Por Roberto Pérez León
Robin, obra de Reinaldo Montero que, según el programa capturado por un código QR sin trastornos, es la pieza número uno de la “Trilogía Isabelina”. La puesta en escena es de Compañía El Cuartel con dirección de Sahily Moreda y estará todo febrero en la sala Tito Junco del Bertolt Brecht.
Robin es una puesta de sencillez deslumbrante. Por la magia del montaje: corta, sigue, ahora decide un plano general y vuelve a cortar, saca del plano sin trucaje y luego vuelve a meter en el plano que siempre es general. Esa simplicidad lúdica otorga un dinamismo de tejido coreográfico arquitecturado por La Youtubera, personaje que define la sintáctica, la pragmática y la semántica de una escritura escénica de perspicaz semiosis que produce significados al relacionar signos donde los distintos niveles de realidad conviven para evocar la absoluta realidad escénica.
La Youtubera anda entre personajes que están en la historia desde mediados del siglo XVI y principios del XVII. Pleno período isabelino: Drake, el Canciller del reino Lord Francis Bacon, Ben Johnson, el Duque de Parma, Enrique IV, Michel de Montaigne, Isabel I, Robin, y Lady Howard.
La soberana de Inglaterra tiene amoríos con el segundo Conde de Essex Robert Devereux quien es incitado por el camaleónico Lord Francis Bacon y se ve involucrado en una conspiración para destronar a su majestad Isabel I. Pero sucede que el Conde no encuentra apoyo popular y por orden de la misma reina es ejecutado, aunque Liz tenía explícitas preferencias por el Conde, pero había que eliminarlo para dar un ejemplo. El poder es el poder por encima de todo y punto. El conde tenía que pagar con su vida la traición.
Así, entre ilustrísimos personajes, Youtubera de por medio, sucede Robin, pero ese suceder es común. Personajes de esa índole, La Youtubera incluida, pululan dándole mordiscos a la realidad cercana. Solo que en esta puesta los vemos disfrazados de “isabelino”, y me refiero al suculento y sonado período de la historia inglesa por aquellos tiempos de Shakespeare y Marlowe.
La fuerza de la fábula concebida entre los demás sistemas significantes de la puesta hacen que Robin sea una representación sin dejar de reflejar, que pluraliza un texto que las actuaciones secularizan y le otorgan una recurrencia callejera deliciosa, extrema en el despliegue de teatralidades.
Robin por su espesura teatral me hace pensar la teatralidad como suprema cualidad del teatro. Pero ¿qué se quiere decir cuando se habla de la teatralidad? Pavis al respecto da una información algo cabalística: «el concepto tiene algo de mítico, de demasiado general y hasta de idealista». Sí, es algo en construcción ardorosa que tiene causes de sutilezas aliadas entre causas y efectos lezamianos: “no son causas que engendran efectos, sino efectos que engendran causas”.
Robin dilata la teatralidad mediante interacciones e interrelaciones en proceso semiótico genera los signos del lenguaje de la puesta que amplía la producción de sentido. Las dimensiones subjetivas que conforman el espacio estético de Robin tiene un ocurrente giro con formas de expresiones artísticas hacia el espectáculo creativo, contenido, sin fanfarronerías ni exploraciones vacías, esa que empelan gastadas entelequias posmodernas.
En los cosmos y microcosmos Robin indiferencia la teatralidad teatral y la teatralidad de la vida. Se produce, interpreta y representa un discurso donde funcionan los signos textuales con los escénicos. Se logra una semiosis que recodifica fundamentos sociales y permite a los espectadores hacer resignificaciones.
Robin trastorna porque transgrede y así trasciende. Al salir de la función, ya en el otro lado del teatro por donde se anda con los mismos temblores y sin deshojar margaritas, sentí los arrebatos de los que ostentan poderes. He ahí la asunción de la transteatralidad como experiencia estética renovadora, gnoseológica, transparente, cuestionadora, autoreflexiva.
Tiene Robin fragmentación naturalista y fantástica, revelaciones narrativas, representaciones para refundar lo literario en pliegues de lo teatral entre fingimientos, engaños y mímesis que transgreden lo que manda el texto sobre el que la directora funda el lenguaje que exige la teatralización como operación artística.
El montaje de Robin es una conquista que sin disminuir la grandeza lingüística del texto establece un diálogo con él y lo incorpora a la articulada dialéctica de la puesta en escena.
En portada: Robin, Compañía el Cuartel. Foto tomada de redes sociales.