Search
Close this search box.

Poiesis del videodanza como objeto-imagen (Cuarta entrega)

image_pdfimage_print

Por Roberto Pérez León

Una imaginación saludable engendra sus propias causas.

Lezama Lima

Las dinámicas del algoritmo, del hardware, del software, han transfigurado la danza de mero hecho escénico a nueva experiencia sensible. La visualización digital del movimiento corporal, luego del correspondiente maniobrar de datos complejos, precisa de una percepción estética cónsona con el objeto-imagen resultante. El proceso de transformación tiene en sus fundamentos una poiesis donde interviene la sensibilidad tecnológica y la imaginación artística.

Existen diferencias entre poética y poiesi, aunque suelen empelarse indistintamente. Al abordar el videodanza como concurrencia armada de imágenes prefiero poieses por tener implícita en su etimología la celebración del ser humano por su capacidad de crear e innovar.

Poiesis es un término que llega del griego antiguo y tiene la valía filosófica de haber sido empleado por Platón y Aristóteles, ambos lo refieren a la fundación de lo nuevo, a la transformación esencial para que exista algo que antes no existía, al proceso de creación artística y de generación de ideas.

El videodanza como objeto-imagen debe tripular, sin caprichos ni errancias, la gravitación de la poiesis como acto de participación.  Como objeto-imagen su animismo ideo-estética no es la hipóstasis de la totalidad de la danza, pero existe en su inmanencia una expresión de esa totalidad.

El videodanza no es una representación. Se trata de una forma de experimentar la danza a partir de modos informáticos que dan lugar a la cibercepción: experiencia sensorial mediada por tecnologías digitales.

En un videodanza, de acuerdo a la perspectiva y el enfoque, la atención del espectador puede ser conducida hacia ciertos movimientos o detalles del movimiento corporal que en el escenario podrían ser inadvertidos. La posibilidad de producir variedad de efectos visuales enriquece la experiencia sensorial y la narrativa que por demás podría incluir elementos interactivos que permitirían al espectador intervenir en el fluir de la composición coreográfica.

La cibercepción genera perceptos y afectos, bloques de sensaciones dadores de singulares conexiones que vencen determinismos. Se trata de la percepción de una presencia virtual proveniente de códigos. El universo digital mediatiza el espacio de representación. Se arma el movimiento según el “antojo” de los operarios digitales y no desde únicamente los presupuestos teórico-prácticos de lo coreológico como análisis estructural de la danza, o de lo coréutico que se centran en la práctica y ejecución de los movimientos o de la coreología que incluyen tanto la teoría como la práctica de la danza desde estudios académicos.

El videodanza conlleva nuevas estrategias hermenéuticas. Como objeto-imagen autónomo, con su propia estética, disuelve al referente. La digitalización produce un mundo de formas que pueden danzar sin referente. La referencia del objeto-imagen está en sí mismo por sucesión de imágenes concebidas desde una poiésis de subjetividad plena y también desde la interpretación absoluta de cada espectador.

En el objeto-imagen se repiensa la danza, se rearticula y problematizan las prácticas corporales. En el objeto-imagen son fundantes perceptos y afectos, bloques de sensaciones. Pero también es de tener en cuenta el criterio filosófico-existencial del artista digital que puede portar tormentas conceptuales, ocurrencias e improvisaciones reflexivas.

El videodanza es más un injerto de la danza en la tecnología que de la tecnología en la danza. Esta especificidad le otorga al objeto-imagen, en su proceso de exploración de movimientos e interacciones especulares, una singularidad estética

De ese injerto, como brote o yema, no como añadido, el replanto objeto-imagen es ente ciberespacial con estructura abstracta, matemática, autónoma del movimiento corporal con el que establece una relación estética digital. Relación donde funcionan categorías tales como virtualidad, autosuficiencia del signo, modelos de combinatorias entre bits, átomos y neuronas. Se crean superficies significantes desde un proceso categorial subjetivo donde el fin es imaginar imágenes.

El poderío de la imagen nos hace pensar con los ojos. Se vertebra la percepción de lo danzario en la racionalidad sui géneris de la estética de la imagen digital en paquetes de píxeles que hacen posible lo fenoménico, la nueva experiencia sensible que modifica y transforma lo perceptual desde los perceptos como cosmos de sentidos.

El objeto-imagen está concebido con una lógica-simbólica a partir de la danza. Solo que él se constituye más desde la perspectiva de lo “dancístico” que de lo “danzario”.

Hago la distinción entre estos dos términos. Lo dancístico asume la danza como arte y disciplina, es el estudio y la práctica de la danza en su totalidad; mientras que lo danzario es el acto de bailar, la experiencia del movimiento, el aspecto más práctico de la danza, el aspecto vivencial de la danza donde se pone en práctica lo aprendido en el ámbito dancístico.

Tenemos que considerar que existe en el arte contemporáneo el videoarte que como el videodanza produce formas significantes de movimiento. Ahora bien, el referente no es el mismo en uno y en el otro. En ambos las tecnologías digitales son herramientas que transforman la naturaleza del arte al punto que han provocado una revisión y expansión de las teorías del arte contemporáneo: ya es preciso tener en cuenta la integración de la información y la ciencia de datos (Big Data) con la estética.

Pero el videodanza se diferencia del videoarte en que es una desmaterialización de la danza. Debe tener la estela de las coordenadas del cuerpo como agente operante en las posibles presencias del movimiento.

El videodanza dentro del retumbo de la cultura visual-digital en sus hallazgos aumentativos no puede obviar el zumbido del cuerpo. El videodanza debe tener la decisión y el tono incontrastable preconizado por Maya Deren: “Como mínimo hay que empezar con la sensibilidad corporal”.

En portada: Espacio – Tiempo, Gabriela Burdsall y Adolfo Izquierdo.