Plantados, otro bodrio contra Cuba

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La argucia de reescribir la historia y dejar en el vertedero lo que no conviene es vieja

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El odio y el arte nunca han ligado.

Sucedió con Andy García y Guillermo Cabrera Infante y aquella patraña que se llamó La ciudad perdida (2005), destripada por la crítica internacional.

He aquí una muestra de lo que entonces se dijo de ese filme, en este caso proveniente de la crítica española Beatriz Maldivia: «La película es, en resumen, una retahíla de diálogos inacabables, mal escritos, sin vínculos entre sí y sin mayor propósito que Andy García y Cabrera Infante perpetren una especie de ensayo sobre Cuba que sería rechazado en cualquier gacetilla periodística infantil. Es cinematográficamente –no solo ideológicamente–  nula».

Luego de una vasta publicidad durante su etapa de preparación, y de anunciarse que sería la película más cara preparada por el exilio (léase contrarrevolución) cubano, se estrenó en Miami Plantados, dirigida por Lilo Vilaplana y con guion de Ángel Santiesteban, Juan Manuel Cao y del propio director.

El tema: recrear, desde la ficción, «la gallardía y aguante de presos políticos cubanos en los años 60 y 70 frente a las atrocidades del régimen carcelario castro-comunista».

En 24 horas la película fue colocada en las redes sociales, algo inusual para un filme de estreno, y costoso, que debiera seguirse presentando en festivales del mundo para tratar de venderse y recuperar fondos, como se trató de hacer, infructuosamente, con La ciudad perdida, rechazada aquí y allá por infame.

A alguien en las redes le resultó extraño este desprendimiento de lanzar el filme al vuelo sin recuperar un centavo y lo comentó: «¿Pero por qué lo hacen y no tratan de sacarle beneficios económicos?».

Hay dos propósitos evidentes en este precipitado tiro de dados: primero, sumarse a la campaña     subversiva   contra   Cuba, presentando una imagen propagandística y unidimensional del tema que tratan, sin hacer referencias a las causas –no pocas de ellas criminales– que llevaron a aquellos hombres a prisión y, segundo, el vano sueño de los realizadores de pensar que han facturado una obra magna, capaz de responderle –como declararon– a lo expuesto en La red avispa (Olivier Assayas, 2019), una película que los indignó por presentar héroes verdaderos opuestos  a los mandamientos  del imperio, todo lo contrario a los «héroes» que ahora tratan de reflotar desde el pasado como un «mensaje de rebeldía», dirigido a generaciones que no vivieron aquellos días.

La argucia de reescribir la historia y dejar en el vertedero lo que no conviene es vieja: Estados Unidos perdió la guerra en Vietnam, pero años después tuvo su Rambo, capaz de ganar él solito otra invasión vengativa y darle así consuelo a los nostálgicos.

La contrarrevolución ha perdido, durante más de 60 años, sus propósitos de reconquista a sangre y fuego, y maniobras de todo tipo, y ahora recurre al consabido gato por liebre que le proporciona la ficción de un filme para rearmar, sentimentalmente, los hechos a su conveniencia.

Ya en el campo artístico –y la crítica profesional dará cuenta de ello, si es que le presta alguna  atención– Plantados permite apreciar las consecuencias negativas de un pésimo melodrama que confunde los tiempos narrativos, divide a los protagonistas en buenos muy buenos y malos sanguinarios, con diálogos verbalistas que buscan la efectividad con cada expresión, un guion reiterativo y lleno de lugares comunes hasta el cansancio, música sensiblera  y con escenas de golpizas y asesinatos en las cárceles y campos de trabajo que cubren buena parte de sus casi dos horas de metraje; gruesos trazos de realización marcados por la altisonancia lacrimosa  de los conflictos,  y el poco oficio en la plasmación de un acto vengativo contemporáneo, que bastante le debe al peor Hollywood, a pesar de haber tenido el filme un presupuesto millonario.

Algunas mentes lúcidas del Festival de cine de Miami, donde se estrenó hace pocos días el filme, debieron darse cuenta de que Plantados era un bodrio y, aunque lo aceptaron, no le dieron –según el director Lilo Vilaplana– la importancia que la película merecía.

Vilaplana escribió, en su cuenta en Facebook, que el Festival le había otorgado al filme «un tratamiento de quinta», que no lo había apoyado «ni en publicidad ni en nada; es una película hecha en el exilio, con artistas de acá, era para haberle dado otra importancia».

E indignado –y quizá también barruntando el fracaso artístico tan doloroso para cualquier creador–  subió la parada política: «El irrespeto del Festival de Cine de Miami al exilio histórico y su complicidad con la dictadura castrista es una ignominia».

Y para que no hubiera duda en cuanto a las intenciones del filme, escribió que a la organización del Festival no le gustan las películas como Plantados, a ellos «les gustan las que tiendan puentes, que digan que hay que unirse, pero con la dictadura no se negocia».

Y remató: «Esas películas que invitan a ir a Cuba son materiales cómplices con la dictadura, y ese régimen hay que tumbarlo, porque les ha hecho mucho daño a los cubanos… Ellos (los directivos del Festival) no querían que la película estuviera, y lo sentí incluso en las personas que estaban atendiendo el Festival, estaban molestos que estuviera ese filme ahí».

La película encontrará su público en un sector fervoroso del exilio y no faltarán quienes la promuevan como una «obra reveladora», sin darle crédito a la manipulación de las emociones de que hace gala, como principio básico de una propaganda contrarrevolucionaria sujeta a un plan subversivo que no descansa.

Pero el odio y el arte nunca han ligado. Suerte en lo artístico para la próxima, director, y despójese.

Tomando del Periódico Granma Digital