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¿QUIÉN DIJO QUE TODO ESTÁ PERDIDO?

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Por Lázaro Benítez Díaz
La mentira nos ha acompañado desde siempre, cuentan historias que algunos dioses griegos mintieron y fueron castigados por su falta. En el Oriente sobran las leyendas que hablen del tema, acompañadas de brutales castigos a quienes las decían. Digo esto, porque es muy difícil alejarnos de esa expresión, al igual que del mentiroso o mentirosa, hombres y mujeres con una especial capacidad de inventar.
El arte teatral juega un poco a engañarnos, representando una realidad que en muchos casos está alejada del intérprete, este crea una visión personal de los sucesos que cuenta. Cuando el interlocutor, actor o performer, se transforma en Eleggua hay que pensarse bien qué tipo de mentira se nos va a contar.
Patakín es el estreno más reciente de la compañía Raíces Profundas, con este se completa la trilogía que componen las obras Memoria y Un beso de mi Habana. Patakín, como su traducción lo refiere es una historia, relata pasajes de la vida de nuestros orishas y su paso por la tierra.
Esta pieza es una suerte de obra performativa donde se conjugan en la escena video, danza, cantos e historias en una puesta compuesta por 12 mal llamadas escenas, mejor dividirlas en cuadros.
Resulta complejo para los jóvenes directores y coreógrafos folclóricos adentrarse en una escena contemporánea, consecuencia de los canones que este les obliga seguir ¿Cómo hacer de una historia conocida y sumamente representada algo interesante, diferente y a la vez contemporáneo?
Patakín hace un intento por romper esos canones, lo hace desde la selección musical, gestualidad, danzas, temas y los dispositivos que utiliza en la representación. Una historia que ya conocemos se transforma en otra cuando presenciamos el hecho in situ. Semejante a las obras griegas donde los espectadores conocían cada suceso de esta, lo interesante era ver cómo se reescribía en la escena.
Cinco fueron los personajes que tejieron toda la trama, Eleggua, Oggun, Ochun, Shangó y Oshosi. Los patakies no te envuelve en historias superfluas te cuenta el hecho en sí, no existe ningún regodeo, por ello considero que es innecesario los largos minutos que se le dedican al inicio cuando se narra: “cómo a través de la naturaleza los Orishas le encuentran sentido a su vida” .
Ese largo cuadro del inicio nos hace ir por otro camino, provoca perder la esencia del espectáculo, centrada en establecer un nexo entre en las semejanzas de los patakies de los Orishas y nuestro tiempo.
Temas como el incesto, la desobediencia, el amor, el engaño, la guerra, el abuso de poder y la muerte ocupan la escena. Nuestra realidad busca amparo en los dioses y estos con sus historias representan las respuestas, los vemos semejantes a humanos, siendo el error el que desata toda la tragedia.
El cuadro más logrado es el referido a Oshosi. Este indaga en las relaciones madre – hijo, la coreografía transita junto a la historia, los silencios y la escena de la muerte logran una combinación perfecta que nos hace llegar al punto climático, teniendo como fin la muerte de Yemayá a causa de la flecha que lanza su hijo Oshosi.
Lamentablemente no se produjo el intermedio entre este y el siguiente cuadro, que anunciaba el programa de mano. La puesta lo necesita, el tránsito de uno a otro es muy violento, parece como si hubiesen cortado el rollo de la película y puesto otro.
Las historias te atrapan en ese misterioso y mágico mundo de los patakies, aunque en algunos casos las lecturas realizadas por el coreógrafo transitaron por otros caminos. Tal es el caso de la historia de Obba, esposa de Changó, mujer que cuestiona la idea del amor, debatiéndose entre obligación o sentimiento pasional, por ello el sumo momento de cortarse la oreja no es un dolor, sino un sacrificio necesario.
Los diseños coreográficos para la escena de más puro folclore que propone Emilio Hernández son excelentes, dinámicos, precisos, rítmicos se ve que hay un profundo entendimiento del espacio, lenguaje de la danza y sus múltiples posibilidades, combinando virtuosismo con elegancia. No es así cuando escuchamos a los bailarines decir los parlamentos, más que un acto de fe, se vuelve un contrapunteo entre verdad e intento por decirla.
La danza moderna cubana posee su base en las danzas folclóricas, en el movimiento y la gestualidad del negro. Ramiro Guerra introdujo movimientos de ondulación, desplazamientos y en gran medida una manera auténtica de interpretar. ¿Puede el folclore tomar de la danza moderna y establecer un diálogo danzario? No de la manera propuesta en el cuadro de Shangó y Oshun, este crea una ruptura en el lirismo logrado por la escena, se convierte en un estereotipo de lo erótico, mejor mirar las danzas africanas referidas a los ritos sexuales, pensemos cuál fue el referente de Okantomí o Súlkary.
Jorge González vistió la escena de una esencia diferente, su singular forma de danzar, caracterizar, lograron matizar la puesta, sobre todo su destreza en transitar por diferentes personajes. Ovaciones para el pequeño niño que representó a Eleggua, aunque su nombre no apareció en el programa, ocupó la mayor parte de los aplausos en la noche.
Los trajes aportaron una visualidad especial, llena de belleza, colores vivos y no opacos, ni viejos, como vemos en muchas otras agrupaciones de este género.
Es Patakín un intento de renovar una danza detenida en el tiempo, respeta su historia pero dialoga con una escena que busca otras sensaciones. Explorar otros caminos, llegar al máximo de las posibilidades permitirá no presenciar museos danzantes, sino un arte vivo y efímero como la danza.
Así llegan a nosotros esas historias de vida como la de Juan de Dios, que pasa por el imaginario de ese espectador que se sienta en primera fila o la de la acomodadora, donde tejemos o no nuestro propio Patakí. Apuesto por este paso que ha dado Raíces Profundas, luego, veremos si todo está perdido.