botella y no remitirme a Jean-Paul Sartre. El Enano vive dentro de una botella, pero en realidad la botella es una metáfora de la sociedad que lo recluye, que lo mordaza y asfixia. Pudiera ser, de igual forma, un aforismo de su mente. Dentro de estas «metáforas» posibles, el Enano cuestiona su propia existencia, la nada y el vacío existencial. Ontología bastante sartreana la de la nada y la angustia existencial, que, Abilio, consciente o inconsciente, trae a colisión. «Hay varias incomodidades que provoca el ser enano y vivir dentro de una botella», dice nuestro héroe. ¿Cuáles son esas «incomodidades»? La oscuridad, la tristeza, el miedo, la angustia, la asfixia, el hambre, el tiempo, el silencio, el ruido, el aburrimiento, el amor y el desamor… Como dije antes, es un texto profundamente filosófico, un piñazo en el estómago del espectador. Y es que el teatro para mí es eso: entretenimiento y fruición poética. Es fibra polémica y cuestionadora de la debacle que somos. Como aquello que el director de escena francés Antoine Vitez decía: Le théâtre est un art violemment polémique.
A propósito, supe que Adentro tendrá nueva temporada, a dos años de su estreno absoluto en Cuba.
Estamos remontándola para una función especial el 3 de junio, en homenaje al aniversario 507 de la ciudad de Sancti Spíritus. Con un aforo mínimo, tan solo veinte personas, y extremando las medidas de seguridad y de distanciamiento en la sala del Teatro Principal. Afortunadamente contamos con el apoyo del Consejo Provincial de las Artes Escénicas, como institución que nos regenta; y está la premisa de que lo haremos con el elenco original que lo estrenó hace dos años: Anna García, Judith Gallo, Alejandro García y Alexander Cruz. Ahora mismo estamos en los ensayos generales. Tenemos unas ganas enormes de volver al teatro y ver al público en la platea.
Eres conocido como crítico de teatro, tus constantes publicaciones en diversas revistas, periódicos y sitios digitales, dentro y fuera de Cuba dan fe de ello. Recién concluiste un libro en homenaje a los veinticinco años de Argos Teatro. Cuéntame al respecto.
Josep Maria Miró —querido amigo y dramaturgo catalán— escribió una vez que hay obras que uno se da cuenta de que, de manera consciente o inconsciente, las escribe durante años. Algo parecido me sucedió con Puntos de fuga. Una década con Argos Teatro (2010-2020). Es un libro que se fue fraguando, como lo explico en el pórtico, en los dos últimos lustros, a partir de mis constantes visitas como público y la labor como crítico acompañante del devenir creativo del grupo. Algunos de los catorce textos críticos que lo conforman han aparecido en revistas y periódicos, otros, simplemente, han permanecido inéditos, aunque todos adquieren en Puntos de fuga… un nuevo sentido discursivo. Es un libro que disfruté mucho haciéndolo. Hay una editorial cubana interesada en el libro y espero que pueda ver la luz muy pronto, porque es mi humilde homenaje al maestro Carlos Celdrán y Argos Teatro en su vigesimoquinto aniversario.
¿Pretensiones futuras?
Que la pandemia cese y que estos «actores desesperados», tanto los de Tragedia de una mujer estéril como el de El enano en la botella lleguen a «concretarse» en esa ceremonia divina que es la puesta en escena. Luego ya veremos.
Foto de Portada: Cortesía del entrevistado