Puedes poner mi historia en tu libro

Con la obra de teatro Kilómetro cero, se accede al itinerario de personajes marcados por la violencia, el abandono y el desamor, como ahora por las vomitivas experiencias del tráfico del sexo
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Por Omar Valiño

Entre las artes, posee el teatro una singular capacidad de persuasión. Su instantánea vitalidad en presente desnuda a la criatura humana en toda su fragilidad ante sus congéneres. Lo comprobé, otra vez, ante Kilómetro cero, con funciones este pasado fin de semana en el Teatro Martí, porque el paisaje temático de la obra es de difícil abordaje, y se prestaría, si uno se atiene al prejuicio, a un manojo de clichés y, con probabilidad, a fáciles evaluaciones de los personajes y su entorno.

De un libro del historiador Julio César González Pagés, sobre la prostitución masculina en La Habana de la primera década de este siglo, parte la actriz Liliana Lam, para firmar texto y puesta, esa que marca, en la práctica, su debut como dramaturga y directora, siempre asentada en su carrera como actriz. A casi un año de estrenada bajo el techo de Argos Teatro, hay algunos cambios en el elenco, pero el montaje es el mismo.

El título hace referencia al nombre del bar que subraya el punto de partida de la carretera central frente al Capitolio, pero, más allá del «estudio de caso», es un lugar que puede encontrarse en cualquier geografía y época.

A ese punto de citas para el comercio sexual llega César, tras verdades que deberán resultar de su investigación. Centra su pesquisa en Carlos, un jovencito que se resistirá a develar su historia pasada, un duro trauma de violaciones en el propio seno familiar. Esas imágenes extremas se proyectan, adecuadamente, con la técnica del videomaping.

La relación entre ambos protagonistas es el eje narrativo. Desde ella observamos el hábitat del bar y accederemos a los itinerarios del resto de los personajes, todos marcados por la violencia, el abandono y el desamor, como ahora por las vomitivas experiencias del tráfico del sexo. De lo lejano y lo cercano nace el deseo, individual y colectivo, de escapar de la pesadilla.

El magnífico escenario del Teatro Martí, a cuya directiva felicito por acoger un espectáculo de esta naturaleza, le permite un amplio despliegue espacial a la puesta, pero debe vigilarse que no conspire contra cierta intimidad que es también necesaria para tensar el tempo-ritmo de Kilómetro cero. El conjunto actoral, masculino casi en absoluto y con varios nombres muy conocidos, es parejo, con destaques para Frank Andrés Mora en Clara, y Peter Rojas en Carlos.

Acierto mayor de Lam como directora es la modulación del tono. Respeta y revela los entresijos de ese paisaje temático sin ocultamientos, con expresión realista atravesada hasta de humor, pero sin conmiseración. Privilegia la indagación, para acercarnos a la humanidad de sus personajes entre desgarramientos, dilemas y esperanzas. César, el historiador, será vector para reivindicar, mediante la comprensión, pero también para intentar cambiar las cosas. «Siempre se puede luchar, hacer algo, comenzar», nos dice al final. Por ello logrará la confesión: puedes poner mi historia en tu libro.

Foto: Dayron Villalón

Fuente: Granma digital