Por Marilyn Garbey
El 29 de junio el maestro Ramiro Guerra celebró su cumpleaños 94. Bastaría el pretexto de haber vivido durante nueve décadas para organizar la fiesta, pero hay otros motivos para el jolgorio, porque se trata de agasajar al hombre lúcido, valiente y perseverante, fundador del movimiento de danza moderna en Cuba.
Cada vez que me refiero a Ramiro lo llamo maestro, ahora subrayo el término porque el abuso de esa categoría entre nosotros lo ha abaratado, pero quienes tienen noticia de su trayectoria sabrán que no falto a la verdad al reverenciarlo. Por otro lado, he visto en los últimos tiempos tanta maroma a la que pretenden calificar como danza, que me siento impulsada a recorrer la extraordinaria impronta de Ramiro Guerra en la cultura danzaria de Cuba, como quien vuelve a la semilla a tomar aire fresco para no perder el rumbo.
Ramiro estudió Derecho en la Universidad de La Habana, a petición del padre, pero sabía que lo suyo era la danza. La anécdota de su presentación en solitario en el cine Astral, vestido con disfraces para que la familia no lo reconociera, bajo el abucheo del público, bailando sin cesar mientras el pie derecho le sangraba, ilustra su decisión de hacer de la danza su fe de vida.
Después vendrían sus estudios con Nina Verchinina y la gira con la Compañía del Coronel de Basil, la decisiva estancia con Martha Graham en los Estados Unidos -se sabe que la maestra norteamericana le permitió tomar clases sin pagar la matrícula- el trabajo con el Ballet Alicia Alonso en la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, el viaje a España, hasta llegar a los predios del Teatro Nacional en construcción para fundar el Departamento de Danza Moderna, y abrir el camino a la creación danzaria en Cuba.
La convocatoria publicada en el periódico Hoy -el 25 de septiembre de 1959- clamaba por personas interesadas en la danza. No había escuelas de formación, por tanto, no podía convocar a bailarines profesionales. Desde el momento fundacional la naciente compañía incluyó todos los colores de nuestra nacionalidad, y se reivindicó la figura del bailarín masculino, desbaratando prejuicios machistas.
Al revisar el programa de la primera función, el 19 de febrero de 1961, se revelan las intenciones del director. Mulato y Mambí son piezas de la autoría de Ramiro, sus títulos evidencian la necesidad de llevar los asuntos de Cuba a escena. La función se completaba con dos obras de Doris Humprhey, La vida de las abejas y Estudio de las aguas, montadas por la norteamericana Lorna Burdsall, bailarina que integraba la compañía. Es decir, la danza cubana nacía en diálogo con su entorno e interactuando con el mundo. A pocos meses de la fundación de la agrupación, el público se sorprendía con el virtuosismo alcanzado por los intérpretes en tan breve tiempo de trabajo. La presentación en el Festival de las Naciones en París fue apoteósica:
“…Sin duda alguna, esta ha de ser una de las representaciones más brillantes de las ofrecidas en París por el Teatro de las Naciones. Es uno de esos acontecimientos a los que es preciso asistir…” (1)
Durante una década Ramiro creó obras, formó bailarines técnica e intelectualmente, y bajo su tutela se organizó un sistema de entrenamiento que partía del movimiento corporal de los orishas del folclor cubano, intensa práctica artística que era avalada por la reflexión teórica. No ha existido tendencia de la danza contemporánea en la cual Ramiro no haya incursionado, y no fue por seguir dictados de moda, porque si se comparan las cronologías quedará bien claro que, o bien se adelantó a la tendencia, o creaba al unísono.
En esa década Ramiro se hizo acompañar por gente de talento. Santiago, Eduardo, Isidro, Arrocha, Luz María, Ernestina, Silvia, Elena, Lorna, Elfrida, Gerardo, Paterson, Clara Luz, Perla, y un largo etcétera. Bajo la guía de Ramiro, numerosas personalidades revelaron sus aptitudes y colaboraron activamente para sentar los fundamentos del estilo cubano de danza moderna, de donde han emergido tantos bailarines de excelencia.
Obras como Suite yoruba o Medea y los negreros, Orfeo antillano o Chacona, conforman un valioso patrimonio, simiente de toda la danza cubana, cadena creativa que fue estremecida por la intolerancia y la ceguera, horas antes del truncado estreno de Decálogo del apocalipsis, en 1971. Hubo que esperar hasta 1999 para escuchar el análisis de los hechos en la voz de su principal protagonista:
“Todos los riesgos fueron corridos en la consecución de esta obra, al extremo de que no pudo pasar las barreras de la permisibilidad oficial, lo cual consagró, si no sus cualidades estéticas, sí por lo menos su condición de fuerte experimentación cultural, lo que le hizo ganar un lugar en la historia del arte danzario del país”. (2)
Tras la censura, Ramiro bajó los escalones del Teatro Nacional y emprendió otros rumbos, que lo llevaron al Conjunto Folclórico Nacional, al Ballet de Camagüey, a concebir libros que han marcado el rumbo del pensamiento sobre la danza en Cuba, en América Latina y en otras partes del mundo. Teatralización del folclore y otros ensayos, Calibán Danzante, Procesos etnoculturales de la danza en Latinoamérica y el Caribe, Coordenadas danzarias, Siempre la danza su paso breve, Develando la danza, son algunos de los títulos con los que Ramiro ha esclarecido asuntos relacionados con la historia de la danza, sus herramientas creativas, los sucesivos rompimientos de los límites de la especialidad, la formación de bailarines, la recepción del público.
Hombre de grandes inquietudes intelectuales, lector infatigable, atento a todo lo que acontece a su alrededor, a sus 94 años Ramiro Guerra sigue en pie. Promete concluir sus memorias, asegura que dedica mucho tiempo a navegar en Internet, y espera la aparición de su próximo libro. Felicidades, maestro.
Notas:
1- Les Lettres françaises, París, Francia, 10 de mayo de 1961 (1), consultado en los Archivos de Danza Contemporánea de Cuba
2- Coordenadas danzarías, pp. 164-165
Fotos Archivo Observatorio Cubano de la Danza