Por José Omar Arteaga Echevarría
“No es fácil para un cubano de nuestro tiempo discurrir sobre el caso de Alicia Alonso. Todos la llevamos dentro, como cosa muy nuestra.”[1] Estas palabras de Juan Marinello se refuerzan con la veracidad y la atemporalidad del momento en que fueron escritas. En el día del onomástico de la connotada bailarina, su quehacer constituye un legado innegable para la cultura cubana.
Pareciera cuestión de azar que en esta ínsula donde no existía un referente o tradición de la danza en puntas, surgiera una niña con cualidades excepcionales en el seno de una escuela que ni siquiera tenía como objetivo formar bailarines.
La Sociedad Pro-Arte Musical, con Nikolai Yavorski como maestro de ballet, dio el impulso a la pequeña Alicia, quien a los 11 años tuvo su primera presentación escénica en el Teatro Auditórium de la Habana en el “Gran Vals” de la Bella Durmiente (1931). Al año siguiente interpretó el solo del “Pájaro Azul” de la misma obra con montaje de Yavorski. Ambos hechos sellarían el despegue de la bailarina que llegó a considerarse una estrella en el ámbito danzario mundial.
Sobre estos acontecimientos Fernando Alonso rememora:
Ella tenía una fuerza extraordinaria en el salto, una técnica purísima desde pequeña, una fuerza muscular increíble. Y sobre todo su facultad de interpretar, de proyectar…[2]
Estas cualidades acompañaron durante toda la vida artística a la Alonso, impulsándola hacia una carrera artística de excelencia. Una etapa crucial fueron sus inicios vinculados a Brodway y el teatro musical, luego como integrante del Ballet Caravan y el American Ballet Theatre (ABT). Su trabajo con coreógrafos reconocidos como Fokine, Antony Tudor, Agnes de Mille, Jerome Robbins, Balanchine, entre otros, la dotaron de bastos conocimientos en cuanto a estilos, escuelas y otros aspectos medulares de la danza académica que hizo suyos en la escena y en el salón de clases como pedagoga. Alicia, intérprete virtuosa, se caracterizó siempre por la disciplina y las horas que dedicaba al entrenamiento, el estudio del personaje y la obra.
Alexandra Fedórova, quien puso un gran empeño en su discípula (incluso exigiéndole más que al resto), se refirió en varias ocasiones a la joven intérprete:
Una bailarina tiene que reunir numerosas cualidades. Es una actriz que baila. Ha de ser, por tanto, bailarina y actriz. Alicia Alonso satisface esas exigencias a la vez -vale la pena de sus pies a su rostro y de su rostro a los pies-. Siempre habrá una relación interpretativa. Se prepara tan cuidadosamente que después puede ejecutar con natalidad, sin esfuerzo, los pasos más complicados.[3]
El 2 de noviembre de 1943 debuta en el ballet Giselle, interpretando a la dúctil campesina junto al prestigioso bailarín inglés Anton Dolin como Albrecht. Ese personaje la marcaría para la posteridad debido a la exactitud técnica, así como la teatralidad que le imprimió al rol de esta obra cumbre de la era romántica. Unos años después, Dolin expresó:
Su debut en Giselle fue la más arrolladora y compensadora noche de triunfo total. Un orgullosísimo Albrecht la condujo a que la aclamaran los aplausos, vítores y finalmente una ovación de pie… En lo que pudo ser la última llamada, yo la llevé y su mano temblaba en la mía. La dejé sola y la dejé en el escenario para que recibiera el tributo de un público que había sido ampliamente recompensado por la ausencia de la gran Márkova con la presencia de la ya entonces igualmente grandiosa Alonso.[4]
Una lucha constante que acompañó desde la juventud a la sagaz bailarina fueron las afectaciones en su visión, tuvo que someterse a delicadas operaciones y guardar reposo absoluto por largos períodos, cuestiones que no disiparon su ímpetu. Aún en cama no paraba de repasar los roles, los pasos, los escenarios y las obras.
La disciplina metódica y empeño fueron cruciales en la continuidad de su carrera que le permitió sobreponerse a las adversidades gracias a la pasión por la danza que la impulsó siempre.
…recuerdo que cuando estaba operada de la vista, yo me acostaba en la cama y me ponía a «mirar» el ballet y lo miraba por dentro, en mi mente, y me ponía a bailarlo, bailarlo en mi mente. Veía las figuritas bailando, veía la cortina que se abría, todo bailando…[5]
El triunfo en los escenarios internacionales no apartó a la reputada bailarina con una sólida carrera de sus propósitos de volver a Cuba y cultivar este arte. El propósito de Alicia, Alberto y Fernando Alonso, marcó el comienzo en 1948 de un largo camino que ha consolidado la danza en puntas en el territorio nacional con amplio desarrollo, logrando una manera autóctona, una fuerza y expresividad propia, que ha reforzado las nociones de una escuela cubana de ballet.
Existe en los cubanos además de una fuerte técnica, una forma nueva de bailar. Ponen en escena los números clásicos con una técnica muy novedosa. Su danza está llena de pequeños detalles, como un trabajo de joyería.[6]
Mucho ha llovido desde aquel octubre en que la actitud íntegra de la Alonso al frente de una compañía de Ballet se negó a estar a favor de la tiranía, por lo que cesó sus actividades que volvieron a florecer en 1959 con el triunfo de la Revolución cubana. El Ballet Alicia Alonso, devenido Ballet Nacional de Cuba, fue y sigue siendo defensa de los ideales de un país que sobrevive a los constantes intentos por sofocar su libertad.
La enseñanza del ballet en Cuba, también obra de la tríada Alonso, fue la plantación de los nuevos relevos, notorios bailarines, maestros, coreógrafos, cúmulo de generaciones que continuaron el legado artístico de la Assoluta de Cuba. Su presencia permanece en la compañía que fundó, en cada personaje que se despliega en escena, en cada niño y joven que se esfuerzan a diario en un salón de clase, en los profesionales que brillan por sus cualidades técnicas y su interpretación más allá de nuestras fronteras, en los maestros que velan por la enseñanza de este arte, en cada persona que la reconoce, que la admira.
Esta noche Giselle, mañana Carmen, pasado mañana con botas y uniforme de combate bailando la Revolución cubana, en las ciudades de Oriente o en las plazas de La Habana. Apasionada, irónica, voluntariosa, infatigable, poseída enteramente por la danza y, sin embargo, embriagada de Cuba «su tierra», romántica y lúcida, instintiva y a la vez inteligente … casi ciega, pero clarividente.[7]
[1] Marinello, Juan (1972). “Una luz distinta y más alta…”. Revista Cuba en el Ballet, Vol.3, no.1, La Habana, p.55.
[2] Fernando Alonso en opinión sobre el debut escénico de Alicia Alonso (1970).
[3] Alexandra Fedórova en entrevista sobre la Alonso (1952).
[4] Palabras de Anton Dolin sobre el debut de Alicia Alonso en Giselle (1978).
[5] Palabras de Alicia Alonso en el documental Giselle eres tú realizado por Roberto Ferguson (1988).
[6] Birgit Cullberg, coreógrafa sueca, ofrece opiniones sobre el Ballet Nacional de Cuba (1970).
[7] Entonces vi a Alicia…, Maurice Béjart, París, 1970.
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